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—Sí, sí. Pero antes sacarás al perro.

—Hoy no, por favor.

Silvia miró a Seti. Parecía como si éste comprendiera la conversación y regresó a su movimiento de rabo, excitado, saltando levemente con sus patas delanteras.  Silvia no pudo resistirse. “Total, aún tenía tiempo”. Además, no podía fallar a su perro. Era, sin duda, su mejor aliado. Se entendían. “¿Quién le hacía compañía cuando lo pasaba mal? ¿Quién sabía de todas sus penas más que él? Seti siempre la escuchaba, incluso parecía que asentía cuando ella le contaba esos problemas que ocultaba hasta a la mejor de sus amigas.

—Vamos, Seti

Se puso la pelliza, tomó la correa  y salió con él haciendo un gran esfuerzo por contener su ímpetu y no rodar por las escaleras. En menos que canta un gallo ya estaban en la calle.

Silvia se dirigió al parque sin desenganchar la correa hasta que llegaron junto a los primeros árboles. El perro se moría de ganas de correr y casi no permitía que Silvia soltara el cierre. Cuando consiguió hacerlo fue un visto y no visto. Seti se lanzó a una frenética carrera, haciendo quiebros, frenando y acelerando, volviendo a la carga contra ella y esquivándola en el último momento para regodeo de la muchacha. De pronto, el Setter se paró en seco y levantó las orejas y el hocico, como si algo le hubiera alertado. Silvia miró en la dirección que venteaba el perro pero no vio nada. El parque estaba poco iluminado y a aquellas horas era ya noche cerrada. Además la niebla se estaba echando sobre el pueblo y las únicas farolas que se mantenían encendidas no alumbraban prácticamente el suelo a sus pies.

El perro se lanzó a una vertiginosa carrera, adentrándose entre los árboles. Silvia aún lo veía cuando se paró de nuevo.

—¡Seti! —llamó con voz cortante—. Ven aquí.

Sin embargo, éste pareció no oírla y se introdujo aún más en la espesura. Ella le llamó otras dos veces sin obtener respuesta. Ya no le veía pero no quería ir a buscarle porque el suelo estaba embarrado y se mancharía las botas. Oyó un ladrido pero no un ladrido normal; era como un ladrido temeroso y muy a su pesar, comenzó a caminar en aquella dirección. Los ladridos se hicieron insistentes y Silvia se asustó. Algo le pasaba a su perro. Aceleró el paso en dirección a donde escuchaba el escándalo, corriendo ya, cuando tropezó con la raíz de un castaño y cayó al suelo con tan mala fortuna que se golpeó la cabeza contra una piedra y perdió el conocimiento.

Cuando abrió los ojos, se incorporó y  pudo darse cuenta del desastre. Tenía los pantalones y la pelliza manchados de barro, le dolía enormemente la cabeza y tras llevarse la mano a la frente comprobó que se había hecho una herida. Para colmo su perro seguía sin aparecer. Se habían apagado todas las farolas y la oscuridad era total.                      Iba a llamar a Seti cuando escuchó el ruido de alguien que se acercaba a la carrera. Ya estaba pensando en la reprimenda que iba a echar al perro cuando, sin darle tiempo a girarse, algo chocó contra ella arrojándola de nuevo al suelo. Allí, tumbada pudo ver al culpable de su nueva caída: se trataba de un muchacho algo mayor que ella, vestido casi como el “Peter Pan” que recordaba de los cuentos, con el pelo enmarañado y cara de pocos amigos.

—Radjha: ¿qué haces aquí? —le dijo mirándola con asombro—. Y, ¿de qué vas vestida?

Silvia no comprendía. Permaneció quieta, mirando al extraño chico sin poder articular palabra.

—No te quedes ahí, alelada o te cogerán las bestias. Tengo a cuatro pisándome los talones. ¡Corre!.

 Entonces, sin pensárselo dos veces, arrancó a correr pero se detuvo a los pocos pasos al comprobar que Silvia no le seguía.

—¿Qué pasa, Radjha? ¿es que no me has oído? —se acercó otra vez y la tomó de la mano— Corre o nos pillarán Silvia iba a decir algo cuando unos estremecedores gruñidos le pusieron los pelos de punta. No sabía qué podría ser pero estaba segura de que no se trataba de nada bueno. El otro le miró intensamente y Silvia vio en sus unos ojos de gato de color casi amarillo, una expresiva mirada. Instintivamente echó a correr pero él corrigió su dirección, tirándole de la pelliza.

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