—¿Qué ocurre? —preguntó.
—¿Por qué vas vestida de esa manera, Radjha? ¿Dónde has estado?
—Vamos, Twhort —protestó Gheywin—. Déjanos pasar.
El tal Twhort le miró con cara de suficiencia y abrió la puerta entrando en la otra sala y cerrando tras de sí. Salió al cabo de un minuto.
—Podéis pasar.
Cuando lo hicieron, Silvia se quedó impresionada por el lujo que llenaba la estancia. Ésta, de forma ovoide, estaba iluminada suavemente con luces situadas tras unos cristales móviles de diferentes colores. A la derecha de Silvia se veía una fuente de la que manaba un líquido que cambiaba de color con los efectos de la luz. Unas jóvenes tocaban una dulce melodía con tres tipos diferentes de arpa mientras otras personas ataviadas con lujosos trajes hablaban en corros. Al fondo se veía una especie de trono en el que estaba sentada una mujer. A uno de los lados de ésta, una imponente pantera reposaba sobre una estera y al otro, un hombre, de pie y medio inclinado hacia el trono, hablaba con su ocupante.
Los dos niños se quedaron durante unos instantes al lado de la puerta. Gheywin tiró con suavidad de la manga de Silvia y le dijo en voz baja. —Radjha, ya sé que no debería decirte esto pero como estás tan rara… bueno, no olvides la reverencia. Haz lo que yo.
Silvia asintió. En ese momento, el hombre que estaba inclinado ante el trono miró en su dirección y eso hizo que la mujer hiciera lo mismo.
—Acercaos —dijo ésta, solemne.
Ellos hicieron lo que les mandaban mientras cesaba la música y todos los presentes dejaban sus ocupaciones para contemplar a los recién llegados. Cuando estuvieron a pocos pasos del trono, Gheywin se detuvo e hizo una ligera reverencia. Silvia hizo lo propio.
—Radjha —exclamó, altiva, la mujer— ¿Dónde has estado? Ya me habían dicho que vestías con unas ropas extrañas pero se habían quedado cortos. ¿Quieres explicarte?
—No sé que voy a explicar —respondió Silvia y Gheywin se puso colorado hasta parecer que iba a explotar.
El que estaba junto al trono miró severo a Silvia.
—¡Mantén el respeto, muchacha! O ¿acaso has olvidado las normas de cortesía que te obligan?
—Radjha tiene problemas —protestó Gheywin—. No se acuerda de nada. —Hablarás cuando se te pregunte —cortó tajantemente la mujer—. No sea que vaya a reinar la anarquía en nuestro pueblo. ¿Es cierto que has perdido la memoria?
—Si de lo que me tengo que acordar es de cualquier cosa referente a la tal Radjha, debo decir que sí. Yo no me llamo Radjha. Mi nombre es Silvia y no vivo aquí, ni tan siquiera sé cómo he llegado a su país. Ustedes me deben de confundir con otra persona.