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—Antes has dicho que había vuelto. ¿De dónde?


—Shat te encargó hace un mes la misión de concertar una entrevista con tu padre. Te fuiste sola, rechazando la escolta, lo que provocó ciertas suspicacias en Mascoldin. Creo que te hizo seguir y que él es el responsable de tu herida. ¿Nada de esto te suena?


Silvia negó con  la cabeza, desanimada.


—Será mejor que te acuestes. Mañana continuaremos.


—Pero —se quejó Silvia—… yo… tengo que irme.


—No podrás salir de aquí así que hazme caso y descansa. Voy a retirarme y mañana temprano regresaré. ¿De acuerdo?


Silvia asintió. Cuando Gheywin salió de la habitación, se recostó en la cama. No podía dormir pero al final, tal vez por el propio golpe recibido, por el cansancio o por las dos cosas, se quedó profundamente dormida. Pasaron los dos siguientes días intentando recordar, para desesperación de Gheywin que no conseguía progreso alguno con Silvia. Ésta, sin embargo intentaba memorizar cuanto podía con vistas a su futuro careo con los Magistrados. De cualquier manera no sirvió de nada puesto que tras el examen al que la sometieron y que realizaron bajo hipnosis, Silvia fue condenada a muerte por traición. Tanto ella como Gheywin quedaron abatidos con la sentencia. A Gheywin le fueron prohibidas sus visitas a las habitaciones de la chica de manera que decidió urdir un plan...


Silvia paseaba nerviosa por su habitación. Parecía estúpida la manera como se había metido en aquel lío. Hacía tan poco tiempo que tan sólo estaba preocupada por que Julen le prestara un poco de atención… Sin embargo, ahora, peligraba su propia vida. No se lo podía creer. Tenía que estar soñando pero... no: aquello era real. Tan real como que ese mismo día la iban a ejecutar.  Se desesperaba. Escuchó un golpe tras la puerta y se puso en guardia al tiempo que un cosquilleo le subía por el estómago. Prestó entonces más atención y pudo ver cómo se movía el pomo. Sintió miedo cuando se abrió la puerta. Supuso que venían por ella y se preparó para defenderse pero quien apareció bajo el umbral fue Gheywin. En cuanto entró, se colocó un dedo en los labios y dijo en susurros:


—¡Ayúdame, Radjha! Vamos a meter dentro a estos dos. —Sé de mí todo lo que debo saber —respondió en voz demasiado alta—. Me llamo Silvia, no vivo aquí, he perdido a mi perro y me estoy cansando de esa Radjha y de toda esta gente, ¿entiendes?

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