—La que tienes que entender eres tú. ¿Es que no te das cuenta de que si no recuerdas pronto quién eres y explicas cómo has vuelto con esa pinta, puedes acabar decapitada? ¿no te das cuenta de que no tienes ninguna posibilidad con tu obcecación? Bastante esfuerzo me ha costado conseguir el permiso para verte, así que no seas obstinada y colabora conmigo. ¿De acuerdo? Nadie más que yo podrá salvarte.
Silvia tragó saliva. Era posible que se encontrara en un lío más serio del que imaginaba.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó.
—Lo mejor será que me digas qué sabes de Radjha.
—Ya te he dicho que no sé quien es esa Radjha.
—Bien, pues yo te lo diré para ver si así recuerdas.
El chico tomó aire y continuó hablando.
—“Eres la hija de Glhor, Señor de Zenitha. Shat, la Señora de Undhia, la que estaba en el trono, es tu tía. Ella y su hermano Glhor son hijos de Ridihwn, el último gran rey de Goljia, el que aparece en ese retrato. La que está con él era su esposa, es decir que ellos fueron tus abuelos.” Silvia se estremeció de sólo pensar en semejantes bestias.
—¿Adónde vamos?
—No lo sé. Primero nos alejaremos tanto de los soldados como de los iskhares e intentaremos ganar tiempo hasta que puedas recordar. Hay una zona al norte, en el límite de la antigua Goljia y de Ishkar, que está poco poblada y menos vigilada. Más al norte están las tierras inhóspitas donde viven las tribus obanas rebeldes y nadie quiere acercarse por allí. Tardaremos tres días en llegar. ¡Oye, Radjha!: tienes que volver a ser tú misma. Ahora estamos en una situación muy delicada. No te quiero presionar pero tienes que intentarlo.
—Ayúdame tú —respondió ella—, aunque no creo que nada de lo que me digas me haga cambiar.
—Bien. Empezaré por el principio. El mundo en el que vivimos se llama Mendh—Yetah…