El amanecer llegó lentamente al campamento obano como si el frío de la noche no quisiera despegarse de las tierras inhóspitas. En la tienda de Gheywin aún crepitaban las brasas pero éste sintió un escalofrío cuando despertó. Salió al exterior envuelto en una tupida piel de showir. La niebla cubría todo el asentamiento dando un aspecto espectral al mismo. Sin embargo había mucha vida entre aquel grupo de nómadas. Gheywin estaba impresionado por la fortaleza y determinación del pueblo de Obán. No los imaginaba así. Las historias que corrían de boca en boca en Goljia hablaban de los obanos como un pueblo de miserables pastores, tan animales como los showires que cuidaban. No obstante, aquello no era lo que Gheywin veía. Los obanos eran un pueblo recio pero amable, áspero pero en absoluto cruel, sin lujos pero no sucios, trabajador aunque gustaran de gozar de sus ratos libres contando historias y haciendo sonar sus instrumentos. Los niños parecían felices sabiéndose protegidos en el seno de la tribu. Gheywin empezaba a pensar que Mendh-Yetah había perdido mucho al separar tanto las castas. La convivencia en igualdad habría podido enriquecer enormemente tanto a los obanos como a las castas nobles.
Se alejó del centro del campamento, hacia la zona donde pastaba el ganado. Varios grupos de niños pululaban entre los animales, separando a los que debían ser ordeñados. Los pequeños obanos miraban a Gheywin con una mezcla de temor y curiosidad, manteniéndose siempre a una distancia prudencial del undhiano. Éste se maravillaba de la seguridad con que aquellos niños apacentaban a unos animales que les sacaban más de metro y medio de altura. La habilidad con que manejaban las varas de arreo permitía adivinar a los expertos guerreros, diestros con la espada, que serían cuando cumplieran los dieciséis años.
Mientras paseaba entre el ganado, Gheywin inspeccionó aquella zona. Le pareció adecuada para escapar del campamento. Era consciente de que no estaba seguro entre los obanos. Una cosa era ser bien aceptado por Ruán pero había gentes en el campamento que le odiaban por su condición de noble. Además, Gheywin sentía que su destino estaba fuera de allí. Recordó las palabras del Primero: “así que no viste morir a la princesa Radjha”. Por un momento, un destello de esperanza pasó fugazmente por su mente. “Tal vez no estuviera muerta. Acaso aún pudiera hallarla en los bosques lindantes a las tierras inhóspitas, allí donde la perdió de vista”. Regresaría. En cuanto tuviera ocasión, se dirigiría hacia el sur, se aferraría a esa mezcla de ilusión y deseo de que Radjha estuviera viva. La voz de Ruán le sacó de su ensimismamiento.
—Estás lejos del campamento —dijo éste—. Los showires pueden ser peligrosos. Mira aquel más alto que el resto. Es un semental. Si sospecha que quieres apropiarte de sus hembras, te atacará y hay que saber defenderse de un showir celoso. Puede matarte en segundos. ¿Quieres tomar el desayuno conmigo? En mi tienda nos esperan unos exquisitos frutos silvestres. Un privilegio para esta época del año.
—Me sorprende tu pueblo, Ruán. Vuestros niños crecen fuertes pero el contacto con los animales y con las condiciones de vida tan extremas no les convierte en seres brutales. Todo lo contrario.
—Todas las historias que unos pueblos cuentan de otros están sujetas a mentiras y exageraciones. Creo que nada hay de diferente entre un noble y un obano. Por eso estás aquí y estás vivo.
—¿Por cuánto tiempo?
—Estás bajo mi protección.
—Preferiría ser libre.
Ruán se mantuvo en silencio unos instantes mirando a los ojos del undhiano.
—¿Aceptas mi invitación?
—Sí.
Alguien, oculto entre el rebaño, escuchaba la conversación. Cuando la pareja se hubo alejado, se dirigió a la tienda de Stihán.
Gheywin había pasado el día holgazaneando por el campamento obano. Aparentemente, curioseó cuantas actividades de sus moradores le permitieron. Así, pudo disfrutar de los kertches, sabrosos y nutritivos pasteles hechos a base de queso de showir. También visitó los hornos en los que se forjaban las afiladas armas obanas. Guardó en su memoria cuantos detalles pudo sobre su almacenamiento, con vistas a la fuga que pensaba llevar a cabo esa misma noche.
Aunque vagaba libremente gracias a las instrucciones que los guardianes habían recibido del propio Ruán, pudo comprobar que era observado, espiado diría mejor, a cierta distancia. Por esa razón actuó con discreción cuando husmeaba por las zonas de los diferentes gremios de la aldea. Conversó con los carpinteros que construían extrañas máquinas de guerra, con los maestros instrumentistas que practicaban hipnotizadores sones con los tambores de guerra, con las mujeres que elaboraban tejidos fuertes entremezclando finas hebras de metal con hilo recio de pelo de showir.
A media tarde ya tenía una idea bastante completa sobre sus necesidades para la huida y dónde conseguir cuanto precisaba. Para no despertar sospechas, aceptó la invitación a cenar que le hizo Ruán. Para su sorpresa, en la tienda se encontraba también Stihán acompañado de varios de sus compañeros de armas. Gheywin fue prudente haciendo caso omiso a todas las provocaciones de que fue objeto y se retiró temprano aduciendo que deseaba madrugar para continuar conociendo el campamento y a sus gentes.
Ya en su tienda, no se dejó llevar por la ansiedad y se obligó a dormir un par de horas hasta que el campamento estuviera tranquilo y desierto.
Algo después de medianoche se asomó al exterior. A la luz azul verdosa de las lunas de Mendh—Yetah no vio que hubiera ningún centinela en las proximidades. Se dirigió sigilosamente, ocultándose en las sombras que proporcionaban las tiendas, hacia el almacén de las armas. Cuidando de no ser visto por la escasa guardia que vigilaba la zona, eligió una lanza, una espada corta, una daga y una honda. Además tomó un peto y protecciones para las muñecas. Más tarde, en el almacén de alimentos, cargó un zurrón de kertches y tomó una cantimplora que llenó de agua. Después se dirigió hacia el sur pasando entre el rebaño de los grandes rumiantes que pastaba despreocupadamente, teniendo mucha precaución de no despertar recelo entre los aislados e irascibles machos. Casi cuando estaba a punto de salir de los límites del campamento, se dio cuenta de que no llevaba ungüento. Se recriminó mentalmente su descuido pero no regresó a buscarlo. “Tendré que arreglármelas sin él —pensó”.
Andando primero y a la carrera después, en una hora había puesto una decena de kilómetros de por medio entre él y la aldea obana.
Silvia y Rhwima partieron tras unos breves preparativos. Grag, el buitre de la bruja, sobrevolaba el paraje por el que ellas caminaban, siempre atento a cualquier imprevisto. Por contra de lo que pudiera parecer, Rhwima marchaba a buen paso, aunque moviendo torpemente su ajada figura lo que no dejaba de divertir a Silvia. Aquella se dio cuenta.
—¿De qué te ríes? Habrá que verte a ti dentro de unos años, cuando tengas mi edad..., si es que llegas.
—¿Dónde vamos?, quiero decir ¿Sabe dónde vamos exactamente?
—¡Claro que lo sé, impertinente! Bueno, realmente, no sé dónde encontrar a Rhunwer pero existe un sexto sentido entre las brujas de Iskhar que nos permite encontrarnos cuando así lo deseamos, así que confía en mí porque, por otra parte, no tienes a nadie más en quien confiar.
—¿Por dónde queda el norte? —insistió Silvia.
—Vamos hacia el norte, mocosa y no hables si no vas a decir más que impertinencias.
Silvia sonrió procurando que la otra no le viera. Apretó el grow de Uhrima en su bolsillo y continuó caminando sin decir palabra. Aunque el sol estaba alto, hacía frío. Miró hacia arriba. El buitre se había adelantado tanto que sólo era un punto en la lejanía. Sin embargo, al cabo de un rato, regresó graznando con gran alboroto. Rhwima escrutó el horizonte y se paró.
—Whorgos —dijo—. Vamos a detenernos un rato.
—Si nos ven, nos matarán —se quejó, temerosa, Silvia—. Deberíamos escondernos.
—Los whorgos tienen muy mala vista. Peor que la mía. Si consigues quedarte quieta, por cerca que los tengas, no te verán. Pero no debes moverte, casi ni respirar ¿entiendes?
—No sé si podré...
—Tu vida depende de ello. De todas formas, Grag se encargará de despistarlos. Él sí que se moverá. Sentémonos aquí —dijo, señalando unas piedras en las que se apoyaron—. Mantente sentada y oculta tu cabeza contra tu pecho para que las bestias no sientan tu respiración. Intenta convertirte en piedra, como una de estas rocas.
El hedor de los whorgos se hacía insoportable. Las bestias sabían que allí había una o varias presas pero no podían distinguirlas. Hozaban, husmeaban, gruñían, rascaban el suelo con sus garras, se relamían con escándalo pero no daban con Silvia ni con la bruja quienes, inmóviles, confiaban en que aquel estado les librara de una horrible muerte. A pesar de la baja temperatura, Silvia sudaba pero no se secó las gotas que resbalaban por su frente. No se atrevió ni tan siquiera a mover los ojos cuando escuchó un batir de alas a su derecha.
Grag, el buitre de Rhwima, se había posado a unos veinte metros de las fieras y aleteaba con la esperanza de que los whorgos perdieran interés en su búsqueda y se concentraran en él. Su intento tuvo el resultado esperado. Los whorgos se lanzaron a una feroz carrera contra el ave, rugiendo de saña. Grag les esperó hasta que casi estuvieron encima y entonces remontó el vuelo para pararse a escasos treinta metros. Allí graznó cual si su chillido fuera una risotada, una befa de las impotentes alimañas que, de día, no poseían la agudeza sensorial que tan temibles les hacía después de la puesta del sol...
Así, los whorgos, intentando capturar a la presa que intuían, a la que habían visto aletear una y otra vez, a la que habían oído graznar de forma tan desagradable, se alejaron a cada acometida del verdadero botín, de las dos indefensas viajeras que no habrían podido hacer nada para evitar una horrorosa muerte.
Una vez descubierta la fuga, se desató un gran alboroto en el campamento. Ruán pidió ser recibido por el Primero de Obán. Cuando entró en la tienda, su hermano Stihán ya se encontraba allí.
—Supongo que ya te habrás enterado —dijo éste.
—Hace un momento. Le cogeré.
—Nada de eso. Ahora seré yo quien vaya por él —Stihán se adelantó levantando la voz a la vez que miraba a su padre esperando aprobación—. Ya tuviste oportunidad de usar tus métodos. ¡Ruán, el inteligente, el dialogante! Podrías parecer casi un noble. Pero, no. Un noble no se comporta ni la mitad de bien que un hombre de las estepas. Nunca debimos confiar en él. Ahora estará corriendo a Goljia o, ¿quién sabe? tal vez a Iskhar, para delatar nuestra situación. Y no sólo eso. Dirá también que somos fuertes, que nos preparamos para la guerra y que podemos ganarla. Cuando los nobles lo sepan, se unirán contra nosotros y nos aplastarán porque aún no estamos preparados. Yo iré, Primero. Concededme diez guerreros y traeremos ante vuestra tienda la cabeza del goljiano.
—No seas estúpido, Stihán —replicó su hermano—. Ha huido, sí. Pero cualquiera haría lo mismo. Anoche empezaba a comprender...
—Te engañó, Ruán. Acéptalo. Confiaste en él, en ti mismo y se rió de ti.
—No es cierto. Comenzaba a entender nuestra razón y la injusticia que muestra casta ha sufrido siempre. No debió escapar pero si le matamos no sabremos muchas cosas que pueden sernos de utilidad. Deja que me ocupe yo, Primero. Le encontraré y regresaré con él.
—Cuando vuelva estará muerto —sentenció Stihán.
—No...
—¡Silencio! —la enérgica orden de Ari-Sihán se impuso a la vehemencia de los dos hermanos—. No toleraré que mis dos hijos discutan como niños una decisión que sólo a mí corresponde tomar. Dije que esperaríamos en el asunto del goljiano y permití que Ruán le mostrará que nuestros modos no son salvajes como se dice en las tierras de los nobles. En lugar de valorar nuestra hospitalidad, costumbre sagrada en Obán, roba y huye. Podríamos incluso capturarle y darle otra oportunidad —hay a quien le cuesta aprender—, pero no está bien que uno de mis hijos disponga por dos veces consecutivas de la ocasión de hacer valer su razón y el otro, de ninguna. Stihán: parte cuanto antes con cinco guerreros y trae la cabeza del noble. Mientras tanto, Ruán, permanecerás en el campamento. Darás orden de que las ocho décimas partes de nuestras mujeres y todos los niños y ancianos marchen hacia el norte por si nos atacaran los nobles. Permanecerán en los campamentos de verano hasta nuevo aviso. Tú mismo supervisarás los preparativos. La totalidad de los guerreros reforzarán nuestras defensas. Además, enviarás emisarios a todas las tribus aliadas para que concentren aquí sus ejércitos. No tengo nada más que decir.
Stihán miró, desafiante, a su hermano, se giró y salió de la tienda a grandes zancadas. Ruán permaneció estático unos segundos. Después se inclinó y se retiró.
Fuera, respiró hondo el frío aire de la estepa, y caminó lentamente sin un rumbo fijo. Se lamentó de no haber tenido más cuidado. Debería haber sido más precavido. Ahora, el goljiano sería alcanzado y ejecutado por su belicoso hermano y él no podría hacer nada para impedirlo. Pensando en esas cosas, no se percató del personaje que se había colocado a su lado.
— Los fracasos pueden ser la antesala del éxito —dijo el otro.
Se trataba de un anciano de aspecto respetable. Su largo y cano pelo caía sin mucho orden sobre sus hombros. Llevaba una especie de gorro de lana de Showir y un abrigo de piel del mismo animal. Sobre éste, se veía el símbolo de las tres lunas, atributo del Primer Sacerdote de Oban. Comenzó a caminar al lado de Ruán a paso lento por lo que éste aminoró el suyo.
—Te saludo, Venerable —respondió Ruán—. Es raro verte a estas horas.
—Los tiempos también lo son. Dijo un sabio que, por necesarias que sean algunas cosas, no siempre salen a la primera.
—Si, Venerable, pero en este caso no habrá segunda oportunidad.
—Los jóvenes tendéis a ser categóricos. Además, a menudo os dais por vencidos con mucha facilidad. Pero hay que mirar siempre un poco más allá.
—No comprendo...
—Ya comprenderás. No seas impaciente. Tú deseas partir en busca del goljiano.
—Sí. Pero no puedo hacerlo. Mi padre..., el Primero, me lo ha prohibido.
—Hay asuntos en los que ni el Primero de Obán tiene privilegios. Voy a hacer algo, Ruán: Te ordeno que te aísles en la estepa y que medites durante cinco días y cinco noches. Hasta entonces no regreses. El Primero no pondrá objeción.
Ruán puso una rodilla en tierra y besó la mano del sacerdote. Así fue como los dos hermanos partieron en una carrera contra el tiempo. La suerte de Gheywin dependía de quién fuera el primero en encontrarlo.
Silvia aún no se atrevía a levantar la vista cuando se dio cuenta de que la bruja había comenzado a caminar.
—¿Acaso has decidido montar ahí el campamento? —dijo ésta, con sorna—. Grag ha llevado a esas malolientes bestias tan lejos que no encontrarán la pista de nuevo. Lo hiciste bien, muchacha. Si te hubieran descubierto no habría podido hacer nada por ti.
Silvia tomó sus cosas y echó a correr hasta ponerse al lado de la vieja.
—He tenido miedo...
—¿Miedo, dices? Terror es lo que hay que tener a un whorgo. Es la criatura más cruel que habita en Mendh—Yetah. Sólo los brujos de Iskhar les superan en crueldad. Teme a los whorgos y disfrutarás de una larga vida. Grag vendrá enseguida. Bueno, cuéntame: así que no te fue muy bien con el tal Julen...
—No.
—¿Qué ocurrió?
—Nada importante...
—Tuvo que ocurrir algo importante para que quieras borrar su marca de tu muñeca.
—Que no era como yo esperaba, nada más.
—Y ahora quieres borrar el símbolo...
—Sí. Usted podría...
—Cómo sois las jóvenes. Al primer desengaño apartáis el amor de vuestras vidas. ¡Ya no quiere la marca! Prefiere que rompa el hechizo. ¿No sería mejor cambiarlo por otro? ¿Qué tal una B?
—Preferiría no tener ningún tatuaje.
—Está bien niña, lo que prefieras. No tienes por qué enamorarte más.
—No quiero decir eso. Tal vez me enamore en otra ocasión.
—Ya. Tal vez...
—¿Me lo quitará?
—¿Quitártelo? ¿Por qué iba a hacerlo?
—Usted acaba de decir...
—No he dicho nada que me comprometa. Sólo que acepto que prefieras perder el tatuaje.
—Entonces ¿no me lo quitará?
—¿Qué me darás tú a cambio?
—No sé qué podría darle.
—¿Tal vez el grow de Uhrima?
—No puedo dárselo. Prometí devolverlo.
—Ya sé que prometiste devolverlo. ¡Qué manía tienes de recordarme las cosas! Pero acaso me lo entregues. Todo depende de qué necesites más: mantener una promesa o perder un tatuaje...
Silvia no tuvo ni que preguntárselo a sí misma. Ella nunca faltaría a un compromiso. Decidió que la tal Rhwima era una cascarrabias y dejó la discusión del tatuaje para más adelante. En seguida escucharon el graznido de Grag y Silvia se alegró de oírlo. Pasó rápidamente y a baja altura por encima de sus cabezas y se dirigió hacia el frente hasta que no fue más que un punto en la lejanía.
—¿Ves aquellas montañas, niña?
—Sí.
—Hubo un tiempo, hace muchos años, que una muy influyente y poderosa bruja Iskhar tuvo que huir y refugiarse en ellas. Sus enemigos lo supieron y enviaron perseguidores tras su pista. Todos ellos, sin excepción dieron con su rastro pero ninguno se atrevió a llegar hasta el final. Se acercaron mucho a su refugio. Algunos dijeron, incluso que la habían visto o, más bien, que habían visto una figura tocando un arpa destellante con un sonido tan fuera de la realidad que inspiraba paz y terror al mismo tiempo. Cada vez que los perseguidores fracasaban y regresaban al reino Iskhar , los brujos les castigaban y enviaban a otros en su lugar. Así una y otra vez hasta que decidieron que quizá Rhunwer no deseaba salir de las montañas. Acertaron o no. Aún no se sabe. Es posible que haya llegado el tiempo de que la gran Rhunwer regrese a su pueblo. Lo sabremos cuando la encontremos.
—¿Tardaremos mucho en llegar?
—Dos días si no hay novedad.
Los dos guardianes separaron sus picas e hicieron una temerosa reverencia cuando Mascoldin entró en el salón ovoide en el que se encontraba, melancólica, la reina Shat. Se escuchaban los suaves sones de una pieza supuestamente destinada a elevar el ánimo de la soberana. La habían elaborado los Magistrados debido a la depresión que atormentaba a ésta. Sin embargo, por indicación del pérfido consejero, el efecto que conseguía era exactamente el opuesto. Mascoldin, al ver el aspecto de Shat, sonrió imperceptiblemente. Se acercó al trono y se sentó al lado de la reina.
—¿Traes alguna noticia? —dijo ésta sin levantar la vista.
—Sí, Señora. Y bien trágica.
—Habla.
—Se trata de Radjha. Una patrulla capturó a un grupo de obanos. Dicen que la princesa ha muerto.
—¿Muerto? —Shat no pudo ocultar la impresión.
—Los rumores son confusos. Al parecer, cuando escaparon, se dirigieron a Zenitha, a la corte de Glhor. Éste, sin embargo, mal aconsejado por su última esposa, de quien dicen que tiene tratos con los Iskhares, permitió a los brujos dar con su pista y capturarla. Sin embargo, los brujos no la capturaron sino que enviaron una horda de whorgos contra ella. También se dice que Gheywin se salvó del ataque por lo que podría ser que el muchacho sea también un traidor.
Shat se abatió en su asiento y ocultó el rostro con sus manos. Estuvo así, postrada, durante un buen rato. Ordenó callar a las arpistas y que se desalojara la sala. Todos los presentes excepto la guardia de la reina salieron de la estancia. Shat hizo que éstos también salieran y se quedó a solas con Mascoldin. Al principio no dijo nada e intentó sondear la mente de éste sin encontrar ningún indicio de engaño. El consejero captó el sondeo pero estaba preparado. Sabía que una dama del linaje de Shat nunca confiaría ciegamente en nadie. De cualquier manera, el estado depresivo que atenazaba la mente de la reina no le permitía ser demasiado sagaz. Cuando Shat estuvo convencida de que no había peligro, dio a Mascoldin instrucciones bien detalladas sobre lo que debía hacer.
—Quiero que seas mi embajador en la corte de mi hermano Glhor. Le citarás a una entrevista conmigo en un lugar neutral. No quiero que sepa que estamos enterados de la suerte de su hija ni que sospechamos de él. Acudiréis al Santuario dentro de una revolución completa de las lunas y Glhor no llevará más que una escolta de parlamento. Yo haré lo propio. Partirás inmediatamente.
Mascoldin hizo una reverencia y salió de la sala concentrado en las órdenes de la reina. No se relajó hasta llegar a sus aposentos. Entonces sonrió abiertamente. Su plan marchaba por buen camino y pronto mandaría sobre todos los goljianos. Su dinastía sería larga y gloriosa. Tomó una pieza de fruta de la mesa y la comió lentamente.
Gheywin despertó algo desorientado. Se había detenido a dormir un rato. Pensaba haberlo hecho durante una cuatro horas pero no pudo relajarse. Además del frío extremo y de saberse perseguido, estaba preocupado porque no llevaba ungüento. Esas complicaciones le impidieron conciliar el sueño. Sin embargo, al cabo de unas tres horas en vela, se durmió profundamente y ahora, una vez hubo despertado, no sabía durante cuánto tiempo había estado durmiendo. Miró hacia el sol para orientarse y calculó que lo había hecho durante unas siete horas por lo que dedujo que estaba en peligro.
Recogió sus pertrechos y se dispuso a reanudar la marcha. Antes echó un vistazo hacia atrás, entre la niebla que cubría la inmensa llanura. Por un momento le pareció ver a lo lejos una figura solitaria pero no estaba seguro. Comenzó a andar, ahora hacia el suroeste, hacia las montañas que se veían a lo lejos. Si no se equivocaba, en el extremo oeste de esas montañas se encontraba el paraje donde había desaparecido Radjha.
Al cabo de una hora de marcha miró de nuevo hacia atrás. La niebla parecía no querer levantar. Esta vez no vio nada y eso le tranquilizó. Se concedió cinco minutos de descanso y bebió un sorbo de agua. Hasta ese momento no se había percatado de la total ausencia de sonidos indicadores de vida. Entonces Gheywin se sintió sólo y desamparado en aquel mundo hostil, en las tierras inhóspitas y recordó con nostalgia aquellos días de felicidad, en Undhia, con Silvia, creciendo y aprendiendo. Ahora todo aquello había cambiado. Era como si hubiera crecido de repente, como si ya le estuviera vedada la niñez. Cuando decidió reemprender la marcha, escrutó nuevamente el horizonte y entonces vio la figura con más nitidez. Decididamente, alguien le seguía. Apuró el paso pero enseguida notó que el cansancio no le permitiría mantener un ritmo intenso.
Pensó que tal vez no fuera un perseguidor, que la casualidad podría haber hecho coincidir los caminos de dos viajeros. Deseó que así fuera y a punto estuvo de esperarle. De cualquier manera, no lo hizo y, tras otra hora de caminata, se detuvo para comprobar si aún mantenía la distancia.
No sólo no la mantenía sino que ésta se había acortado considerablemente. Gheywin no perdió los nervios. No podía reconocer a su perseguidor puesto que el sol, que empezaba a asomar entre la niebla, le daba en los ojos. Miró hacia delante y localizó a lo lejos, una pequeña elevación del terreno. Se dirigió a ella. Cuando llegó, miró disimuladamente hacia atrás. Ya se apreciaba con bastante nitidez la silueta del otro pero aún no podía reconocerlo. Calculó que llegaría hasta donde él se encontraba en una media hora, así que se ocultó tras una roca y esperó. Más o menos en ese tiempo escuchó las pisadas y pudo imaginárselo subiendo el promontorio. Se asomó con cuidado de no dejarse ver y entonces pudo reconocer a Ruán. Iba armado y subía con decisión la ligera pendiente.
Gheywin le dejó pasar. El obano miró al frente desde la cima y se puso en guardia cuando no vio a nadie.
—¿Me buscabas? —preguntó Gheywin, dejándose ver.
—Al huir has puesto en entredicho mi honor, noble Gheywin.
—Nunca te prometí que no escaparía.
—Pero yo te di mi confianza...
—Y, ¿ahora?
—Regresa conmigo.
—No lo haré.
—Repararás mi honor... y el tuyo.
—A nadie debo demostrar nada y menos a ...
—¿Tal vez quieres decir a alguien... inferior?
—No. No ha sido eso lo que he querido decir.
—Regresa y nadie tendrá en cuenta tu huída.
—¿Y si me niego?
—Te obligaré a venir conmigo.
—Sé defenderme, Ruán.
—Tu poder mental no te servirá conmigo. Tendrás que luchar.
—No temo a nadie.
—No lo dudo pero agradece que he sido yo quien te ha encontrado. En estos momentos mi hermano dirige una partida para darte alcance. Si te hubiera encontrado él, ya estarías muerto. Por fortuna he sido yo quien te ha hallado y tienes una oportunidad pero no sería bueno que alguno de los dos muriera o resultara malherido.
Gheywin sopesó esa frase. El resultado de una pelea entre ellos sería incierto y él había escapado por Radjha. Quizá aún estuviera viva. Pensó que si luchara con Ruán y muriera o quedara herido, no podría ayudar a la chica.
—Estoy buscando a Radjha —dijo—. Si aún vive, he de encontrarla.
—La buscaremos juntos. Ahora debes acompañarme.
Tras unos momentos de duda, Gheywin decidió que Ruán sería un buen compañero en la búsqueda por lo que resolvió no enfrentarse a él. Juntos, acordaron avanzar hasta el paraje en el que había desaparecido Radjha. La noche les sorprendió en las montañas y decidieron acampar. Recogieron algo de leña y se prepararon para dormir al abrigo de un buen fuego.
Cuando Ruán y Gheywin decidieron reanudar la marcha, no podían imaginar lo que se les venía encima. Fue Ruán el primero en darse cuenta de la proximidad de los cazadores. Hizo una seña a Gheywin y le indicó que cambiara de dirección. Éste comprendió inmediatamente que estaban el peligro e hizo lo que le indicaba su acompañante. Sin embargo, al instante sintieron otras presencias frente a ellos. Se detuvieron entonces y escrutaron el paraje donde se encontraban. Sólo les quedaba otra salida pero pronto cayeron en la cuenta de que estaban rodeados.
Desenvainaron las espadas casi al unísono y se colocaron espalda contra espalda, esperando el inminente ataque.
Éste no se produjo inmediatamente pero una flecha de la que no vieron su procedencia se clavó en el suelo a escasos centímetros de los pies de Gheywin.
Enseguida comprendieron que no tenían ninguna posibilidad, de manera que depusieron sus armas y esperaron.
Cuando sus asaltantes se acercaron pudieron comprobar que se trataba de una veintena de guerreros. Estaban cubiertos con pieles de showir, corazas de grueso cuero y cascos que no permitían ver sus ojos.
“Tal vez eso —pensó Gheywin— les sirva para mitigar el control mental de sus enemigos”. Su ademán era claramente amenazador, tanto que el muchacho temió por su vida. Ruán, sin embargo, se mantenía tranquilo.
—No nos matarán —dijo éste—. Son traficantes y nos quieren vivos.
—¿Traficantes? —Gheywin no conocía la esclavitud. En Goljia no era necesaria puesto que los obanos desempañaban las labores más esforzadas y menos gratificantes por voluntad propia gracias al control mental. Había conocido esa situación desde siempre y hasta ese día no le pareció que tuviera nada de inmoral.
—Sí —respondió Ruán—. Venden esclavos.
—¿Qué haremos?
—No tenemos ninguna opción. Si luchamos, moriremos. Es preferible dejarse atrapar e intentar escapar más adelante. Yo, por mi parte, ocultaré mi poder mental. Eso será una baza en el futuro.
Entretanto, el que parecía el jefe del grupo dio un paso adelante. Era un iskhar y, a diferencia de los otros, llevaba la cara descubierta. Le faltaba el ojo izquierdo y en su lugar llevaba un parche de cuero sujeto a la cabeza por unas tiras del mismo material. Una horrible cicatriz le surcaba esa parte de la cara. Se acercó a ellos y asestó a Gheywin un golpe con una porra en el cuello que le hizo caer al suelo. Cuando éste, aturdido, se levantó, le golpeó de nuevo y Gheywin perdió el conocimiento.
Le despertó un fuerte tirón en las muñecas y el dolor producido por las piedras del suelo al ser arrastrado por él. Se incorporó no sin dificultad y comprendió la situación. Tanto Ruán como él estaban atados por las muñecas a un carro tirado por dos enormes showires machos.
Estuvieron andando durante todo el día hasta que, por la noche, se detuvieron a descansar. Estaban ambos agotados y se tumbaron en el frío suelo, bajo el carro. Uno de los obanos de cara tapada les acercó un cuenco de agua. Bebieron escasamente unos sorbos y no les ofrecieron nada más.
A pesar del cansancio que acumulaban, la paz de la noche de Mendh-Yetah bajo sus lunas, una llena y creciente la otra, animó a los cautivos a cambiar impresiones con la esperanza de elaborar algún plan de fuga.
—¿Cómo estás? —Ruán, quien hablaba, soportaba mejor el esfuerzo físico. No en vano era un hombre de las estepas y estaba habituado a las largas caminatas.
—Puedo aguantar —repuso Gheywin.
—Escucha Goljiano: el iskhar que manda este grupo de mercenarios tiene un gran poder mental y no debe saber que yo también lo poseo. Para dentro de dos días tendría que estar de regreso en el campamento. Cuando vean que no vuelvo, saldrán en mi busca. Mientras tanto, reservaremos nuestras fuerzas y aprovecharemos el mejor momento para escapar.
—¿Dónde nos llevan?
—Sospecho que a las minas de Turmita de Arkhar. Se encuentran en el cráter de un volcán. No sé para qué sirve esa sustancia pero los iskhares la aprecian mucho y la consumen en grandes cantidades. Las condiciones de trabajo en las minas son infrahumanas y prácticamente nadie sale vivo de allí. De no ser porque nuestro pueblo desea mantener el secreto de su fuerza, habríamos atacado hace tiempo las minas y liberado a los desdichados que trabajan allí. Pero todo a su tiempo.
—Es terrible —interrumpió Gheywin—. Nunca hubiera imaginado que se obligara a trabajar a nadie por la fuerza y en condiciones tan pavorosas.
—¿Crees que es tan diferente a la situación de los obanos que trabajan en Goljia o en Iskhar influidos por el control mental?
Gheywin ya había estado pensando en ello desde hacía un rato y no dijo nada.
Has tenido suerte, noble. Si el iskhar te hubiera juzgado débil, ya estarías muerto pero cree que podrá sacar un buen precio por ti, de manera que reserva tus fuerzas porque también debes parecer útil a los regentes de las minas. Duerme por lo tanto ya que mañana, al alba, reemprenderemos la marcha.
La partida de Stihán llegó al campamento obano cuando ya era de noche. Tras despojarse de sus armas y lavarse del polvo del camino, éste se dirigió a la tienda de Ari Sihán. Dentro de ella, el Primero de Obán estaba reunido con el Venerable Primer Sacerdote. Cuando Stihán entró, miró al “hombre santo” esperando que saliera del recinto pero el Primero le indicó con una seña que permaneciera sentado.
—Habla, Stihán —dijo, solemnemente, el Primero.
—Poco hay que decir —respondió, altivo, éste—. Parece como la tierra se hubiera tragado al goljiano. Ni tan siquiera hemos hallado su rastro. Debimos matarlo cuando tuvimos oportunidad. ¿Quién sabe dónde estará ahora? Seguro que ha delatado nuestra posición.
El Primero permaneció en silencio. Stihán miró al Venerable y preguntó, receloso:
—¿Y Ruán?
—Marchó a meditar por orden del Venerable —respondió el Primero.
—Tú —dijo con énfasis— ordenaste que permaneciera en el campamento.
—Eso no importa ahora. Lo verdaderamente importante es que aún no ha regresado. En caso de querer permanecer más tiempo aislado podría haber mandado algún mensaje y no lo ha hecho. Descansa esta noche y mañana partirás en su busca. No tengo nada más que decir.
Stihán abandonó, malhumorado, la tienda de su padre. Odiaba la situación en la que se encontraba. Estaba seguro de que era a él a quien correspondía la primacía entre ambos y sin embargo su padre prefería a su hermano. Pensó con cierta vergüenza en lo que había hecho. Tal vez no debería haber enviado el mensajero a Undhia pero la envidia había sido más fuerte que su deber. Había creído firmemente que el goljiano tenía que morir y que si se hubiera ganado la complicidad de Mascoldin, entre ambos habrían podido derrotar a Iskhar. Después, ya se encargaría él de poner las cosas en su sitio. Imaginó entonces un mundo dominado por Obán y eso disipó todo sentimiento de traición.
Antes de retirarse, bebió un largo trago de licor y luego, otro y así hasta que cayó, ebrio, en el lecho.
—¿Falta mucho? —dijo Silvia, jadeando ligeramente—. Tengo hambre y estoy cansada.
—¿Cansada dices? —Rhwima miró, sarcástica a Silvia—. Las jóvenes no valéis para nada. A tu edad, yo no corría, ¡volaba! Y no me cansaba nunca...
—Eso es normal, usted es una bruja...
—Estás muy graciosa para estar tan cansada. Seré una bruja pero eso de que las brujas volamos es una superchería. Hacemos algo mejor que volar: viajamos con la mente. Posemos estar allá donde queremos ir mientras que el resto de los mortales tienen que conformarse con ver lo que está a un palmo de sus narices.
—Siento mucho el comentario pero ¿podríamos parar un momento? Estas piedras me están rompiendo los pies.
Ciertamente, el paisaje había cambiado mucho. Caminaban por un empinado y pedregoso camino y la temperatura había bajado considerablemente como consecuencia de la altitud.
—Pronto pararemos. El refugio de Rhunwer está a poca distancia de aquí.
Rhwima soltó una risita.
—¿Por qué se ríe? —preguntó Silvia.
—Me estoy imaginando la cara de sorpresa que pondrá cuando me vea.
—¿Por qué?
—Hace mucho tiempo que no nos vemos. Es una estrategia. Vivimos separadas para que no nos puedan atrapar fácilmente. Sólo así podremos cumplir con nuestra misión.
—Y, ¿cuál es esa misión?
—Algunas de nosotras estamos destinadas a participar en los grandes cambios que han de producirse en Mendh Yetah cuando llegue el momento. Por lo que me has contado de Uhrima, ese tiempo ha llegado ya. Por cierto, ¿cómo está Uhrima? ¿qué hace?
—Tiene un comercio de productos exóticos.
—Muy propio de una bruja. ¿Está muy vieja?
—No. Mucho menos que... —Silvia calló...
—¿Que yo? Muy amable.
—No quería decir eso.
.¿No?
—Bueno... sí, pero no quería ofenderla.
—Y no lo has hecho. Soy vieja desde hace tanto tiempo que no sé si he sido joven alguna vez. En realidad sí lo fui y no fea, por cierto. Entonces, recuerdo que me ilusioné con algún muchacho pero no tuve demasiado éxito. Era una chica, ¿cómo decirlo?...rara.
—¿Desde cuándo es bruja? Quiero decir, ¿cuándo lo supo?
—¿Que cuándo lo supe? No sé. Creo que desde siempre. Fue mi madre quien se dio cuenta pero no dijo nada. Ocurrió que por alguna razón supe que habría un terremoto. Después de que éste tuvo lugar, mi madre me miró de un modo especial. Ella sabía que debía comunicar el hecho a los Brujos de Iskhar pero también sabía que desde ese momento no me volvería a ver, de manera que calló.
Crecí entonces como una niña normal pero nunca me aceptaron igual que a loas otras niñas. No era como ellas.
Una mañana, durante una celebración religiosa, la Bruja Mayor de Iskhar me reconoció entre la multitud. Encargó a dos de sus sirvientas que me llamaran a su presencia y desde ese día pasé a formar parte del selecto grupo de Brujas de Iskhar. Por supuesto, jamás volví a ver a nadie de mis antiguas amigas ni tan siquiera a mi familia. Fue como volver a nacer en otro mundo...
—Pero —insistió Silvia— ¿cómo lo supo? ¿sólo por lo del terremoto?
—No. Había muchas más cosas. Adivinaba lo que había sucedido y lo que iba a suceder, sentía el dolor de los demás, veía lo que estaba pasando en otros lugares... Yo lo tomaba como sueños pero, obviamente, no lo eran. Más tarde, cuando me educaron, comprendí que podía hacer cosas más asombrosas aún.
—¿Como cuáles?
—Podía ir a otros sitios, ver qué estaba pasando en ellos, aprendía a mimetizarme con el ambiente de forma que nadie me veía, podía influir sobre otras personas como ese Julen, confundir la mente de animales y seres humanos ..., esas cosas.
—¡Bienvenidas a los dominios de Rhunwer!
La voz sonaba tras un recodo del camino y Silvia no podía ver quién hablaba aunque se trataba de una mujer adulta, tal vez anciana. Tras andar unos pasos, la vieron.
Se trataba, efectivamente, de una anciana de una belleza excepcional para su edad. Su blanco pelo estaba elegantemente arreglado en un moño, adornado con una brillante diadema. Vestía una sencilla pero hermosa túnica y lucía en sus muñecas sendos brazaletes dorados. Se apoyaba en un largo bastón de madera pulida y desprendía serenidad.
—¡Rhwima! —dijo—: no sabía si te vería de nuevo. Te conservas bien.
—No me halagues —respondió la aludida—. Tú sí que estás bien conservada. Nadie diría que eres más vieja que yo. ¿Ya ves qué buena compañía traigo?
—Sabía que vendría. Acércate, Radjha.
—Se equivoca, señora —respondió Silvia—. Yo no soy Radjha.
Rhunwer no se alteró. Miró a Silvia con benevolencia y abrió sus brazos en un gesto de acogida.
—Acércate —repitió.
Silvia iba a replicar pero decidió no hacerlo. Ya se estaba acostumbrando al empecinamiento de las gentes de aquel mundo. Se detuvo a escasamente medio metro de Rhunwer. Esta colocó sus manos en los hombros de la muchacha.
—Tienes buen aspecto, niña. Estás sana y fuerte. La espera ha merecido la pena.
—Rhunwer —exclamó Rhwima— Trae algo para ti.
—¿Qué es?
Silvia sacó el grow del bolsillo y lo mostró abriendo la mano. En aquel momento el grow destelló con un brillo indescriptible. Era como si Uhrima en persona estuviera allí y como si su aliento vital que era el grow se emocionara por el encuentro con su antigua compañera. Entonces pareció que Rhunwer fuera a decir algo pero se limitó a permanecer callada mirando aquel objeto como si la nostalgia se hubiera apoderado de ella. Después dijo:
—Seguidme.
Rhunwer vivía en una confortable caverna. La entrada quedaba disimulada por una gran roca dispuesta de manera que obligaba a entrar por una abertura lateral tras atravesar un espacio poblado de árboles. Una vez dentro, se gozaba de cierta amplitud. El suelo estaba allanado y recubierto por un adoquinado de piedra pulida. Había varios muebles de madera, toscos aunque sobrios y funcionales y, al fondo, un fuego bajo calentaba el lugar. El humo que producía salía al exterior por una abertura superior conectada al hogar gracias a un conducto elaborado en piedra.
Un ingenioso sistema de espejos traía la luz del día desde el exterior. Por la noche, la caverna se iluminaba con lámparas de aceite.
Cuando entraron, Rhunwer les indicó que se sentaran junto al fuego sobre unos asientos de piel de showir. Al instante les sirvió unas tazas de humeante caldo que reconfortó visiblemente a las dos viajeras. Después comieron unos kertchs y un plato de frutas silvestres.
—¿Qué tal está Uhrima? —preguntó Rhunwer súbitamente.
—Bien..., creo— respondió.
—Ha sido ella quien te ha traído hasta aquí ¿no es así?
—Sí. Dijo que no tenía suficiente poder para venir ella misma ni para traer a Radjha, a la verdadera Radjha, quiero decir. Pero yo ya había estado aquí...
—Así que la falsa Radjha está con Uhrima.
—No, se equivoca. Es la verdadera Radjha la que está con ella. Yo...
—Silencio, princesa —interrumpió Rhunwer. Yo sé quién es la verdadera Radjha. Lo que quiero saber es con quién está Uhrima ahora. ¿Con alguien igual que tú?
—Sí.
—Bien. Si no me confundo, Uhrima está ahora con ella y contigo misma.
Silvia se quedó perpleja.
—Me temo que no comprendo.
—No es fácil. ¿Cuánto tiempo hace que llegaste a Mendh-Yetah.
—Tres días.
—Han sido tres días para ti pero en el mundo dual no ha pasado ni un segundo porque aquí, los brujos de Iskhar, mis antiguos colegas, han detenido el tiempo. Si Uhrima no ha podido venir, mejor parta todos porque habría traído a la princesa equivocada. El problema es que tú, ahora, no puedes regresar conmigo ni volver si regreso yo sola. Es difícil de entender pero es como si tú fueras dos: la que está aquí y la que ha quedado en el mundo dual.
—Sigo sin comprender.
—Lo importante es que yo comprenda la situación. Para eso te mandó Uhrima a mi encuentro. Hasta el momento, el grow de Uhrima no ha sufrido nada puesto que no ha transcurrido el tiempo desde que te lo dio pero ahora voy a restablecer el paso del tiempo. Cuando eso ocurra terminará tu desdoblamiento y Uhrima comenzará a estar en peligro. Además, también nos pondremos en peligro nosotras puesto que los Brujos de Iskhar se darán cuenta del cambio, así que tendremos que actuar rápidamente. Lo haremos esta noche y tú no notarás nada puesto que estarás durmiendo.
—Antes quisiera saber, señora.
—¿Qué quieres saber?
—Por qué dice que yo soy Radjha.
—Porque así es pero te lo contaré todo en su momento. Ahora debes dormir.
Rhunwer movió una mano y, al instante, Silvia se quedó profundamente dormida.
La llanura de Har, donde estaba situada la ciudad del mismo nombre, capital del reino de Iskhar, era inmensa. Contenía vastos bosques y un ancho y profundo río que rodeaba la ciudad, estratégicamente situada en una isla del mismo. A ambas riberas del río, la ciudad se había extendido en arrabales donde malvivían colonias enteras de obanos que trabajaban para los Iskhares en los oficios más desagradables.
Solamente un camino conducía a la puerta principal de la ciudad. A ambos lados de esta vía, grandes murallas separaban los suburbios de obanos del camino. Estas murallas se prolongaban hasta una ciudadela al lado del enorme puente levadizo que salvaba el río frente a las puertas de Har. Éstas eran gruesas y estaban fabricadas de madera y reforzadas por fuertes traviesas de hierro de manera que eran necesarias varias docenas de fornidos obanos para abrirlas y cerrarlas.
Contrastando con el gran grosor de las murallas de Har, había muy pocos soldados para defenderlas y es que los iskhares confiaban plenamente en la inexpugnabilidad de sus fortificaciones y, sobre todo, en sus poderes mentales. Además, el horror que provocaban sus hordas de whorgos les permitían vivir tranquilos, en la seguridad de que no serían atacados.
Casi en el centro de la fortaleza se elevaba un palacio en el que residía la corte de Iskhar con el Señor de Iskhar, su familia y los cortesanos.
Adosado a éste, el Templo, sede de los Brujos de Iskhar, tenía prohibida la entrada y nadie, excepto el Señor de Iskhar y los propios brujos y sus sirvientes, podían acceder a su interior.
Era precisamente dentro del templo, en la lujosa sala de ceremonias, donde el Señor de Iskhar dialogaba con el Brujo Mayor. Tenía el semblante serio, fruto de la preocupación resultante de la noticia que le habían dado.
—¿Cuándo lo habéis notado?— preguntó a éste.
—Esta noche, en cuanto se ha producido. Nadie puede hacer que el tiempo recupere su curso normal sin que nos percatemos.
—¿Quién es el responsable de esto? ¿Hay algún traidor entre nosotros?
—No. El tiempo ha sido restablecido desde fuera del templo, desde fuera de Har.
—¿Cómo es posible?
—Sólo se me ocurre un nombre: Rhunwer.
—¿Por qué ella?
—Es la única que puede hacerlo. También Uhrima pero ella vive desde hace mucho tiempo en el mundo dual.
—Tal vez haya regresado...
—No lo creo. Cuando se está demasiado tiempo lejos de Mendh Yetah se pierde mucho poder para efectuar los tránsitos. Me inclino por Rhunwer.
—Y, qué me dices de ¿cómo se llamaba?... Rhwima.
—No. Tampoco. Nunca fue tan poderosa.
—Bien. ¿Qué haremos? Como comprenderás, este asunto trastoca nuestros planes, nos hace más..., vulnerables.
—Según cómo se mire. La restitución del tiempo ha sido parcial. Sólo ha durado unas horas.
—Sí pero, si estás en lo cierto y ha sido obra de Rhunwer, ella no hace las cosas porque sí. Si ha restituido el tiempo, ha de ser parte de un plan. Mandaremos un escuadrón a las montañas para buscarla. Mientras tanto, debéis vigilar con celo y comprobar que el tiempo continúa detenido en todo momento.
—Así se hará.
El Señor de Iskhar regresó preocupado a su palacio. Los acontecimientos se estaban precipitando. Pensó en Rhunwer. “Debí haberla matado” —se dijo.
En la parte trasera de la tienda de artículos exóticos, Rhwima comprobaba con estupor cómo Silvia desaparecía ante sus ojos. La princesa Radjha no se inmutó. Para ella, el tránsito suponía el paso físico de un mundo al mundo dual y que Silvia se fuera, era lo normal.
—Algo va mal, princesa.
—¿Qué es?
—El tiempo ha sido restituido en Mendh-Yetah.
Radjha permaneció pensativa.
—¿Qué pretendía exactamente de mi doble?
—Tiene que traer a Rhunwer hasta aquí. Es la única que puede dejar de nuevo las cosas en su sitio. Esperemos que todo vaya como es debido, por el bien de Mendh-Yetah... y por el nuestro.
A partir de ese momento, Rhwima calló. Ahora todo dependía de Silvia. Pensó que si no encontraba a Rhunwer o si no sabía defenderse de los whorgos o no superaba cualquiera de los múltiples contratiempos que podrían asaltarle en Mendh-Yetah, estaba perdida. Y ella misma también puesto que la muchacha tenía su grow en su poder.
Deseó con todas sus fuerzas que tuviera suerte.
Mientras tanto, en Mendh-Yetah, comenzaba a amanecer.
Querid@ lector@:
Aquí tienes la tercera entrega de los mundos duales.
Es importante que leas antes la guía para los visitantes del mundo dual de “Mendh-Yetah” que aparece a continuación.
Seguramente querrás conocer el final de la historia. Para ello deberás esperar: nuevas entregas están por llegar.
El errante de los mundos duales
GUIA PARA LOS VISITANTES AL MUNDO DUAL DE MENDH-YETAH
Ari-Sihán
Ultimo de los Primeros de Obán, título otorgado a los gobernantes de las tribus libres de este pueblo de Mendh-Yetah. En su reinado tuvieron lugar las guerras de la Unificación y, con ellas, un drástico cambio en la sociedad de ese mundo. Sus dos hijos, aunque vencedores, declinaron sus derechos en favor de Gheywin y Radjha.
Brujos de Iskhar
Ninguna de sus estrategias les sirvieron para nada en sus planes para lograr el predominio en Mendh-Yetah. Ni el adiestramiento de los whorgos ni las intrigas con Mascoldin ni la detención del tiempo, fueron suficientes para evitar que la Unificación tuviera lugar en el mundo dual.
Gheywin
Tras su apresamiento por parte de los obanos huyó del campamento salvando así la vida. Fue perseguido por los hijos del Primero de Obán aunque fue Ruán, uno de ellos, quien le dio alcance. Más tarde ambos fueran capturados por una tribu de obanos mercaderes de esclavos y aliados de Iskhar y deportados a las minas de turmita de Arkhar.
Glhor
Hijo de Ridihwn, último que reinó en una Goljia unificada.
Goro
Ave de las estepas de las tierras inhóspitas, domesticada por los obanos. Sus plumas se utilizan para fabricación de edredones que dan calidez a las noches de sus campamentos. Sin embargo su mayor utilidad consiste en sus huevos, ingredientes básicos para la elaboración de los kertches, pasteles altamente nutritivos, base de la alimentación obana.
Los goros que viven en libertad lucen en la parte superior de la cabeza un penacho de vistosas plumas que les sirven, además, para alzar el vuelo. Los obanos cortan este copete a los pollos de goro lo que, unido a su fuerte instinto gregario, los mantiene agrupados en sus granjas.
Grag
Buitre de Rhwima. Fiel compañero en la época de la segregación en la que ésta vivió aislada del resto del mundo, le servía de ojos para ver a larga distancia a la vez que la defendía de sus enemigos.
Grow
Amuleto de las brujas de Iskhar. Este amuleto contenía la energía vital de las brujas, y era imprescindible para su subsistencia ya que su avanzadísima edad no les hubiera permitido sobrevivir sin él. Ninguna bruja de Iskhar podía vivir mucho tiempo sin su grow por lo que lo guardaban con gran celo.
Iskhar
Tras detener el tiempo, los Brujos de Iskhar prepararon el asalto final al poder en Mendh Yetah. Para ello entrenaron a un poderoso ejército de whorgos, insensibles al poder mental de los goljianos.
Sin embargo, no tuvieron en cuenta a las gentes de Oban y, a la postre, ese error perturbó todos sus planes de conquista.
Mascoldin
El poder del Consejero de la reina Shat creció mucho gracias a su influencia sobre los Magistrados. Además de eso, éste personaje desarrolló enormemente sus facultades mentales y mantuvo en secreto esa fuerza. A punto estuvo de alcanzar el poder absoluto en Goljia pero un suceso inesperado trastocó sus planes.
Oban
Durante el periodo de “no envejecimiento”, las tribus obanas se reunieron alrededor de Ari-Sihán y se prepararon para la guerra contra los nobles. Llegaron a tener un ejército tan numeroso que se decía que “el horizonte era pequeño para contenerlo”.
Radjha
La segunda aparición de la princesa goljiana tras su viaje al reino de su padre trajo consigo una nueva confusión puesto que se había extendido el rumor de su muerte, devorada por los whorgos. Se unió a dos de las brujas de Iskhar dando comienzo a una serie de actuaciones que resultaron determinantes para la derrota de las clases nobles.
Reino Antiguo
Aunque faltan datos objetivos para su clasificación dentro de la historia de Mendh Yetah, se sabe que el Reino Antiguo fue la culminación del saber de una clase privilegiada que sobrevivió a la “gran catástrofe”.
Anteriormente a ésta, la civilización de Mendh Yetah estaba altamente tecnificada. Los habitantes de este mundo dominaron energías muy poderosas y se desplazaban por el espacio a voluntad mediante naves hiper veloces. Era un mundo con gran poder material y destructivo y esa capacidad de destrucción acabó con él.
En los tiempos anteriores a la “gran catástrofe”, el mundo de Mendh Yetah evolucionó desigualmente, lo que trajo como consecuencia el establecimiento de grandes diferencias entre los pueblos que lo constituían y la guerra se hizo inevitable.
Una vez comenzada ésta, nadie fue capaz de detenerla y acabó por destruir prácticamente todo vestigio de vida.
Sólo unos pocos lograron sobrevivir a la “gran catástrofe”.
Parte de los supervivientes, pertenecientes a las clases dirigentes, lo hicieron en otro planeta.
Los otros, con muchos menos recursos, hubieron de adaptarse a la nueva situación y, tras muchos años de esfuerzos y contratiempos, se aclimataron precariamente.
Para entender lo que fue la “gran catástrofe” hay que imaginar una capacidad de destrucción inmensa. Los episodios finales de la guerra tuvieron lugar en el espacio. Una escuadra de naves con alto poder bélico dirigió toda su potencia de fuego contra el enemigo pero su comandante calculó mal el disparo y la fuerza del impacto cambió la orientación del eje de rotación de Mendh Yetah e hizo que Whala, una de las tras lunas que antiguamente orbitaban alrededor del planeta, se saliera de su órbita lo que ocasionó un terrible cataclismo en el que se desataron las fuerzas naturales.
Esta luna orbita desde entonces alrededor del sol de Mendh Yetah con una órbita muy elíptica. Con cada una de sus revoluciones se acerca más al sol, de manera que se estima que dentro de doscientos veinticinco mil años chocará con él. Este dato no es exactamente cierto puesto que antes de la supuesta colisión se desintegrará debido a las altas temperaturas que tendrá que soportar. Los habitantes de Mendh Yetah pueden ver a Whala durante unos días cada treinta y tres años, cuando pasa por el punto más cercano al planeta. Aparece como una estrella diez veces más grande que la de mayor magnitud.
Respecto a esta luna hay una leyenda obana que dice que lleva consigo las almas de los guerreros que participaron en la confrontación que produjo la gran catástrofe, condenados a vagar eternamente por el espacio como castigo por todas las muertes que provocaron.
Ridihwin
Hay quien hace responsable a este rey goljiano de los grandes cambios que tuvieron lugar en Mendh Yetah tras su muerte.
Hasta su reinado, los reyes goljianos habían legado siempre su cetro al mayor de sus hijos pero Ridihwin tuvo gemelos, signo de mal augurio en Mendh Yetah y repartió el reino entre ambos.
Esta división fue considerada por los iskhares como una muestra de debilidad y decidieron dar el golpe final a una guerra que duraba ya muchos años. Si a esto añadimos que Mascoldin, consejero de la reina Shat, intentó reunificar el reino bajo su mandato, nos encontramos con una situación de crisis en Goljia enmarcada en uno de los cambios más significativos en la sociedad de Mendh Yetah desde los tiempos de la gran catástrofe.
Rhunwer
Bruja de Iskhar. De muy desarrollado poder mental, posibilitó el tránsito de Silvia, Uhrima y Radjha entre los mundos duales. Junto a Rhwima y éstas, tomó parte activa en las guerras de la unificación.
Rhwima
Bruja de Iskhar. Una de las brujas huidas tras la segregación. A pesar de su mal carácter, a causa del cual vivió aislada durante bastantes años, su noble corazón hizo que se comprometiera a la lucha contra la tiranía que la nobleza de MUNDO ejercía contra la mayoría obana. Fue ella quien recibió a la princesa Radjha en su segunda aparición, dando comienzo entonces la “revuelta de las Brujas”, de gran importancia en las guerras de la unificación.
Ruán
Segundo hijo de Ari-Sihán. Aunque por edad no tenía derechos directos al cargo de Primero de Obán, disfrutó desde muy temprana edad del favor de su padre lo que provocó la envidia de su hermano, heredero por ley. De carácter noble, lideró de forma natural a los guerreros de Obán en las guerras de la unificación. Partió tras Gheywin cuando éste huyó del campamento obano pero fue capturado junto con él y deportado como esclavo a las minas de sal de Rial. Más tarde, dirigió junto con éste a los ejércitos obanos en las guerras de la unificación obteniendo una aplastante victoria contra los nobles en la que destacó el uso del poder mental y de las armas musicales.
Shat
Reina de Undhia. Descubrió tarde la traición de su consejero Mascoldin y se vio abocada a participar en la segunda de las guerras de la Unificación.
Showir
Rumiante del mundo de Mendh—Yetah. Es el animal domesticado más abundante en ese mundo. Se adapta perfectamente a las tierras frías con pocos pastos. Su tupida piel le permite permanecer a la intemperie con temperaturas extremadamente frías, bajo las más duras tormentas de las tierras inhóspitas.
Los obanos poseen enormes rebaños de estos animales, de los que aprovechan todo: comen su carne, muy sabrosa, utilizan sus pieles para la construcción de tiendas y para vestimenta y calzado, y con sus tres cuernos fabrican delicados instrumentos de viento. Son famosos los tambores obanos hechos de la piel de ese animal, delicadamente curtida.
La leche de éste rumiante posee un excelente poder nutritivo. Los obanos alimentan a sus niños casi exclusivamente con leche de showir durante sus cinco primeros años. Los adultos comen también kertch, una especie de pastel hecho con queso de leche de este animal, mezclado con recios cereales de las estepas, yemas de huevos de goro, un ave domesticada, y una fuerte especia de color verde que aseguran que les protege de las enfermedades propias de las tierras inhóspitas. Este pastel suele ser el único alimento que toman en las expediciones que realizan los guerreros obanos.
En la artesanía obana abundan los objetos decorativos tallados con los huesos de Showir. Algunos de ellos, los más antiguos, representan, en escenas de fina talla, la vida en la época en que los obanos aún no eran libres y vivían en su totalidad subyugados bajo el poder de las castas nobles.
Este animal fue determinante para la emancipación de los obanos en los tiempos de Jalún, el libertador, cuando hubieron de sobrevivir en las frías tierras del norte.
Stihán
Uno de los hijos de Ari-Sihán, Primero de Obán en la época de las guerras de la Unificación. De siempre fue conocida la silenciosa rivalidad entre él y su hermano Ruán y la ambición de Stihán por ocupar el cargo de Primero como sucesor de su padre. A diferencia de su hermano, de carácter noble y sincero, Stihán era intrigante y no conocía la compasión. No obstante, su valentía y arrojo le hizo ganarse la admiración de gran parte de los guerreros obanos. Dirigió una expedición para capturar a Gheywin cuando éste huyó del campamento obano. Más tarde, participó en las guerras de la Unificación y tomó parte en el final la batalla de las bestias, en la meseta de Har.
Uhrima
Bruja de Iskhar. Fue segregada y enconadamente perseguida por lo que hubo de refugiarse en el mundo dual donde sobrevivió del comercio de objetos exóticos. Fue la primera en darse cuenta de la importancia de la verdadera Radjha en la historia de Mendh-Yetah. Regresó a Mendh-Yetah gracias a la ayuda de su fiel compañera, la bruja Rhunwer.
Undhia, Zenitha.
Los reinos goljianos estuvieron durante poco tiempo separados. Glhor, hijo de Ridihwin, fue asesinado por Mascoldin y el reino de Goljia quedó unificado, pasando a ser gobernado por la reina Shat de Undhia, ya que Radjha, única hija de Glhor, había resultado, al parecer, muerta por los whorgos.
Fue en esos momentos de desconcierto cuando el pérfido Mascoldin intentó hacerse con el poder pero sus planes no pudieron llevarse a cabo.