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—No. Había muchas más cosas. Adivinaba lo que había sucedido y lo que iba a suceder, sentía el dolor de los demás, veía lo que estaba pasando en otros lugares... Yo lo tomaba como sueños pero, obviamente, no lo eran. Más tarde, cuando me educaron, comprendí que podía hacer cosas más asombrosas aún.


—¿Como cuáles?


—Podía ir a otros sitios, ver qué estaba pasando en ellos, aprendía a mimetizarme con el ambiente de forma que nadie me veía, podía influir sobre otras personas como ese Julen, confundir la mente de animales y seres humanos ..., esas cosas.


—¡Bienvenidas a los dominios de Rhunwer!


La voz sonaba tras un recodo del camino y Silvia no podía ver quién hablaba aunque se trataba de una mujer adulta, tal vez anciana. Tras andar unos pasos, la vieron.


Se trataba, efectivamente, de una anciana de una belleza excepcional para su edad. Su blanco pelo estaba elegantemente arreglado en un moño, adornado con una brillante diadema. Vestía una sencilla pero hermosa túnica y lucía en sus muñecas sendos brazaletes dorados. Se apoyaba en un largo bastón de madera pulida y desprendía serenidad.


—¡Rhwima! —dijo—: no sabía si te vería de nuevo. Te conservas bien.


—No me halagues —respondió la aludida—. Tú sí que estás bien conservada. Nadie diría que eres más vieja que yo. ¿Ya ves qué buena compañía traigo?


—Sabía que vendría. Acércate, Radjha.


—Se equivoca, señora —respondió Silvia—. Yo no soy Radjha.


Rhunwer no se alteró. Miró a Silvia con benevolencia y abrió sus brazos en un gesto de acogida.


—Acércate —repitió.


Silvia iba a replicar pero decidió no hacerlo. Ya se estaba acostumbrando al empecinamiento de las gentes de aquel mundo. Se detuvo a escasamente medio metro de Rhunwer. Esta colocó sus manos en los hombros de la muchacha.


—Tienes buen aspecto, niña. Estás sana y fuerte. La espera ha merecido la pena.


—Rhunwer —exclamó Rhwima— Trae algo para ti.


—¿Qué es?


Silvia sacó el grow del bolsillo y lo mostró abriendo la mano. En aquel momento el grow destelló con un brillo indescriptible. Era como si Uhrima en persona estuviera allí y como si su aliento vital que era el grow se emocionara por el encuentro con su antigua compañera. Entonces pareció que Rhunwer fuera a decir algo pero se limitó a permanecer callada mirando aquel objeto como si   la nostalgia se hubiera apoderado de ella. Después dijo:


—Seguidme.


Rhunwer vivía en una confortable caverna. La entrada quedaba disimulada por una gran roca dispuesta de manera que obligaba a entrar por una abertura lateral tras atravesar un espacio poblado de árboles. Una vez dentro, se gozaba de cierta amplitud. El suelo estaba allanado y recubierto por un adoquinado de piedra pulida. Había varios muebles de madera, toscos aunque sobrios y funcionales y, al fondo, un fuego bajo calentaba el lugar. El humo que producía salía al exterior  por  una abertura superior conectada al hogar gracias a  un conducto elaborado en piedra.


Un ingenioso sistema de espejos traía la luz del día desde el exterior. Por la noche, la caverna se iluminaba con lámparas de aceite.


Cuando entraron, Rhunwer les indicó que se sentaran junto al fuego sobre unos asientos de piel de showir. Al instante les sirvió unas tazas de humeante caldo que reconfortó visiblemente a las dos viajeras. Después comieron unos  kertchs y un plato de frutas silvestres.


—¿Qué tal está Uhrima? —preguntó Rhunwer súbitamente.


—Bien..., creo— respondió.


—Ha sido ella quien te ha traído hasta aquí ¿no es así?


—Sí. Dijo que no tenía suficiente poder para venir ella misma ni para traer a Radjha, a la verdadera Radjha, quiero decir. Pero yo ya había estado aquí...


—Así que la falsa Radjha está con Uhrima.

 

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