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—No...


—¡Silencio! —la enérgica orden de Ari-Sihán se impuso a la vehemencia de los dos hermanos—. No toleraré que mis dos hijos discutan como niños una decisión que sólo a mí corresponde tomar. Dije que esperaríamos en el asunto del goljiano y permití que Ruán le mostrará que nuestros modos no son salvajes como se dice en las tierras de los nobles. En lugar de valorar nuestra hospitalidad, costumbre sagrada en Obán, roba y huye. Podríamos incluso capturarle y darle otra oportunidad —hay a quien le cuesta aprender—, pero no está bien que uno de mis hijos disponga por dos veces consecutivas de la ocasión de hacer valer su razón y el otro, de ninguna. Stihán: parte cuanto antes con cinco guerreros  y trae la cabeza del noble. Mientras tanto, Ruán, permanecerás en el campamento. Darás orden de que las ocho décimas partes de nuestras mujeres y todos los niños y ancianos marchen hacia el norte por si nos atacaran los nobles. Permanecerán en los campamentos de verano hasta nuevo aviso. Tú mismo supervisarás los preparativos. La totalidad de los guerreros reforzarán nuestras defensas. Además, enviarás emisarios a todas las tribus aliadas para que concentren aquí sus ejércitos. No tengo nada más que decir.


Stihán miró, desafiante, a su hermano, se giró y salió de la tienda a grandes zancadas. Ruán permaneció estático unos segundos. Después se inclinó y se retiró.


Fuera, respiró hondo el frío aire de la estepa, y caminó lentamente sin un rumbo fijo. Se lamentó de no haber tenido más cuidado. Debería haber sido más precavido. Ahora, el goljiano sería alcanzado y ejecutado por su belicoso hermano y él no podría hacer nada para impedirlo. Pensando en esas cosas, no se percató del personaje que se había colocado a su lado.


— Los fracasos pueden ser la antesala del éxito —dijo el otro.


Se trataba de un anciano de aspecto respetable. Su largo y cano pelo caía sin mucho orden sobre sus hombros. Llevaba una especie de gorro de lana de Showir y un abrigo de piel del mismo animal. Sobre éste, se veía el símbolo de las tres lunas, atributo del Primer Sacerdote de Oban. Comenzó a caminar al lado de Ruán a paso lento por lo que éste aminoró el suyo.


—Te saludo, Venerable —respondió Ruán—. Es raro verte a estas horas.


—Los tiempos también lo son. Dijo un sabio que, por necesarias que sean algunas  cosas, no siempre salen a la primera.


—Si, Venerable, pero en este caso no habrá segunda oportunidad.


—Los jóvenes tendéis a ser categóricos. Además, a menudo os dais por vencidos con mucha facilidad. Pero hay que mirar siempre un poco más allá.


—No comprendo...


—Ya comprenderás. No seas impaciente. Tú deseas partir en busca del goljiano.


—Sí. Pero no puedo hacerlo. Mi padre..., el Primero, me lo ha prohibido.


—Hay asuntos en los que ni el Primero de Obán tiene privilegios. Voy a hacer algo, Ruán: Te ordeno que te aísles en la estepa y que medites durante cinco días y cinco noches. Hasta entonces no regreses. El Primero no pondrá objeción.


Ruán puso una rodilla en tierra y besó la mano del sacerdote. Así fue como los dos hermanos partieron en una carrera contra el tiempo. La suerte de Gheywin dependía de quién fuera el primero en encontrarlo.

 

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