Ir a: ¡Soy chofer y qué! (2)
LA CAGUE, COMPADRE CARLOS…
Nunca tomo demasiado, es más, casi nunca bebo; el bus que manejo es la base de mi sustento, no sé hacer nada mas, y el de mi mujer y mis hijos que son lo más importante de mi vida.
Contra todo lo que muchos creen, los choferes también tenemos alma y sentimientos; llevo nueve años casado y felizmente casado, mi mujer es una verraquera de mujer, y mis hijos una berriondera de chinos; los compañeros de trabajo me dicen que la vieja me tiene montado, pero, ¿montado de qué?, cuando uno se siente bien con su hembra legítima, no hay montadera de nada, nos entendemos y nos queremos y tenemos cuatro pelados muy lindos, por lo menos para nosotros, puede que a ustedes no se les parezcan, pero a nosotros nos parecen los mas divinos del puto mundo.
Hoy me quedé en la playa y, como cosa rara, me tome unas cervezas con otros choferes, exactamente diez cervezas, pero eso no es nada, a uno le cabe mucha amarga entre pecho y espalda, sin problemas, para uno emborracharse se mete dos botellas de trago y ahí si queda petrolizado, o enlitrado, como decimos nosotros, pero, diez aguas no es nada, natillas como dicen los ayudantes; en esas llegó el despachador y dijo:
- Don Uldarico, esta enturnado.
- No me joda –le grite- mande a don Chucho por delante.
- Yo me cabrié, porque don Chucho es la mierda mas mierda que puede haber entre choferes; peleador, encaramador, malagente, maldadoso, agalludo, mierdoso, malparido; nadie se lo dice de frente, porque aquí entre nos, es un viejo asesino que no le ve problema a meterle un fierro a quien se le atraviese, o una bala, o lo que sea para dañar al que sea, ese viejito, ahí donde lo ven es un doble hijueputa.
Llamé al “Carepalo”, que es mi ayudante, y le dije; “vamos pa` lante que detrás viene don Chuchito; y arrancamos, despacio y recogiendo humanidad como es nuestro trabajo, hasta el parque; allí, el dos cuarenta y cinco de don Chucho nos encimó el minuto que nos quedaba, y conociendo como es el viejo, salimos más rápido de lo que acostumbramos para llegar antes que él a la capital a enturnarnos y poder, también, engancharnos con el bus de “La Flecha” que nos salió en el cruce de la central con el salidero de nosotros. Pasamos de agache por el retén, sin parar y sin pasar planilla, vigilando el bus de “La Flecha” que nos estaba recogiendo los pasajeros y salimos de arrancada para pasarlo y no dejarnos alcanzar de don Chucho que nos pisaba la placa; en la curva de San Martin de Porres nos llego la desgracia, mientras adelante veíamos la flota de la “Flecha” recogiendo pasajeros de una flora.
Vi la volqueta del departamento de carreteras y, como el otro bus había pasado tranquilamente, mandé el mío mientras echaba pito, sentía una gran tranquilidad en el timón por las cervezas que había tomado y que no eran para emborracharse, como dijeron después en el juicio; yo nunca había tenido un accidente en doce años como chofer de bus. Pero, pasando, vi debajo de mi una manchita roja de un carrito que se metió por debajo del bus, yo alcancé a meterle la pata al freno, pero, imagínense, con la velocidad que traía el carrito rojo y sumen la velocidad mía, y la altura del automóvil contra la altura de mi carro, pues me los llevé; Dios mío, esa no era mi intención, pregúntenle a mi compadre, a mi mujer, a mi patrón, a todo el que me conozca, como manejo yo, doce años sin accidentes, hasta sin un rayón en los carros que me han dado, sin hacerle mal a nadie; pero hoy, el promedio por viaje me tenia jodido, no sacaba ni la mitad de lo que debía entregarle al patrón y, el mediodía ya estaba muy pasado; estaba jodido, revaciado, y tenía que llegar a los pueblos intermedios antes que el bus de la “Flecha” y el de don Chucho que es una abeja para recoger pasajeros.
¡Dios mío!, después de ver lo que vi y de sentir lo que sentí no recuerdo nada más; regrese a mi bus y ya los pasajeros se habían bajado a reunirse con toda la gente para gritar: “asesino, desgraciado, malparido, hijueputa irresponsable, así se pudra en una cárcel, irresponsable, corrompido, que lo maten, que lo linchen, descarado matón, chofer mierda, pedazo de hijueputa, la cárcel es poca para él”; el “Carepalo” no sé lo que hizo porque yo quede hipnotizado después de ver el mierdero del accidente, me senté ante el timón del bus y quede sin alientos, pensando en la barbaridad que tenía al frente de mi carro, y en mi pobre mujer, y en mis hijos, en mi vida futura en la cárcel, en el mierdero que iba a armar el patrón y en muchas carajadas mas; saqué el machete que uno siempre carga debajo del tapete por si se ofrece, de la rabia que tenía, y el “Carepalo” me dijo que no patrón, como va a seguir cagándola contra esa gente que sólo está reclamando, pero yo no tenía intenciones homicidas contra ellos sino contra mí mismo; quería matarme, cortarme la cabeza o enterrármelo en el corazón, no veía, no sentía, y, a duras penas oía las palabras de mi ayudante que cerró la puerta y detuvo a la gente que quería lincharme. No sé cuánto tiempo permanecí idiotizado; hasta cuando llegó mi compadre, Carlos Villalba, y me tocó el hombro, y me dijo con su voz de compadre:
- Compadre Uldarico, compadre Uldarico… escúcheme.
No sé cuantas veces repitió lo de compadre, solo sé que la voz de mi amigo me revivió y yo estaba llorando; así como lo oyen gran güevones, llorando, como un chino chiquito o como llora mi mujer cuando yo llego mamado a la casa y no quiero nada, estaba derramando lágrimas y mi compadre me abrazo como si fuera su hijo y me dijo que “tranquilo compadrito, tranquilo compadre del alma, que lo que es con usted es conmigo”.
- ¡La cagué compadre Carlos, la cagué, Dios mío, la cagué para siempre, Virgen Santísima, protégeme!
- Tranquilo Uldarico, esta con su compadre del alma, tranquilo, vamos a ver qué pasa.
- Carlos, Carlos, la embarré hasta lo último de mis costados, hasta el coño de mi madre, hasta lo más íntimos de la mierda de mis amigos, estoy hundido hermano, estoy en la mierda de las vacas.
- Compadrito, vamos a ver qué pasa, usted sale con la indagatoria, tiene testigos, tranquilo.
SOY UNA VIEJA SOLTERONA PERO NO PENDEJA
Señora del Carmen, yo me subí a este bus sin saber que el chofer era un salvaje. Cuando arrancó del parque donde yo me monté, me agarré del asiento como Dios manda y pensé bajarme ahí, no mas como a las cuatro cuadras, pero como vi tranquilos a los demás pasajeros y, sobretodo, a ese joven tan simpático que iba sentado junto a mí, me dije, tranquila que eso aquí no pasa nada, y sépanlo, yo soy una señorita muy señorita, que de vez en cuando va hasta la capital, y eso de mucha urgencia, por ejemplo cuando mis sobrinos me convencen que debo invertir un poco de dinero en lugar de tenerlo guardado y que casi nunca me devuelven, porque son muy malas pagas, ¿saben? Muy malas pagas, pero yo, me hago la que les creo, si no, que lo diga mi sobrino que va allá, atrás, y que se disgustó porque me senté junto a este joven simpático y no junto a él, pero, es que este señor huele tan, pero tan delicioso… pero, en la capital, tendrá que darme todas sus atenciones, o se quedara con las ganas de que yo le dé el dinero que necesita para hacer el negocio tan bueno que piensa hacer y que yo sé que nunca le producirá nada; ese es el cuento de todos mis sobrinos para sacarme plata, porque yo, Lucila Urquijo, soy una vieja solterona, pero no pendeja, que nunca necesito de un hombre, ni como caballero ni como macho, ni nunca lo necesitará a sus setenta y tres años, y con mi dinero seguiré haciendo lo que me dé la gana, inclusive dejándome engañar por mis sobrinos para sacarme la plata; claro, ellos piensan que me envolvieron con su retórica, pero yo lo tengo todo controlado y lo que les doy es una parte, una partecita mínima de mi capital, ese que tengo seguro en varios bancos de la capital, y solo representa una muy pequeña parte de los intereses que percibo mensualmente, afortunadamente, porque sé que el dinero que doy a mis sobrinos jamás volverá a mis manos.
- ¡Dios mío, Virgen Santísima- grité después de una frenada sorpresiva del bus- que es lo que quiere hacer este indio de los demonios, cuidado, maneje con más despacio…
- Tranquila señora- me dijo el joven que estaba sentado a mi lado- todos los días manejan así y nunca pasa nada.
- Señorita- le corregí, alagada porque el joven era muy fino y con muy buena presencia- a mucho honor.
- Bueno, señorita, tranquilícese que no va a pasar nada.
- Gracias joven, es que soy tan nerviosa- y me le acerqué más en la silla, pensando en lo buen mozo que era, y él, me palmoteó sobre la mano haciéndome pensar, desdichada de mi, que por él era capaz de abandonar la soltería.
- No se preocupe señorita que el viaje es corto, una hora nada más y habrán terminado sus angustias.
- Gracias jovencito- le dije, y suspire por sentirlo tan cerca de mi cuerpo y tan lejos de mis años jóvenes, porque, si cincuenta años antes se me hubiera presentado uno como él, yo no hubiera padecido esta soltería- dele valor a esta pobre anciana para soportar tan largo viaje-y, a pesar de mis remilgos ancestrales que me impidieron casarme, me refugié infantilmente junto al muchacho que la vida me deparaba, para una hora, y que tan lejano me parecía de todo y de todos.
Mi pierna derecha, flaca y descarnada se pegó a la pierna izquierda de él; sentí su calor de juventud como jamás había sentido el calor humano de nadie a lo largo de mis siete décadas y cuando simulé el sueño, protector de mis deseos de recostar mi cabeza contra su hombro, el odioso bus paró violentamente y me lanzo contra el espaldar del asiento de adelante, haciéndome pensar que era un castigo del cielo a mis malos deseos; mi sobrino se acercó para ayudarme a parar, me tendió solícito la mano y me dijo:
- Tiita de mi vida, el bus se accidentó, ¿se siente bien?, ¿le duele algo?...
- Sí, se accidentó, sobrino del carajo, y usted donde estaba que casi no llega a socorrerme ¿ah? –la verdad era que tan pronto caí al suelo llegó mi sobrino, pero yo no quería reconocerle su prontitud- ay ay ay, mis pobres huesos, gracias joven, quite de aquí sobrino pendejo, ayúdeme jovencito a bajar.
La verdad, no me dolía ninguna parte del cuerpo, pero quería sentir al joven, veinticinco años tal vez, muy cerca de mí. Ya en el piso firme de la carretera, cuando vi las latas rojas del carrito, el color de mi partido político; y cuando vi los hierros retorcidos como melcochas; y cuando reconocí los cuerpos ensangrentados en medio de aquel caos, recordé que yo era una de las señoritas principales de una de las familias importantes en la pequeña ciudad donde vivíamos, y sentí las náuseas que, en mi niñez lejana, me ensañaron a sentir y percibí los mareos de señorita decente, y sin más, miré donde estaba el joven guapo, decente y elegante, y me desmaye para caer en sus brazos a pesar de los brazos tendidos de mi sobrino que estaba mucho más cerca.
VENGA USTED PARA ACÁ, VIEJO CABRÓN
Salimos con la línea legal, la que nos tacaba por derecha, pero don Chucho se venía por detrás y por delante se iba el setenta de la flota de “La Flecha” con el que teníamos que engancharnos; que va, esas son líneas cagadas. “La Mujer Maravilla” es una mierda como ayudante y es, además, el secretario de don Chucho, no hay nada que hacerle, se juntaron la cagada y la porquería, porque si el señor ese, Jesús, que es chofer, es jodido para correr, mi pinza, que es mucho decirle a ese cabrón, que es “La Mujer Maravilla” es un hijueputa desgraciado; no dejaron que nos comiéramos ese minuto de tiempo que nos quedaba y se nos vinieron encima; lo digo yo como ayudante de bus que soy, mi patrón es pata brava pero respetuoso, y solo le mete el guayo al acelerador cuando toca, pero don Chucho no respeta nada, nada de nada, ¿me entendieron?, se viene enganchado, de pelea, con la flota que sea, se le echa encima al que vaya por delante, aunque sea un bus de la misma empresa, se cierra hasta con volqueteros y lecheros, mejor dicho, es un hijueputa a la carrera, pero por favor, no se lo vayan a contar porque me mata; ese viejo es una porquería.
Don Uldarico, que es mi patrón, es una cabrilla del carajo y, siempre y cuando no esté enfrentado con el viejo Chucho, no tiene problemas con nadie, es muy buena gente y recoge a todos los pasajeros que le hacen la parada y no jode para dejarlos donde necesitan bajarse; para qué, el hombre le da pierna al acelerador, pero nunca jodió a los carritos pequeños. Con decirles que yo trabaje con don Chucho y el viejo cabrón hasta le casca a uno, y que va, uno aguanta hasta cierto punto, cuando yo trabajaba con él pensé un día: ya me sacó la piedra este viejito güevón y no le aguanto ni media más, a este catano yo lo vuelvo flecos; así fue que una tarde me le paré a ver cuál era la joda conmigo, confiando darle una solfa para que la parara, que dejara la montada, en otras palabras cascar al viejito para que le sirviera de escarmiento y yo quedar como un héroe delante de todos en la playa, pero vean lo que pasó, sólo detallen; agarra ese viejo malparido y me espera a que yo le tirara el primer bofetón, bueno, yo no esperaba que pudiera hacer lo que hizo, me paró el golpe yo no sé cómo, se me arrimó rápidamente y me soltó un tramacazo que me cogió nariz y boca y hasta en los ojos lo sentí mientras me iba de culo, hasta la mierda, no joda, yo nunca pensé que un varón pudiera tener la mano tan grande y tan pesada, a pesar de lo vieja; cuando pude pararme, creo que unos cinco minutos después, todavía atontado y con la mirada nublada, lo vi parado contra el mostrador de la tienda, con una cerveza en la mano, como siempre, y tranquilo como el putas, yo le iba a revirar y tirarle todos los golpes que se merecía el viejo güevón cuando vi a mi llavecita el “Mierdegato”, lo llamábamos así porque era tan malo el cabrón que los choferes comentaban que era la mierda que no tapó el gato, que se arrimaba a don Chucho mirándolo golpeado, con los puños cerrados y la sonrisa de medio lado:
- Viejo marica, con qué muy voliadito ¿no?- le dijo, mientras don Chucho seguía tranquilo tomándose su cerveza –venga con un macho catano malparido.
El viejo, como si nada, le dijo que tranquilo, que no fuera tan exaltado, que dejara la mala sangre, pero, que si de verdad quería problemas que se armara porque él, don Jesús, no quería seguir mariquiando con peleas de chinos pendejos; pero el “Mierdegato”, terco porque estaba tomado; insistía en la pelea mientras los otros choferes que estaban en la tienda le decían que evitara líos.
- Hijueputas, lo que pasa es que a ustedes le tiemblan los pantalones ante este viejito hijueputica –les gritaba- pero a mí no, que salga para ver que tan verraco es el malparido.
- Mire chinito güevón, no se meta con varón porque tiene que llevar el bulto- le decía con calma, don Chucho.
- El bulto o el pato o el burro o el alacrán o lo que sea; aquí todos le comen miedo, pero le salió su varón viejo catre hijuemadre.
Yo si quería que Luis Ñeque, el “Mierdegato”, le clavara la mano al viejito ese que la montó de terronera en el terminal de los buses y que comía del miedo de choferes y ayudantes que nos habíamos reunido al frente de la tienda para ver como nuestra llavecita le calmaba la fiebre, rumbo a su bus; yo creo que, en el fondo, los choferes también querían lo mismo, pero permanecieron callados mientras el viejo se paraba frente al bus, mandaba por otra pola a su sonriente ayudante y llamaba a Luis Ñeque:
- Venga mal paridito, chinito güevoncito, ya que le quiere pegar a un hombre hecho y derecho, venga hijueputica, venga mi amor, no sea mierdita.
- Venga usted para acá, viejo cabrón- le gritó Luis.El viejo tenía el sol de frente, se tomó un sorbo de la botella, escupió y se retiro del bus para recostarse contra la pared, a la sombra y sin prestar mayor atención al “Mierdegato”.
- No mi vida, mariquita de mis amores, venga a donde su papacito, chinito poneculo, -le dijo don Chucho mientras desocupaba la botella de agria y la dejaba a un lado- venga, hijito de mala madre, venga, culito de mis sueños –le decía con voz cariñosa –venga para acá hijueputica –sin retirarse de la pared- venga, sueñito de mis malparideces, hijueputica mío de mi vida, acérquese a su papacito de sus sueños, gran güevoncito.
Tanto lo jodió y jodió el viejo Chucho, que “Mierdegato” se le tiro a llevárselo a como fuera y, con el puñetazo que le mandó para masacrarlo, se le acabó la mano contra la pared.
- Niñito- le dijo cariñoso don Chucho, después de esquivar el golpe- no se tire las paredes que están muy caras, pégueme a mí.
- Viejo malnacido, lo voy a matar- le dijo Luis Ñeque y se fue para el carro a sacar el machete.
- “Mujer Maravilla”, deje de reírse como imbécil y sáqueme la macheta del bus, pero no se afane malparido que no hay afán- le dijo a su ayudante –y tráigame otra botella de pola que está haciendo mucho calor.
El viejo era así, sin afanes, como si la vida ya no le importara, importándole; cuando le llegó la rula tres canales la cogió con la mano izquierda, como si nada, se la limpió contra el pantalón y le dijo a Luis Ñeque, que estaba lejitos mirándolo:
- Bueno, mariconcito, sigue o se corre, ¿ahora, que es lo que me va a hacer?
- Matarlo, viejo hijueputa- le grito Luis.
- Venga, chinito desmadrado- dijo el hombre, calmoso, como si no tuviera ningún problema- máteme, si puede.
Y el “Mierdegato” le tiró para bajarlo, para fumigarlo, para taladrarlo, para llevárselo, para dañarlo; pero, el viejito le paró todo, se lo llevo para donde quiso, le pasó todos los puntazos, los filazos y los planazos, todo lo que le mandó Luis, como si fuera un juego para él, todo paró en el machete de don Chucho, o pasó sin hacer daño o cortó el aire donde un segundo antes estaba el cuerpo o uno de sus miembros, hasta cuando el viejo se cansó y dejó de reírse, se concentró y empezó una melodía de planazos sobre el cuerpo de nuestra llavería; lo hizo llorar de desesperación, el machete de nuestra camarada ya era solo adorno, el fierro de don Chucho llegaba por todas partes, menos por la cabeza, y siempre de plano; le dio una solfa de plan que ninguno olvidaremos porque lo puso morado por donde quiso y como quiso mientras Luis brincaba y trataba de cubrirse, inútilmente, que hombre tan verraco ese hijueputa catano para manejar el arma, hasta cuando los choferes se compadecieron del chino y le pidieron por favor que ya no le pegara mas; pero el viejo exigió que el “Mierdegato” le pidiera perdón de rodillas. Y se lo pidió, no solo de rodillas sino llorando…
Bueno, el “Mierdegato” siguió siendo mierdoso con nosotros pero nunca jamás se metió con los choferes y, menos, con el viejo Chucho y “La Mujer Maravilla”
ÉL NO SE METE CONMIGO NI YO CON ÉL
Don Chucho es un chofer que dice que ya paso de los setenta años, pero nosotros no le creemos porque no revela sino unos cuarenta y cinco; conservado, liberal, fuerte y verraco para lo que se quiera; muchos se equivocaron con él cuando recién llegó, y lo digo yo, que soy el chofer que impone el respeto en esta maricada que llamamos paradero, los dos nunca nos hemos enfrentado porque yo, Carlos Villalba, donde estoy impongo el orden, y, con el viejo, como que hay un pacto de no meternos donde está el otro; sin embargo, en muchos sitios nos hemos encontrado pero con respeto de parte y parte; alguna vez don Jesús Quinitiva, que es su nombre de pila, con todo y lo llanero y tolimense que tiene en el cuero se me insolentó, yo, con todo el respeto que merece por su edad lo puse en su sitio, lo paré con mucha decencia pero con energía le demostré que conmigo no se juega y nunca más volvió a joder conmigo ni con quienes me acompañaran, pero desde entonces nos la sentenció a todos los que pertenecemos a este hijuemadre oficio; como yo y mi cuadro de amigos somos medianamente pacíficos evitamos su compañía y los sitios que él frecuenta con sus compañeros, porque también tiene su cuadro, y él, tampoco va donde nosotros estamos. Pero la amenaza sigue viva desde el día que lo aquieté: “algún día nos veremos las caras a ver cual es mas verraco y dejemos de ser malparidos”.
Uldarico Morales, para qué, ha sido el gran amigo de mi vida. La puta de mi mujer me dejó porque no tuvimos chinitos; no sé cuál de los dos fallaba durante el matrimonio, porque yo tuve un hijo hace muchos años con una novia de mis años juveniles y se llama igual que yo, Carlos, y con el otro nombre como el de mi papá, que en paz descanse, Patricio. Como mi mujer me abandonó, yo me dedico a los hijos de mi compadre Uldarico a los que quiero como si fueran míos y, sin que piensen mal malparidos, también quiero mucho a la mujer de mi compadre, o sea a mi comadre que es una santa, y les repito, los choferes también tenemos alma y sentimientos como los de ustedes y, cuando toca, lloramos por los seres queridos, y entre nosotros hay gente muy inteligente que se queso de este tamaño y sin esperanzas de superación porque no tuvo más oportunidades.
Alguna vez que don Chucho estaba tomando, en el mismo sitio donde yo estaba, comenzó a joder a todos los que estaban y a echar madres contra los que no estaban; cuando me vio, a mí, Carlos Villalba, me la dedicó, pero como no sirvo para tener problemas me hice el desentendido hasta cuando el local se llenó de choferes y ayudantes que tenían mucha confianza en mí; yo, seguí haciéndome el pendejo ante las ofensas y groserías que decía don Chucho; hasta que, el viejito se me sentó en la silla junto a la mía y siguió echando vainas y vainas; tanto dijo y cansó y se puso fastidioso y yo, sin querer problemas con nadie, y menos con don Chucho que estaba recién llegado y todavía no le conocíamos la malparidez, con una sola de mis manos, grandes, exageradamente grandes que me dio mi Dios, le cogí las dos manos a don Chuchito; este, se revolvió, pateó, escupió y madreó, pero no pudo soltarse, ahora pienso que él estaba muy enlitrado porque tuvo que estarse así, maniatado, unas dos horas, hasta cuando me dieron deseos de orinar, entonces lo solté; desde entonces, y después de maldecirme y jurarme la guerra a muerte, él, no se mete conmigo ni yo con él.