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- Compadrito, vamos a ver qué pasa, usted sale con la indagatoria, tiene testigos, tranquilo.   

SOY UNA VIEJA SOLTERONA PERO NO PENDEJA 

Señora del Carmen, yo me subí a este bus sin saber que el chofer era un salvaje. Cuando arrancó del parque donde yo me monté, me agarré del asiento como Dios manda y pensé bajarme ahí, no mas como a las cuatro cuadras, pero como vi tranquilos a los demás pasajeros y, sobretodo, a ese joven tan simpático que iba sentado junto a mí, me dije, tranquila que eso aquí no pasa nada, y sépanlo, yo soy una señorita muy señorita, que de vez en cuando va hasta la capital, y eso de mucha urgencia, por ejemplo cuando mis sobrinos me convencen que debo invertir un poco de dinero en lugar de tenerlo guardado y que casi nunca me devuelven, porque son muy malas pagas, ¿saben? Muy malas pagas, pero yo, me hago la que les creo, si no, que lo diga mi sobrino que va allá, atrás, y que se disgustó porque me senté junto a este joven simpático y no junto a él, pero, es que este señor huele tan, pero tan delicioso… pero, en la capital, tendrá que darme todas sus atenciones, o se quedara con  las ganas de que yo le dé el dinero que necesita para hacer el negocio tan bueno que piensa hacer y que yo sé que nunca le producirá nada; ese es el cuento de todos mis sobrinos para sacarme plata, porque yo, Lucila Urquijo, soy una vieja solterona, pero no pendeja, que nunca necesito de un hombre, ni como caballero ni como macho, ni nunca lo necesitará a sus setenta y tres años, y con mi dinero seguiré haciendo lo que me dé la gana, inclusive dejándome engañar por mis sobrinos para sacarme la plata; claro, ellos piensan que me envolvieron con su retórica, pero yo lo tengo todo controlado y lo que les doy es una parte, una partecita mínima de mi capital, ese que tengo seguro en varios bancos de la capital, y solo representa una muy pequeña parte de los intereses que percibo mensualmente, afortunadamente, porque sé que el dinero que doy a mis sobrinos jamás volverá a mis manos.   

- ¡Dios mío, Virgen Santísima- grité después de una frenada sorpresiva   del bus- que es lo que quiere hacer este indio de los demonios, cuidado, maneje con más despacio…    

- Tranquila señora- me dijo el joven que estaba sentado a mi lado- todos los días manejan así y nunca pasa nada.   

- Señorita- le corregí, alagada porque el joven era muy fino y con muy buena presencia- a mucho honor.   

- Bueno, señorita, tranquilícese que no va a pasar nada.   

- Gracias joven, es que soy tan nerviosa- y me le acerqué más en la silla, pensando en lo buen mozo que era, y él, me palmoteó sobre la mano haciéndome pensar, desdichada de mi, que por él era capaz de abandonar la soltería.   

- No se preocupe señorita que el viaje es corto, una hora nada más y habrán terminado sus angustias.    

- Gracias jovencito- le dije, y suspire por sentirlo tan cerca de mi cuerpo y tan lejos de mis años jóvenes, porque, si cincuenta años antes se me hubiera presentado uno como él, yo no hubiera padecido esta soltería- dele valor a esta pobre anciana para soportar tan largo viaje-y, a pesar de mis remilgos ancestrales que me impidieron casarme, me refugié infantilmente junto al muchacho que la vida me deparaba, para una hora, y que tan lejano me parecía de todo y de todos.

Mi pierna derecha, flaca y descarnada se pegó a la pierna izquierda de él; sentí su calor de juventud como jamás había sentido el calor humano de nadie a lo largo de mis siete décadas y cuando simulé el sueño, protector de mis deseos de recostar mi cabeza contra su hombro, el odioso bus paró violentamente y me lanzo contra el espaldar del asiento de adelante, haciéndome pensar que era un castigo del cielo a mis malos deseos; mi sobrino se acercó para ayudarme a parar, me tendió solícito la mano y me dijo:    

- Tiita de mi vida, el bus se accidentó, ¿se siente bien?, ¿le duele algo?...   

- Sí, se accidentó, sobrino del carajo, y usted donde estaba que casi no llega a socorrerme ¿ah? –la verdad era que tan pronto caí al suelo llegó mi sobrino, pero yo no quería reconocerle su prontitud- ay ay ay, mis pobres huesos, gracias joven, quite de aquí sobrino pendejo, ayúdeme jovencito a bajar. 

La verdad, no me dolía ninguna parte del cuerpo, pero quería sentir al joven, veinticinco años tal vez, muy cerca de mí. Ya en el piso firme de la carretera, cuando vi las latas rojas del carrito, el color de mi partido político; y cuando vi los hierros retorcidos como melcochas; y cuando reconocí los cuerpos ensangrentados en medio de aquel caos, recordé que yo era una de las señoritas principales de una de las familias importantes en la pequeña ciudad donde vivíamos, y sentí las náuseas que, en mi niñez lejana, me ensañaron a sentir y percibí los mareos de señorita decente, y sin más, miré donde estaba el joven guapo, decente y elegante, y me desmaye para caer en sus brazos a pesar de los brazos tendidos de mi sobrino que estaba mucho más cerca.  

VENGA USTED PARA ACÁ, VIEJO CABRÓN 

Salimos con  la línea legal, la que nos tacaba por derecha, pero don Chucho se venía por detrás y por delante se iba el setenta de la flota de “La Flecha” con el que teníamos que engancharnos; que va, esas son líneas cagadas. “La Mujer Maravilla” es una mierda como ayudante y es, además, el secretario de don Chucho, no hay nada que hacerle, se juntaron la cagada y la porquería, porque si el señor ese, Jesús, que es chofer, es jodido para correr, mi pinza, que es mucho decirle a ese cabrón, que es “La Mujer Maravilla” es un hijueputa desgraciado; no dejaron que nos comiéramos ese minuto de tiempo que nos quedaba y se nos vinieron encima; lo digo yo como ayudante de bus que soy, mi patrón es pata brava pero respetuoso, y solo le mete el guayo al acelerador cuando toca, pero don Chucho no respeta nada, nada de nada, ¿me entendieron?, se viene enganchado, de pelea, con la flota que sea, se le echa encima al que vaya por delante, aunque sea un bus de la misma empresa, se cierra hasta con volqueteros y lecheros, mejor dicho, es un hijueputa a la carrera, pero por favor, no se lo vayan a contar porque me mata; ese viejo es una porquería. 

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