"Los hechos narrados están basados en un hecho real. El accidente ocurrió tal como está consignado en la novela y los personajes están sacados de la realidad.
Están cambiados los nombres y uno que otro detalle son fruto de la imaginación del escritor"
MUCHO GUSTO
(A manera de prólogo)
En muchos fines de semana dediqué horas diurnas y nocturnas a jugar tejo, tomar cerveza y trago y conversar con choferes y ayudantes de los autobuses que recorren la ruta Facatativá a Bogotá y viceversa, algunas veces simplemente los escuchaba y grababa en la memoria las anécdotas y comentarios que iban saliendo acerca de su profesión en un lenguaje muy particular que trataré de conservar en el relato. Unos fueron amigos míos, otros simples conocidos y con varios, antipáticos mutuos. De las conversaciones extensas de tantas horas compartidas salió este relato novelado que ahora busca la luz pública con la venia de mis camaradas del volante (o mis pinzas), como dicen ellos.
Con el mismo irrespeto con que hablan y se expresan los conductores está narrado este libro que habrá de sacar ronchas en algunos oídos mojigatos y gazmoños, y sonrojos mentales, creo, porque los del gremio del volante no se ponen con eufemismos y le llaman a cada cosa por su nombre castizo exagerando siempre la franqueza y el uso de los madrazos, por esto advierto a los lectores timoratos desde ya que se abstengan de recorrer con sus castos ojos las hojas de esta obra que, con su lenguaje descarnado e irreverente puede herir susceptibilidades.
La obra está escrita en un lenguaje popular más no sencillo, debido a la cantidad de términos usados por los protagonistas y demás personajes. Hoy, casi veinte años después, recorro los sitios y, aunque las personas son diferentes, vuelvo a encontrar el desenfado y desparpajo para expresarse. No me tomé la molestia de recoger las expresiones que están usando ahora porque tendría que transformar el libro y de eso no se trata. Para ayuda de las personas lejanas a la jerga choferística, en la parte final de la novela encuentran un vocabulario mínimo. Los hechos narrados ocurrieron, ocurren o pueden suceder cualquier día y en alguna carretera de algún país, por tanto cada personaje es la recopilación de características de seres reales a los que el escritor acomodó algo por aquello de la adecuación del personaje y justificar su presencia en la novela; igual sucede con las situaciones que, basadas en la realidad, pueden tener algo de la fantasía del autor. A los choferes les digo que si encuentran cambios en los acontecimientos o en las personas que conocen, pues me disculpan si se les da la regalada gana. Si se identifican con uno de los personajes agradézcanme gran cabrones que “El Profe” los metió en un libro, estréchenme la mano y pidan otra tanda de trago, de cerveza o de chicha y brinden a mi salud, les deseo suerte en la línea que les corresponde y nos vemos el próximo sábado en la cancha de tejo, donde Manuel.
“HERMANITO, LA CAGÓ...”
Sólo sé que venía enganchado desde Faca con la flota de la loma. Lo vi pasar media hora antes cuando yo estaba saliendo del paradero con la línea que me correspondía, la de tres y media rumbo a la capital y el tal se me fue por delante recogiéndome todo el pueblo, vaya y coma mierda, todavía yo no había completado los promedios del día con los cuatro recorridos dobles, ida y regreso, cuando se me aparece este malparido maldadoso a terminar de amargarme el camello; el “Carepalo”, que es mi ayudante, agarrado de la puerta del bus y con medio cuerpo afuera, miraba hacia atrás para avisarme por si aparecía otro bus de la loma o de línea; ya habíamos salido del pueblo cuando, de pronto, apareció don Chucho que es un chofer de mi empresa pero el viejo es un avión súper agalludo y siempre se le viene a uno encimado; yo, pues que podía hacer, meterle la chancleta a lo que diera para alcanzar y pasar a la flota de “la Flecha” y no dejarme alcanzar del dos cuarenta y cinco de la “Montañera” que maneja el cucho Chucho y es que, póngame cuidado, el viejo le da pierna a la lata.
Pasé como un tiro por el frente del retén de los motos de tránsito haciéndome el lento para no tener que parar y le hundí la pata al acelerador mientras escuchaba cada vez más lejos el pito del tombo de la vial que hacía señas para detenerme y sacaba la libreta para anotar la placa de mi nave; las diez frías que me había clavado en la playa me daban una tranquilidad la berraca con la cabrilla aunque muchos pasajeros iban aullando: “nos va a matar”, “ no lleva animales”, “ bestia, cual es el afán”, “¿va para el entierro de su madre?” y otras que ya me sabía de memoria , “pare que yo me bajo” y, ¡qué va!, en esos momentos yo no oía, lo que deseaba era alcanzar y pasar al cabrón que se me iba por delante y no dejarme pescar por don Chucho que me venía taladrando.
Creo que el pelado se descuido en la puerta y no me avisó cuando fui a pasar la volqueta en la curva de San Martín de Porres porque, súbitamente, vi debajo de mi, sin posibilidades de maniobrar, un carrito rojo, pequeñito y desbocado que no me dio tiempo de hundirle la pata al freno; bueno, si frené pero en medio de un estruendo de la puta madre con un ruido de los mil demonios de latas, vidrios quebrados y maldiciones. Cuando mi carro quedó quieto, me desgoncé encima del timón sudando frío a pesar del calor que traía; sentí sobre mí las maldiciones y los madrazos de los viajeros y escuchaba allá abajo, bien lejanas, las carreras de la gente que huía del sitio o llegaba a curiosear, como siempre sucede, y las oraciones de unos pocos; mucho rato después mi ayudante me puso la mano sobre el hombro y me dijo:”hermanito, la cagó”.
Oí chillidos y llanto de viejas, maldiciones y recriminaciones de los manes que viajaban en el bus y gritos y confusión afuera. Por fin levanté la cabeza, tenía miedo de mirar; fijé la vista al frente por entre el vidrio del parabrisas y vi una multitud la berraca, como manifestación de político importante en un pueblo cacorro, parada al frente de la flota y se llevaban las manos a la cabeza o una mano a la boca para expresar su sorpresa o el asombro ante la visión de algo que no querían ver y, sin embargo miraban los hijueputas, me insultaban y algún desgraciado habló de linchamiento mientras el público empezaba a calentarse; solicitaban a Dios y al demonio castigos ejemplares y destrozaban a pura lengua a mi madrecita que ninguna culpa tenía en este mierdero.
Pienso que me bajé del carro más blanco que una vela de cebo y se me espantó la entonada, no joda, ahí si me tembló lo poco que tenía firme, abrí mucho los ojos porque el carrito rojo estaba vuelto mierda. La gente se retiró para dejarme pasar mirándome en forma acusadora; me arrimé a la ventanilla izquierda del automóvil y lo que vi me revolvió las tripas, entre las latas retorcidas de lo que había sido un carro deportivo de cuatro puestos un hombre y una mujer estaban destrozados en el asiento delantero; en la parte de atrás aún más atroz se veía a tres niños ensangrentados y sin señales de vida. Dicen que los hombres no deben llorar pero yo sentí que el mundo se me acababa y solté el llanto y el vómito al mismo tiempo mientras aumentaban los sapos, lambones y metiches porque el accidente bloqueó el tráfico y, en ambos sentidos de la vía, el trancón debía ser bestial.
Con el paso del tiempo aumentaba la rabia de la gente y sus insultos:”desgraciado, debía existir la pena de muerte...”, yo andaba como sonámbulo y ni entendía las palabras insultantes y las maldiciones; los motos de la vial aparecieron bastante tiempo después del accidente, los tombos midieron por todos lados y mariquiaron un rato pidiendo declaraciones, uno de ellos me conocía, me palmeó la espalda y preguntó “¿Cómo fue, mano?” y se alejó antes de que le respondiera. Todo fue por culpa de la plata que tenía que entregar por la noche, los promedios hermanito, y no había recogido ni la mitad de lo que exigen los patrones, los dueños de los carros ¿sabe? Ahora estoy más enyardado que el berraco, en la física cana y esperando la sentencia.
SOMOS UNA PARRANDA DE MALDADOSOS
En el paradero todos somos una parranda de maldadosos, para qué, si uno se la deja montar anda enhebrado a todo tiro, entonces le toca a uno irse es por delante, tirarse su bombo y no dejarse encaramar; por ejemplo nosotros, los de la Transmontaña que tiene es una lucha la berraca contra los de la Flota Superexpreso que se creen la mamá de Judas porque tienen buses más nuevos, las güevas, casi todos los choferes de esa empresa son unos catanitos a quienes les tiembla meterle la chancleta al acelerador para no dañar los buses, como si fueran de ellos, en cambio mi patrón, don Uldarico, lo digo yo el “Carepalo”, que maneja el cuatro treinta y seis, si es un templado para meterle pierna al acelerador, el viejo es un putas para correr y recogerle los pasajeros al que se le vaya por detrás, y hasta a los de por delante, que va, lo tiene gruesito para alcanzarlos y dejarlos en la olleta, ¿me entiende llave?, el man es un tenaz para el muchileo.
Yo he camellado como con seis choferes, pero con los que no corren no hay caso, no levantan lo de la yuca diaria y menos pueden cuadrar el promedio que deben entregarle a los patrones pesados o sea los dueños de los carros y uno, pues queda también mamando porque ni modo de hacer tumbao; en cambio, cuando el patrón de uno es bien abeja, les recoge es todo el personal de la carretera a las otras líneas y el ayudante no lleva el bulto porque malo malo, por recorrido, uno manca los cien o ciento veinte billetes y, póngale mi hermano, en ocho o nueve líneas del día cuadra uno la moneda para la rumba y comprar sus hebras y tirarse una que otra hembrita, ¡qué va! Con don Pedro, por ejemplo, ese catanito se va todo el trayecto fumando como una loca desmadrada y no le interesa apurarle; con decirles que en la hora que dura el viaje se fuma seis chicotes y uno, apenas viendo pasar los buses de las otras empresas del plan y los de la loma que recogen es todo y, ¿Al final? pues uno esta es marcando, mi llavería. Lo mismo ocurre con el viejito Víctor que le llora a uno por la noche en el paradero cuando tiene que aflojar los doscientos biyuyos del sueldo diario porque, dizque, no sacó lo del promedio y no tiene ni para la familia de él; mejor dicho no saca ni para darle al dueño del vehículo que tiene otros seis o siete vehículos transitando por la ruta y también llora.
Este trabajo es berraco, ¿Oyó?, algunas veces amanece uno lochero y se consigue un pinza que lo remplace mientras uno se va a voliar tejo o beber pola para calmar la locha; si el relevo de uno es avión al otro día amanece uno sin una ficha entre el bolsillo y cuando uno va a buscar el trabajo pailas maestro, el mancito se lo ha bajado, como dice don Carlos:”Les presta uno la amante y fuera de eso le piden culo”, que va, en esta profesión abundan los hijueputas, con todo respeto. Ahora detalle mi parcero, cuando no sale viaje porque no entornaron el bus o está en el taller o al patrón le da por hacerle unos gallos a la nave, uno queda en la playa; y ahí es fijo el tropel; uno de aburrido se la encarama a otro ayudante que está igual de aburrido o cualesquiera de los otros se la monta a uno y listo… llega el momento de los bofetones si estamos en sano juicio o como sea si tenemos alcohol en la porra: con botella, fierro, varilla, palanca o lo que sea.
Los malparidos choferes, cuando se dan cuenta de que hay tropel, paran lo que estén haciendo y nos rodean para azuzarnos y cruzar apuestas: Cien a “Mangamiada”, doscientos a “Carecandao”, Yo le voy a “Patecloch”, a “Chupadedo”, “Culoetonta” o por el que sea de los que estén en la pelea y es que aquí nadie se llama por el nombre que le puso la madre que lo parió, todos recibimos un sobrenombre desde el primer día que ingresamos en la profesión y nos dura hasta la muerte o el cambio de oficio y si se lo cambian a uno es por otro alias mas horrendo. Pero, venga les digo, los choferes también tienen sus correspondientes apodos pero uno está negado a decírselos de frente; ellos si se llaman por sus alias entre ellos mismos, pero si un ayudante se zafa y le dice “Bigotegato” a don Pedro, desde ese momento se le acaba el trabajo al imprudente y tras de su solfa de golpes, que incluye tanda de madrazos, coscorronera y burletería de todos los ayudantes que estén de metiches observando; más encima el chofer ofendido la retaca con una patada o un gaznatón: “tome chino maricón para que aprenda a respetar al que le hace los hijos a su madre, ¿con que muy alegre el cabroncito, no?” y zas, lleve trancazos por donde caiga; después los viejos se retiran riendo mientras uno les arrea la madre mentalmente y levanta uno la cara con despacio y… tome gran hijueputa al ayudante que esté más cerquita de uno y que se esté riendo:
- ¡Ve… y a este que le pasó!
- ¿De qué se ríe, gran marica?
- ¡De lo que se me da la puta gana!
- ¡Pues mejor que no se le dé mucho porque le puede ir mal, ¿sabe, llavecita?
- Eso que lo diga un hombre.
- Pues lo digo yo- grita uno enfurecido- bobo güevón…
- Bobo – dice el otro- pero le hago hijos a sus hermanas, ¿Sabe?
Todos sueltan carcajadas burleteras y le maman gallo a la víctima, que puede ser uno, porque se lo están vacilando, entonces, todavía con el dolor de los coscorrones, las patadas y la humillación aplicadas por los choferes, se embiste contra el más burlón.
- Pues, a ver qué tan machote es, ya que me gana a lengua, ahora gáneme a los bofetones, malparido, lo dice uno con un dicho que le aprendió a un ayudante que venía de los Llanos Orientales, claro que él se refería era a los duelos de copleros.
- Cien a “Carepalo”- grita uno.
- Los voy- grita “Culoetonta”- ánimo “Chicheperro”
- ¡Arriba “Carepalo”- los escucho.
- Cásquelo “Chicheperro”- corean los otros.
Y uno entrompe como puede y reciba y de, puñetazo que viene, patada que se devuelve, cabezazo en la boca, dientes partidos, hijueputazos de dolor y de rabia… de pronto:
- Ayayayayay – grita el otro llevándose las manos a la entrepierna- me capó este indio triple hijueputa…
- Mas triple será usted gran malparido –digo- y si quiere escupir más dientes y más dolor en las güevas no es sino que avise… gonorrea.
Unos lo levantan y le mueven los brazos como bomba de manivela mientras otros le revisan la boca y lo compadecen diciéndole que: “Tranquilo hermano, la jeta se la arreglan en la dentistería, pero lo de las pelotas si es grave porque nunca volverá a culiar como Dios manda…”.
Eso me hace recordar las clases de catecismo en la escuela y por Cristo Lindo que por ninguna parte dice cómo es que Dios nos mandó pichar en esta vida. Al final, los partidarios de cada cual se abrazan y se van a tomar unas cervezas frías; cada grupo en sitios diferentes para evitar nuevas broncas. ¿Saben qué? en unos dos o tres días quien sabe cuántos de los partidarios del contrario en la pelea de hoy se convertirán en desleales y pelearán entre ellos.
Para ser sinceros aquí casi todos hemos tropeleado contra todos. Sólo los ayudantes más viejos (De veinte o más años) no se meten en estos líos. Esto se repite todos los días con distintos actores que son los que ese día se queden en la playa. En esta profesión uno madura biche. Aprende a fumar, tomar trago, culiar y pelear desde puro chinche, que si no, lo montan a uno de una y por siempre.
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