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Pienso que me bajé del carro más blanco que una vela de cebo y se me espantó la entonada, no joda, ahí si me tembló lo poco que tenía firme, abrí mucho los ojos porque el carrito rojo estaba vuelto mierda. La gente se retiró para dejarme pasar mirándome en forma acusadora; me arrimé a la ventanilla izquierda del automóvil y lo que vi me revolvió las tripas, entre las latas retorcidas de lo que había sido un carro deportivo de cuatro puestos un hombre y una mujer estaban destrozados en el asiento delantero; en la parte de atrás aún más atroz se veía a tres niños ensangrentados y sin señales de vida. Dicen que los hombres no deben llorar pero yo sentí que el mundo se me acababa y solté el llanto y el vómito al mismo tiempo mientras aumentaban los sapos, lambones y metiches porque el accidente bloqueó el tráfico y, en ambos sentidos de la vía,  el trancón debía ser bestial.

Con el paso del tiempo aumentaba la rabia de la gente y sus insultos:”desgraciado, debía existir la pena de muerte...”, yo andaba como sonámbulo y ni entendía las palabras insultantes y las maldiciones; los motos de la vial aparecieron bastante tiempo después del accidente, los tombos midieron por todos lados y mariquiaron un rato pidiendo declaraciones, uno de ellos me conocía, me palmeó la espalda y preguntó “¿Cómo fue, mano?” y se alejó antes de que le respondiera. Todo fue por culpa de la plata que tenía que entregar por la noche, los promedios hermanito, y no había recogido ni la mitad de lo que exigen los patrones, los dueños de los carros ¿sabe? Ahora estoy más enyardado que el berraco, en la física cana y esperando la sentencia.  

SOMOS UNA PARRANDA DE MALDADOSOS 

En el paradero todos somos una parranda de maldadosos, para qué, si uno se la deja montar anda enhebrado a todo tiro, entonces le toca a uno irse es por delante, tirarse su bombo y no dejarse encaramar; por ejemplo nosotros, los de la Transmontaña que tiene es una lucha la berraca contra los de la Flota Superexpreso que se creen la mamá de Judas porque tienen buses más nuevos, las güevas, casi todos los choferes de esa empresa son unos catanitos a quienes les tiembla meterle la chancleta al acelerador para no dañar los buses, como si fueran de ellos, en cambio mi patrón, don Uldarico,  lo digo yo el “Carepalo”, que maneja el cuatro treinta y seis, si es un templado para meterle pierna al acelerador, el viejo es un putas para correr y recogerle los pasajeros al que se le vaya por detrás, y hasta a los de por delante, que va, lo tiene gruesito para alcanzarlos y dejarlos en la olleta, ¿me entiende llave?, el man es un tenaz para el muchileo

Yo he camellado como con seis choferes, pero con los que no corren no hay caso, no levantan lo de la yuca diaria y menos pueden cuadrar el promedio que deben entregarle a los patrones pesados o sea los dueños de los carros y uno, pues queda también mamando porque ni modo de hacer tumbao; en cambio, cuando el patrón de uno es bien abeja, les recoge es todo el personal de la carretera a las otras líneas y el ayudante no lleva el bulto porque malo malo, por recorrido, uno manca los cien o ciento veinte billetes y, póngale mi hermano, en ocho o nueve líneas del día cuadra uno la moneda para la rumba y comprar sus hebras y tirarse una que otra hembrita, ¡qué va! Con don Pedro, por ejemplo, ese catanito se va todo el trayecto fumando como una loca desmadrada y no le interesa apurarle; con decirles que en la hora que dura el viaje se fuma seis chicotes y uno, apenas viendo pasar los buses de las otras empresas del plan y los de la loma que recogen es todo y, ¿Al final? pues uno esta es marcando, mi llavería. Lo mismo ocurre con el viejito Víctor que le llora a uno por la noche en el paradero cuando tiene que aflojar los doscientos biyuyos del sueldo diario porque, dizque, no sacó lo del promedio y no tiene ni para la familia de él; mejor dicho no saca ni para darle al dueño del vehículo que tiene otros seis o siete vehículos transitando por la ruta y también llora. 

Este trabajo es berraco, ¿Oyó?, algunas veces amanece uno lochero y se consigue un pinza que lo remplace mientras uno se va a voliar tejo o beber pola para calmar la locha; si el relevo de uno es avión al otro día amanece uno sin una ficha entre el bolsillo y cuando uno va a buscar el trabajo pailas maestro, el mancito se lo ha bajado, como dice don Carlos:”Les presta uno la amante y fuera de eso le piden culo”, que va, en esta profesión abundan los hijueputas, con todo respeto. Ahora detalle mi parcero, cuando no sale viaje porque no entornaron el bus o está en el taller o al patrón le da por hacerle unos gallos a la nave, uno queda en la playa; y ahí es fijo el tropel; uno de aburrido se la encarama a otro ayudante que está igual de aburrido o  cualesquiera de los otros se la monta a uno y listo… llega el momento de los bofetones si estamos en sano juicio o como sea si tenemos alcohol en la porra: con botella, fierro, varilla, palanca o lo que sea.

Los malparidos choferes, cuando se dan cuenta de que hay tropel,  paran lo que estén haciendo y nos rodean para azuzarnos y cruzar apuestas: Cien a “Mangamiada”, doscientos a “Carecandao”, Yo le voy a “Patecloch”, a “Chupadedo”, “Culoetonta”  o por el que sea de los que estén en la pelea y es que aquí nadie se llama por el nombre que le puso la madre que lo parió, todos recibimos un sobrenombre desde el primer día que ingresamos en la profesión y nos dura hasta la muerte o el cambio de oficio y si se lo cambian a uno es por otro alias mas horrendo. Pero, venga les digo, los choferes también tienen sus correspondientes apodos pero uno está negado a decírselos de frente; ellos si se llaman por sus alias entre ellos mismos, pero si un ayudante se zafa y le dice “Bigotegato” a don Pedro, desde ese momento se le acaba el trabajo al imprudente y tras de su solfa de golpes, que incluye tanda de madrazos, coscorronera y burletería de todos los ayudantes que estén de metiches observando; más encima el chofer ofendido la retaca con una patada o un gaznatón: “tome chino maricón para que aprenda a respetar al que le hace los hijos a su madre, ¿con que muy alegre el cabroncito, no?” y zas, lleve trancazos por donde caiga; después los viejos se retiran riendo mientras uno les arrea la madre mentalmente y levanta uno la cara con despacio y… tome gran hijueputa al ayudante que esté más cerquita de uno y que se esté riendo:

-          ¡Ve… y a este que le pasó!

-          ¿De qué se ríe, gran marica?

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