Capítulo 8 - La búsqueda de su padre
Pero había otra preocupación que lo estaba inquietando, e incluso por las noches, eran horas de insomnio, boca arriba pensando en el tema. “Por que mi madre, no comentó quien era mi padre”. “Alguien debe saberlo”. Al primero que fijó en su pensamiento fue a Don Manuel. Al otro día no demoró en preguntarle ¿Don Manuel, Ud. conoció a mi padre? Era una pregunta directa, sensible, pero llena de curiosidad, de llegar a una verdad, que su madre siempre le había ocultado.
-“No lo sé Tino, cuando conocí a tu madre tu ya eras grandecito”-
¿Pero alguien debe saberlo? ¿Quién me lo podrá contar? A Don Manuel los años, le habían enseñado muchas cosas, pero había preguntas que no tenían respuesta, y más cuando venían de un niño huérfano, de un padre ausente.
La idea ya estaba fija en su mente; muy pronto comenzaría la búsqueda, de ese hombre que solo supo engendrarlo, que jamás miró por él, que seguramente hizo desgraciada a su madre, pero en definitiva, llevo su sangre.
En las lecciones de lectura, muchas veces su mente quedaba en blanco, bajo la atenta miraba de su “anciana gordita”, que un día pregunta ¿Qué te aflige Tino, que te veo pensativo?, -“Veo que no te concentras en mis enseñanzas” Un breve silencio, mirada al piso como buscando las palabras justas, para contarle a su maestra, se le hizo un nudo en su garganta, no pudiendo responder. Ese día todo queda igual, vuelve a la sombra de su cuarto, como todas las noches.
Aquellos momentos de alegría que venía recibiendo, pasaron a un segundo plano, para internarse en una melancolía, que lo volvió taciturno, y de pocas palabras. Por su mente pasaban los recuerdos de su madre, de su perro Tony, de aquel hombre culpable de la muerte de su madre, por los golpes recibidos, el dulce rostro de su maestra, los consejos de las monjitas, las palabras sabias de Don Manuel, pero estaba solo.
Vuelve al hospital, busca a la vieja enfermera, pero le informaron que había fallecido el año anterior. Desconsolado, camina lento, como buscando una luz de esperanza. Cansado se sienta a la sombra de un árbol, donde se queda dormido. Sobresaltado con el canto de un pájaro, nuevamente siente una mano sobre su hombro, junto a él estaba aquel señor, que una vez lo acompañó junto a la tumba de su madre ¿Quién eres?, nuevamente preguntó Tino. –“No temas hijo mío, tu búsqueda no será en vano, pero te hará mucho daño”- Nuevamente queda dormido, pero la imagen desaparece como la vez anterior.
Cuando despierta regresa a su cuarto, solo, con la mente fija en su identidad, decide que el domingo cuando vaya a la iglesia, tendrá una charla personal con el cura.
Apenas abre sus ojos en la mañana, se le ocurre que la “anciana gordita”, puede tener alguna información interesante, que le ayude en la búsqueda del hombre que podría ser su padre.
El trabajo en la panadería aumenta, se enferma un obrero de la cuadra, siendo Tino la persona indicada para suplantarlo. De mañana continúa con el reparto, por la tarde limpieza, ayudando en la noche a las tareas de la panificación. Esta situación imprevista, le tiene su mente ocupada, ayudándolo en parte a olvidar la meta que se había fijado.
Como todos los domingos concurre a la iglesia, a oficiar de monaguillo, teniendo la oportunidad de charlar con el cura Pedro, como se lo había propuesto. ¿Le voy hacer una pregunta señor cura?, mirándolo a los ojos ¿Ud. conoció a mi padre? ¿Quién era, donde vive? Al sacerdote lo toma de sorpresa, ese inesperado interrogatorio, duda unos instantes, lo mira a los ojos, diciéndole; -“Mira…..tengo un leve recuerdo de tu mamá, cuanto tu naciste”- Tino viendo la inseguridad de las palabras del sacerdote, vuelve al ataque; -“Ud. no me puede mentir, para eso es cura”- “Por supuesto” contestó el sacerdote, “buscaré en mis viejos apuntes, ahí posiblemente podré tener una pista” –
-“El próximo domingo, seguramente podré darte noticias, si es que encuentro la información que te satisfaga.”
Que lejos veía Tino el próximo domingo, el quería algo más concreto, que no le sembraran mas dudas, en su vida ya había tenido bastante. De la iglesia camina en dirección a la casa de su maestra la “anciana gordita”, decidido a enfrentar una realidad, que siempre le ocultó, posiblemente por vergüenza.
Golpea a la puerta, varias veces, cuando por la ventana, se oye una voz entrecorta ¿Quién es? una pausa prolongada ¿Qué desea? –“No me siento bien, podría venir mañana” – Como un balde de agua fría en su cabeza, escuchó ese mensaje. “No puede ser pensó Tino, no se puede morir también esta anciana”.
Camina lento, dirigiéndose a la plaza, donde solía encontrar a un lustra botas, que en varias oportunidades charlaban de sus vidas, no muy generosas para ambos.
En una esquina de la plaza, estaba su compañero de largas charlas en sus ratos libres, dejando muchas veces volar la imaginación, para luego bajar a la dura realidad. El joven lustrabotas posiblemente un par de años mayor que él, con una trayectoria de vida cargada de anécdotas, escuchando desde su cajón de lustrador muchas historias, unas verídicas, otras imaginarias.
Tino se sienta en el suelo, lo mira atentamente porque su amigo tenía un cigarro en la boca. ¿No quieres un pucho?, -“mira que aún tengo más”- Moviendo su cabeza en forma negativa, Tino decide comentarle su nueva preocupación. ¿En alguna oportunidad escuchaste, la historia de mi madre? –“No exactamente su historia”, indica el amigo, “una vez un señor, de fina ropa, iba preparado para un encuentro, que por la característica en la descripción de la mujer, sería tu madre”- ¿Cuándo fue eso, por favor? ¿Reconocerías a ese señor? –“Hace demasiado tiempo, yo recién comenzaba a trabajar, y tendría unos siete años”- ¿Debes acordarte como era ese hombre?, -“cualquier dato que tu recuerdes, para mi es importante”- pero era inútil, había pasado mucho tiempo, para recordar su rostro.
Todo indicaba que tendría que esperar al cura, o que la anciana maestra, mejorara de su dolencia, para iniciar la charla tan esperada.
Su canasta, las obligaciones, lo esperaban nuevamente al otro día, no pudiéndole fallar a Don Manuel, que había sido muy bueno con el. El reparto hoy era corto, teniendo tiempo en cada hogar que llegaba, a charlar generalmente con la patrona. Necesariamente repetía en cada lado, su meta fijada; encontrar a su padre.
Nadie supo responder a la gran incógnita de Tino, ni siquiera una pequeña pista. Pero su orgullo personal, tomaba fuerza, que era conocida en ese pequeño poblado.
En el Convento llegó la noticia, y la Hermana Antonia, decidió salir en su búsqueda, para tener una conversación con él. Preguntando no fue difícil encontrarlo, invitándolo a desentrañar de su mente, ese misterio de su padre, que lo estaba acosando.
“-Hola Tino, como estás”, “Por que te alejaste de nosotros, que fuimos para ti, su segunda madre”
-“Perdone, Hermana Antonia, realmente me avergüenzo de lo mal agradecido que fui”- “Le juro que no volverá a pasar”-
Caminan ambos en dirección al Convento, con una charla amena, recordatoria, pero con poco contenido de interés para Tino.
En una sala los dos solos, comienzan una conferencia de vida, que durará varias horas. ¿Por qué buscas a tu padre, después de tanto tiempo? – “En realidad” contesta Tino, “siempre lo tuve en mi mente, pero no tenía el coraje necesario, para preguntar por él” – “Hoy ya tengo catorce años, no tengo a mi madre, me hace falta la presencia paterna que nunca tuve”.-
La monjita trataba de sacarle de la cabeza esa idea fija –“Pero él nunca te buscó, ni preguntó por ti”- “Tú crees que tendrá interés en verte”- Cada palabra de la Hermana Antonia, eran como puñales, que le iban clavando en el corazón. De pronto interrumpió en llanto, pidiéndole por favor que no lo destrozara más.
“Está bien” dijo la Hermana Antonia, nosotros conocemos a una señora, que vive en las afueras del pueblo, que talvez pueda darte alguna información.-
Mañana, después de medio día, iremos en su búsqueda. –“Gracias hermanita, yo sabía que no podían fallarme”
Una noche interminable, con pensamientos entrecruzados, unos buenos, otros malos, algunos regulares. Era razonable, si encontraba a ese hombre, se iba a enfrentar posiblemente con el enemigo, alguien con un corazón de piedra, que ignoró su existencia.
Debo ir bien presentable, me cortaré el pelo, compraré unas alpargatas nuevas, pidiéndole a Don Manuel, que le diera la mañana libre.
Caminando junto a la Hermana Antonia, llegaron a la casa de la señora misteriosa, que vivía en una modesta vivienda, de las afueras del pueblo. Su rostro relativamente joven, pelo corto, falda a la rodilla, descalza, con un pucho en la mano. “Mi nombre es Mimí, Uds. que desean”. La hermana le explica que ese niño, desea hacerle algunas preguntas. ¿De que se trata?, dirigiéndose al niño, que de inmediato le contesta; -“Busco a mi padre, mi madre ha muerto, no conociendo a nadie de mi familia”. ¿Como se llamaba tu madre? –“Le decían Beba” – Cuando la informante escucha ese nombre, lo mira a los ojos, indicándole a la monja que lo dejen solos.
“Mira chico”, ¿Cómo te llamas?,-“me llamo Valentino, pero me dicen Tino”-
“Escucha atento lo que te voy a contar, no me interrumpas, y luego preguntas” – “Hace muchos años, una joven muy bonita, pierde a sus padres, en un hecho confuso, del que mucho se habló. Esa joven tenía apenas quince años, quien fue llevada a la casa de una tía, hermana de su padre, que vivía en pareja con un hombre, menor que ella. Según cuentan los vecinos de la época, la muchacha era abusada por el marido de su tía, e incluso obligándola a tener relaciones con sus amigotes. Pasaron un par de años, cuando la tía decide, echarlo de la casa, cuando se entera de la desagradable situación que allí se vivía.”
La mujer hace un descanso en la historia, dando la oportunidad a Tino a preguntar, ¿Y después que pasó? “No te apures que aún queda un largo trecho. Ese hombre la siguió viendo a la joven, hasta que un día, no aparece más. Pero….la pobre infeliz había quedado embarazada. Su tía viendo lo que le esperaba, le pide que se vaya, echándola como un perro.” Después se supo que ese hombre, se había ido a trabajar a la Estancia “Las Mariposas”, a pocos kilómetros de este pueblo. Esa joven mujer era tu madre.”
Este escalofriante relato, le dio pie a Tino a preguntar ¿Cómo se llamaba ese hombre, aún vive? “Creo” contesta Mimi, que tenía el apodo de “Pancho”, pero yo nunca más lo vi. ¿Cómo sabe esta historia?, la dura realidad sigue golpeando a Tino, cuando la desalineada mujer le dice –“Me la contó ella, cuando se hacía llamar “La Beba”, en el prostíbulo del pueblo”.
Se despide, le da las gracias, con el ánimo echo tiras, comienza a caminar, sin rumbo, hacia cualquier lugar, lo más lejos posible del lugar donde aparentemente, le habían dado una pista importante para lo que el buscaba.
Esa noche por primera vez bebió alcohol, de una botella que le encontró a Don Manuel en la despensa de su casa.
Su cabeza estallaba, desenredando la historia recién contada, más el alcohol que había ingerido. Que hago se decía, lo busco, dejo todo como venía hace unos meses; su confusión era total.
Alguien tiene que ser mi consejero, pensó. Sin duda Don Manuel me indicará el camino correcto, que debo seguir.
Al día siguiente cuando llega su patrón, le cuenta lo sucedido, pidiéndole una reflexión. Don Manuel dudando en principio los pasos a seguir, decide acompañarlo. “Yo conozco esa estancia, también sus patrones, quienes son clientes de mi panadería hace muchos años.
Esa misma tarde, en un coche de dos caballos de su propiedad, salen rumbo a la estancia “Las Mariposas”. Un viaje de media hora, a paso lento, llega al casco del establecimiento. Lo recibe un casero, que simpáticamente le pregunta ¿Qué desea Don Manuel? “El patrón no está, anda por la Capital, seguramente viene mañana”
El niño inquieto, no pudo esperar, preguntándole ¿Aquí trabaja un señor que le llaman “Pancho”? “Trabajaba indica el casero, hace unos meses se fue a la deschalada de maíz a la estancia del “Brasilero”. Donde queda esa estancia pregunta Don Manuel. Como buen hombre de campo, el casero le indica; por este mismo camino, unas dos leguas, no teniendo como perderse, pues hay un ombú grande en la tranquera.
Era una tarde de invierno, muy pronto se entrará el sol, y sin mediar palabras, deciden volver al otro día.
Volviendo para el pueblo, le pide al patrón llegar por la casa de su anciana maestra. Golpea suavemente, como para no sorprenderla, cuando la figura de la querida anciana, lo sale a recibir. Se saludan, prometiendo venir a visitarla otro día.
Cuando llegan, el cura Pedro lo estaba buscando, para que le ayudara a cambiar unos muebles, porque estaba de pintada en la parroquia. –“Mañana estaré por la parroquia”- le indica Tino, por hoy tengo suficiente.
Al otro día no podía fallarle al cura, tendrá que ir a la parroquia, una vez que termine con el reparto, que seguía haciéndolo a diario.
Cuando se encuentra con el sacerdote, le pregunta si había encontrado alguna información, que le diera la oportunidad de encontrar a su padre. El Padre Pedro, cambia el rumbo de la conversación, llevándolo directamente al trabajo.
Inmediatamente se dio cuenta Tino, que el cura Pedro no le interesaba hablar del tema, talvez por prudencia, o simplemente para no lastimar su rica inocencia que guardaba su interior.
Don Manuel sería la persona indicada para llevarlo al encuentro de aquel hombre, que según parece podía ser su padre. Como se lo habían prometido, nuevamente prepara su coche de caballos, partiendo a primeras horas de la tarde, rumbo a la estancia del “Brasilero”, según datos del casero de la Estancia Las Mariposas.
A trote lento, van rumbo a la búsqueda del ombú, que será su primera referencia para encontrar la entrada de la estancia. Desde lejos pueden ver recortado en el horizonte, un hermoso ombú, que por su tamaño, debe tener muchos años. Llegan a el, abren la tranquera, comenzando a desandar un caminito angosto, con algunos árboles generalmente en las curvas, como indicando que en ese lugar el camino cambiaba de dirección.
Lo reciben dos perros, con pinta de pocos amigos, pero inmediatamente, viene al encuentro de los visitantes, una señora con acento extranjero, seguramente la esposa del patrón, que les dice ¿Qué desean los señores? Don Manuel con la tranquilidad que lo caracteriza, le explica –“Venimos desde el pueblo. Este chico trabaja en mi comercio, es de mi total confianza, desde hace algún tiempo busca a su padre”- ¿Qué nombre tiene su padre?, pregunta la dueña de casa. Ya nervioso, con una ansiedad desbordante, Tino le responde –“Se llama Pancho”-
La señora les indica que en el establecimiento tienen tres personas estables, más diez peones golondrinas que han llegado para la zafra del maíz. –“Preguntaré a mi capataz, si conoce alguno de los peones, que se llame Pancho” – Se retira del patio donde los había recibido, entrando al establecimiento. El retorno no se hizo esperar, pero en esta oportunidad regresaba con el capataz de la estancia. “El es Rodrigo Pereira, quien tiene a cargo todo el personal que trabaja, en las diferentes tareas, que aquí se desarrollan”.-
Rodrigo Pereira, es un hombre de unos cuarenta años, estatura mediana, tez oscura, con una expresión en su rostro, de pocas palabras, quien les dice: “En el potrero del fondo, tengo a un hombre que le dicen “Pancho”, “Vino para la zafra”. Lógicamente cuando Tino escucha ese comentario, sus ojos brillaron más que nunca. Un poco tímido pero decidido le dice ¿Podré verlo? El capataz ubicando sus manos en la cintura, tira el pucho, se acomoda el sombrero, mira fijamente a los visitantes, respondiéndole: “Será al finalizar el día cuando regresen de su trabajo”.
Don Manuel agradece la atención de la señora, solicitándole al capataz, la autorización para esperar al hombre en cuestión, hasta la hora del regreso. En el patio de la estancia, bajo un frondoso árbol, estaban ubicados unos bancos de madera, que serán los indicados para hacer el aguante hasta la hora de entrada del sol, que seguramente es cuando volverían los del potrero del fondo.
Los nervios de este chico, iban en aumento. Los minutos parecían horas, teniendo fija su mirada, en el lugar que con seguridad ingresarían este grupo de peones.
El sol se va perdiendo en el horizonte, cuando a lo lejos se pueden observar un grupo de trabajadores, acercándose al casco de la estancia.
A pocos metros del casco principal de la estancia, estaba el galpón de la peonada, dirigiéndose a el sin mediar palabras.
Caminando con temor, se dirigen a ese galpón Tino y Don Manuel. ¿Algunos de Uds. se llama Pancho?, preguntó Don Manuel. Un breve silencio se produce entre los peones, que parecían no haber escuchado la pregunta. El viejo gallego vuelve a insistir con la curiosidad que aterraba a Tino. ¿Puede ser que trabaje un señor llamado Pancho entre Uds?