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Capítulo 9 - Encuentro con su padre

Vaya sorpresa cuando en el fondo del galpón se oye una voz que dice ¿Soy yo Pancho, para que me buscan? De a uno se iban retirando los peones, para dirigirse a la cocina, ya era la hora de la cena. Muy poca luz en el galpón, solo un pequeño farol a keroseno, era el testigo de este encuentro.

  Se acerca a paso lento, un hombre de barba cerrada, pelo largo, mirada profunda, con sus manos curtidas por el sol, con cicatrices profundas en sus brazos, que seguramente las trae desde muy joven.

    Tino queda paralizado, no le salen palabras, le tiemblan las piernas, pero sacando fuerzas de su interior le dice, ¿Yo a Ud. lo conozco? ¿Lo he visto dos veces a mi lado? ¿Es Ud. realmente Pancho? Este hombre de pocas palabras, le pide a Don Manuel que el deje solo, que ese niño debe conocer una historia.

  “Te agradezco que me escuches con atención, me cuesta mucho recordar mi vida, hubiera preferido morir”  “Hace muchos años, por circunstancias que no vienen al caso, conocí a tu madre. En esos momentos nos enamoramos, pero mi vida estaba comprometida con otra persona. Cuando tu madre queda embazada, yo tuve que alejarme de la zona, porque en una pelea, había matado a un hombre. Me fui lejos, hasta que todo quedara tranquilo. Cuando regreso me contaron que tú existías, pero no tenía trabajo, dándome vergüenza que tú me conocieras. Luego tuve que alejarme nuevamente en busca de trabajo, regresando el día que muere tu mamá”. Tino no aguanta, preguntándole ¿Entonces ese señor que me puso la mano en el hombro, en el cementerio eras tú? ¿Por qué no me dijiste que eras mi padre?

   El hombre hace un breve silencio, continuando su historia. “En esos momentos no podía hacerme cargo de ti, estaba algo enfermo, sin trabajo, viviendo de agregado en una estancia de la zona. Sabía que tan mal no te iba, que tenias trabajo, comida y donde vivir”-

   “Luego mi animé, nuevamente cuando te habías quedado dormido bajo aquel árbol, teniendo la intención de contarte toda la verdad, pero no tuve la fuerza necesaria para hacerlo”.

   Tino lleno de ilusión por el encuentro con su padre, exclamó: ¿Ya no te vas a separar de mi, verdad? Nuevamente el silencio, cierra los ojos, pone su mano sobre la cabeza de Tino, le agradece por tener el valor de haber venido, diciéndole “Mañana, no sabré que me tiene reservado el destino” “Hoy estoy aquí, en esta estancia, por una breve changa, luego, nuevamente el camino”.

   Tino no se puede convencer de perder a su padre, una vez encontrado. “Mañana vendré a verte, te traeré pan fresco de la panadería donde trabajo, y seguiremos charlando”.

   El buen hombre da por terminada la charla, dirigiéndose a la cocina, junto a los demás compañeros.

   El retorno con Don Manuel, fue casi en silencio. El viejo gallego, no se animaba a preguntar nada, solo esperaba que Tino se las contara. “Ud. precisa un ayudante en la panadería Don Manuel, porque no le da trabajo a mi padre”. El gallego, con la experiencia que le dieron los años, solo le responde “Vamos a esperar”

   Todo parecía un largo sueño, que seguramente Tino no quería despertar. Pero que pasaría a partir de mañana, o al otro día cuanto decidiera volver a la estancia a ver a su padre. Lo volverá a encontrar. El no soportaría otra desilusión, habían sido muchos golpes con tan solo quince años.

   Desbordado de ilusión, fue contando a todos sus conocidos el encuentro con su padre. A la anciana maestra, al cura Pedro, a todos los compañeros de trabajo, al amigo de sus encuentros en la plaza, en fin, a todos. Tino era querido por su espontaneidad, por su apego a la vida, por mirar siempre adelante, no dejándose avasallar por ningún obstáculo por grave que fuera.

   La vida lo ponía en un brete, que sin lugar a dudas debía decidir solo, ya que todos le decían  “Lo que te dicte el corazón”.

   Volvió a pedirle un nuevo favor a Don Manuel, que al otro día lo llevara nuevamente a ver a su padre.

  En esos días se había instalado en las afueras del pueblo, un aserradero, solicitando operarios con experiencia, para todo trabajo.

  A Tino se le ocurrió la idea, de hablar con el encargado de contratar el personal, solicitándole trabajo para su padre, hombre rudo, acostumbrado a trabajos pesados, que encuadraba con las exigencias de la nueva industria.

  Cuando llegan el otro día a la estancia, nuevamente tuvieron que esperar la finalización de las tareas, para poder encontrarse con su padre. Esta vez más tranquilo, aplomado, con la noticia que le había conseguido trabajo en el aserradero, se sientan a conversar bajo el farol, que los alumbró la primera vez, pero hoy en realidad parecía que alumbraba un poco más.

       Su padre lo toma de las manos, lo mira a los ojos diciéndole: “Mira Tino, ninguno de los dos sabemos, por que el destino nos mantuvo separado. Hoy la mano de Dios, nos ha juntado, pero tengo miedo de volverte a perder”.

   Al niño se le llenaron los ojos de lágrimas, trata de explicarle a su padre –“Papá, por que nos vamos a separar, yo tengo trabajo, tu pronto podrás comenzar en el aserradero, trataremos hacer de nuestras vidas, una familia”.

   “Mañana se termina la changa en esta estancia, recibiré la paga, juntaré las pocas cosas que son de mi propiedad, para llegar a ese nuevo trabajo temprano de la próxima mañana.” Don Manuel lejos de la escena, mira atento el desenlace.

   “Debo conseguir alguna vivienda, o talvez en el mismo aserradero me ofrecen para quedarme”,  Todo se dio como el misterioso Pancho, se lo había planteado a Tino.

   La noticia llegó muy pronto a todo el pueblo. Las viejas comadres, hacían sus propios comentarios, algunos positivos, otros negativos.

  Una tarde Tino se encuentra con su padre, para hacerle un pedido, -“Papá por que no vivimos juntos, compartimos la comida, nos sentamos a la mesa, charlando de padre a hijo.”-

  “Mira mi pequeño”, dijo Pancho –“Lo mejor para los dos, es vernos igual todos los días, pero la convivencia muchas veces termina en separación, no queriendo esto nuevamente” - ¿Qué pasa, no me quieres?, le pregunta Tino, “porque te quiero hago esto” “Tenemos costumbres totalmente diferentes, tu con quince años, yo cumpliendo los cuarenta y cinco”.

  Así se fueron dando los encuentros entre padre e hijo, escuchando Tino con atención las historias de su padre,  aprovechando para darle consejos, que debería tener en cuenta en el resto de su vida.

 

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