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Otra fuente de ingresos para los directivos docentes era la tienda escolar, mal llamada cooperativa durante mucho tiempo; el negro Losada nunca le puso este apodo porque como era economista las llamaba por su nombre: Tiendas escolares y bueno, no podía llamar de ese modo a un adefesio de las escuelas y colegios que generaba fondos para muchas personas, menos para los que debían ser beneficiados. “En un principio era el verbo y el verbo... se encargaba de convencer a los padres de familia de que de allí iban a salir fondos para muchas necesidades del colegio y escuela, al comienzo yo también me lo creí; y que la colaboración de los padres y familia era indispensable para la buena marcha y administración de este pequeño negocio que, vendiendo a los niños las golosinas que más les apetecían se obtenía una utilidad que permitiría la adquisición de materiales de enseñanza y equipos que el gobierno jamás enviaría y... con mis hijos, que eran todos los niños de mi curso, íbamos entusiasmados a comprar en la cooperativa para decorar el salón y poner bonita la escuela; muy pronto me desilusioné, cualquier tiza extra, borrador, cartulina o etc. que necesitara urgente, si los quería, salían de mi bolsillo. El negro Losada me lo explicaba en términos técnicos de cómo no se podía disponer de ese dinero a la ligera; después Oliva quejumbrosa me abrumaba con las necesidades de su propia familia y que por eso se hacía un auto préstamo para solucionar esos problemas y que luego devolvía ese dinero, años más tarde me enfrenté con amenazas de denuncias por calumnia por el simple hecho de preguntar dónde estaba el dinero y, algunas veces, conatos de agresión física; bueno, lo cierto es que el dinero se esfumaba misteriosamente y perdido se quedó durante las diferentes administraciones en las cuales trabajé como profesor durante más de treinta años.

No sé qué nombre le darán algunas personas a estas jugadas tan hábiles de las directivas docentes para apoderarse de la plata de la escuela y de los niños, pero para mí era un robo sin adornos retóricos, los directores de las escuelas se robaban el dinero de la tienda escolar y otros dineros que después explico en otro capítulo.

En varios sitios de trabajo fueron mejores  amigos míos las personas humildes que trabajaban como responsables del aseo o la vigilancia que los mismos profesores. En el edificio nuevo con el mismo nombre del prócer legendario, que tenía la escuela de mi primer año, nunca me sentí cómodo; las relaciones entre compañeros eran impersonales y no tenía la charla del viejito Barón o Losada o las impertinencias de Lola o la posibilidad de enfrentarme hombre a hombre con el mal nacido Villa, que Dios confunda por el mal tan grande que le hizo a la educación; me salvaron las vecinas cariñosas, los amigos del barrio y los antros  nocturnos del centro de la capital donde me escondía a escribir y a pensar.

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Edgar Tarazona Ángel

www.molinodeletras.net  

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