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De ella no se libraban los directores de las otras escuelas, algunos supervisores y, años después, hasta secretarios y secretarias de educación de la capital. Siempre, durante todo el tiempo, manipuló a su antojo las escuelas y colegios donde estuvo. La dejo quieta por ahora porque de nuevo volverá a escena.

Realmente esto no fue sino el comienzo, cada profesor se hizo cargo de su curso pero el año siguiente hicieron varios ajustes a los horarios en una estrategia que dieron en llamar el Plan de Emergencia Educativa, debida a la escasez de maestros. Durante la duración del plan ni padres ni alumnos ni profesores sabíamos a que hora era la entrada o la salida; en que salón o cual profesor le correspondía;  unos días entraba uno a las diez de la mañana y salía llegaron más profesores y se recibieron todos los niños que no tuvieron cabida en las escuelas de la localidad, afortunadamente este despelote sólo duró como cuatro o cinco meses; Diva fue mi orientadora o desorientadora, según como se observe, desde el primer día, mejor dicho me adoptó y se portó demasiado cariñosa conmigo como corresponde a la segunda madre, pero esta era más cariñosa y pegajosa  que la propia y me hacía sentir incómodo; además, de la vida yo poco y nada conocía y eso ya era mucho; tenía unos cuarenta años pero revelaba cincuenta y unos ojos de cielo porque en uno tenía una nube y el otro le relampagueaba; algún día o noche el marido le propinó una bofetada tan bien puesta que le torció el tabique, lo cual aumentaba su apariencia de bruja, y las malas lenguas decían y juraban tierra y cielo que era o había sido la amante del negro grandote que era el director y a mí me importaba un soberano culo, en el internado aprendí que cada uno tiene derecho a convertir su trasero  en candelero y a comer callado; esto último me acompañó toda la vida y seguirá con el suscrito hasta que la cancelen la cédula, o sea, cuando...

Los años transcurrieron pero el recuerdo permaneció allí, grabado como un tatuaje; el director nos tuvo como dos horas hable y hable que las reformas educativas que la profesión que los niños y los padres que  bla bla bla  y yo ponga cuidado porque era mi primer año de trabajo, después descubrí que cambiaban las directivas, los compañeros, los estudiantes, los colegios; cambiaba todo pero no la carreta, de pronto los términos utilizados cambiaban según la corriente pedagógica de moda en USA o Europa pero los compañeros continuaban, casi sin excepción, con sus métodos personales de toda la vida aprendidos en la escuela normal donde se graduaron hace dos, diez, treinta, cien años.  Afuera los niños se fastidiaban  en un relativo silencio; cada diez o doce minutos salía Villa a revisarlos y, ay de aquel que se estuviera comportando normalmente porque los castigos de este mal llamado educador eran propios de los inquisidores, eso lo averigüé durante el corto tiempo, afortunadamente,  que compartí con él; el tipo era un sádico y aprovechaba su posición para sacarse del alma, que no tenía, una cantidad de frustraciones que alcancé a vislumbrar en las pocas conversaciones que sostuvimos y me ponían a punto de sentarle la mano o darle una tremenda patada en el trasero o... creo que no le puso atención al negro, todos sus sentidos estaban concentrados en el patio para detectar el mínimo rumor o movimiento desusado para salir a castigar al culpable. En pocas palabras el tipo era un mal parido de mala entraña que tal vez no conoció a la madre y lo lactaron con hiel y vinagre para desgracia de la educación. Nunca jamás volví a saber de él y espero que el demonio lo tenga en su santo seno por siempre jamás, o sea, para toda la eternidad. Uno de sus castigos preferidos era regar granos de maíz en el piso y la víctima debía arrodillarse sobre los granos con los brazos en alto y un ladrillo en cada mano, Villa se paraba al lado con una vara de rosa y cuando el torturado trataba de bajar los brazos o pararse lo disuadía con dos o tres golpes; el castigo podía durar varias horas y, casi siempre, el niño que lo había padecido dejaba de asistir a clases tres o cuatro días; nunca pude explicarme porqué los padres no se quejaban aunque lo sospeché, se hablaba de nexos familiares por lo alto y tremendas recomendaciones políticas, yo me imaginaba que era sobrino de la mujer del arzobispo o algo así, lo cierto es que el hombre era enfermo mental grave y, desde el primer día, sentimos antipatía recíproca. Después de la reunión  les hablaron durante un cuarto de hora a los estudiantes, les dejaron jugar y tomar onces media hora y, al toque de la campana, pasaron a los salones; yo estaba  nervioso, más que en cualquier ocasión, había pasado revista visual a mis niños, unos treinta entre los nueve y los once años  y me parecieron normales, simpáticos, inteligentes, despiertos, geniales... si la  disciplina en esta escuela era tenerlos quietos, amarrados y dormidos pues yo los iba a despertar y grabarles  en la cabeza que eran niños y debían actuar como tales; esa fue la causa de un amago de pelea con Villa y, lo que ni él ni nadie sabía era que, a pesar del aspecto frágil yo era un buen deportista que practicaba boxeo  y defensa personal todos los fines de semana además de levantar pesas, jugar fútbol y montar en bicicleta, entre otros. Villa lo sospechó el segundo día, cuando se me acercó a darme la mano y, para impresionarme, apretó con todas sus fuerzas con el fin de imponerse pero le falló porque yo lo había sospechado y en el momento de apretar lo hicimos simultáneamente; y descubrí que su arrogancia y prepotencia no eran acordes con sus músculos, posiblemente debajo de sus chaquetas acolchonadas estaba un cuerpo regordete y fofo mientras que,  en medio de mi aparente delgadez y fragilidad mis músculos respondían ante el primer estímulo. En mi barrio de ciudad de provincia todos practicábamos deportes, algunos violentos como el boxeo y la lucha, además, levantaba unas pesas fabricadas por nosotros y hacíamos ejercicios en la barra. Ah, y en vacaciones todos los días nadábamos, jugábamos fútbol y otras actividades del músculo. No era extraño que alguno de mi barriada estuviera descalabrado o con las narices rotas a causa de las pendencias “amistosas" de todos los días.

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