Algunos años atrás tuve la oportunidad de asistir a una conferencia del profesor Alberto Verón en el auditorio del Banco de la República de esta ciudad, sobre el derrumbamiento de los grandes paradigmas que el comunismo había creado en la antigua Unión Soviética. Una vez finalizada la disertación del docente, entramos en una charla amena, la cual, para sorpresa de muchos de los asistentes, se enriqueció con la intervención de un estudiante del INEM, quien, con mucha claridad, expuso sus ideas –algo que se hace difícil para un buen porcentaje de nuestros adolescentes– y remató citando a Habermas.
Contrario a lo que les acabo de comentar, esta semana el alcalde de Cartagena, Manuel “Manolo” Vásquez Duque, cuestionó “la importancia de la enseñanza de la filosofía en la formación escolar de los estudiantes más vulnerables de la ciudad”, dando origen a toda clase de pronunciamientos al respecto, desde personas del común hasta reconocidos académicos del país. La ignorancia es atrevida.
Mientras los países más desarrollados del mundo, crean toda clase de incentivos para los que estudian carreras afines a las Humanidades y las Artes, en el nuestro todavía nos estamos preguntando ¿para qué les sirven algunas materias del pensum escolar a nuestros estudiantes?
Todo comenzó cuando los sabihondos del pueblo o del barrio, personas muy inteligentes, graduadas en la universidad de la vida, pero sin el conocimiento de los fundamentos necesarios para hacer un análisis sesudo de nuestras sociedades, comenzaron a filosofar en sus casas. Esa “producción mental” se ha ido masificando por las redes sociales, y de los verdaderos fines de la enseñanza de la filosofía, se pasó a la promulgación de todo tipo de sandeces. No es necesario recordarlas para no volvernos repetitivos con ellas, pero los ejemplos abundan en la reciente coyuntura política del país.
Coincide esta postura con la pérdida de valores que ha sufrido nuestra sociedad, a expensas –entre otras razones– de los “espejismos” creados aquí por el auge del narcotráfico durante las décadas de los 80 y 90. Bien conocidas son las recomendaciones de cierto padre de familia a su hijo, cuando éste decidió viajar a Medellín en busca de nuevos horizontes: “Mijo, trabaje y consiga plata honradamente, pero si no puede, consiga plata”.
La mejor manera de crecer como sociedad y trabajar por un país más equitativo es influyendo positivamente sobre nuestros estudiantes desde la enseñanza de la filosofía, permitiéndoles crear una “conciencia de los problemas fundamentales de la ciencia y la cultura, de modo que la reflexión personal y libre sobre los valores y la condición humana fundamenten su conducta de cooperación social” (Páramo Carmona, 2011).
Cuando lo logremos –a veces es utópico pensarlo–, tendremos un país sin los políticos y los generadores de violencia de los que ya estamos bien cansados.