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La presentadora preguntó al escritor invitado “¿Qué libro salvaría del diluvio?”. En el fondo del set se avistaba una playa de arena color nácar junto a un mar diáfano. Era la última entrevista del noticiero de mediodía, desde Cartagena. Mientras el escritor argumentaba la respuesta, un hombre en la última silla de la sala opinó “Fácil: con una playa y una mujer así no se necesitan libros”. Las personas que aguardaban turno para abordar el bus continuaron pegadas al televisor. Pronto saldría la ruta. Yo revisé el libro escogido para combatir el tedio del viaje: Poema de Gilgamesh. Parecía que la pregunta era oportuna. En frente de mi tenía una de las posibles soluciones.

Durante el viaje adelanté dos o tres cosas pendientes en Medellín, entre otras la de mi retrasada graduación y la visita a un amigo. El libro cumplió su cometido en las salas de espera de los terminales y en las soporíferas noches de hotel. De regreso a Cali, maravillado con el tesoro de Gilgamesh y con el asunto del diluvio orbitando aún en la cabeza, escribí unas líneas que dieron origen a un libro que lleva ya diez capítulos. He aquí el primero.

 

 

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