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Desde el fondo de las cosas

Resulta una feliz coincidencia que el primer libro para salvar del diluvio, el Poema de Gilgamesh, sea a la vez el primero de la historia (al menos el primero del que se tiene noticia) y uno de los más bellos e influyentes hasta ahora conocidos. Lo paradójico es que el lector común y aún la gente culta —excepto los sumerólogos y uno que otro curioso— ni siquiera lo han oído nombrar. En mi caso, lo conocí mucho después de leer otros libros de la antigüedad clásica. Por ser la primera obra propiamente literaria, los que le sucedieron parecieran recibir su influencia. Esa es una de las constantes de la literatura: la influencia de ciertos autores y ciertos libros sobre los que les suceden en el tiempo.

En la época cuando cursaba estudios de literatura leí una reseña sobre el poema en cuestión. Poco o nada se hablaba de su belleza e importancia. En años recientes conocí un prólogo de Borges que decía:

Diríase que todo ya está en este libro babilónico. Sus páginas inspiran el horror de lo que es muy antiguo y nos obligan a sentir el incalculable peso del Tiempo.

Con estas palabras nació mi inquietud por [[Gilgamesh]], por el héroe y su poema. Hoy todavía lo leo con admiración, sin creerme dueño de su fuerza ni de su filosofía.

El texto, tal y como lo leemos en la actualidad, es la refundición de varios fragmentos (principalmente asirios, babilonios y sumerios) basados en los versos contenidos en tablillas de escritura cuneiforme, muchas de cuyas partes datan de los siglos XVII y XVIII a. de C. Los episodios narrados en dichas tablillas fueron plasmados por escribas sumerios de quienes ignoramos su identidad.[1] Es casi un milagro que el poema se haya conservado hasta nuestros días.

Hagamos un paréntesis histórico. Por la época en que fue escrito Gilgamesh, Súmer era una gran civilización. Según [[Samuel Noah Kramer]], experto en cultura sumeria y su literatura[2], los sumerios fueron una civilización sui generis. Destacan por haber fundado la primera escuela, el primer parlamento, los primeros tribunales de justicia, los primeros catálogos de biblioteca. No conformes con ello practicaron medicina, horticultura, historiografía. Propusieron los primeros ideales éticos, los primeros intentos de una filosofía, la primera cosmología. Además fueron apasionados hombres de letras: redactaron el primer compendio de proverbios y las primeras fábulas. A esa civilización debemos el relato del diluvio (incluido en la tablilla XI del Gilgamesh), del cual tomaron los semitas la historia de [[Noé]] narrada en el [[Génesis]] bíblico. Dice Luís Pericot al respecto:

Ese pueblo es la raíz de nuestra civilización (…) fue ahí donde por primera vez el hombre organizó la sociedad y tuvo la preocupación por los problemas que han sido la base del pensamiento en todos los tiempos: problemas filosóficos, cosmogónicos, éticos.[3]

No deja de producir estupor, al conocer ese legado, que el territorio que habitaran los sumerios, el actual Irak, sea hoy escenario de guerra, y que sus tesoros hayan sido destruidos o saqueados por tropas extranjeras.

En Súmer suceden las hazañas de Gilgamesh, relato poético donde el personaje central no es un dios, como en cuentos orales anteriores, sino un humano. Además de esta novedad relacionada con el protagonista, surgen otros elementos. Según los expertos las doce tablillas que componen el poema tienen significado mágico ya que se refieren a la concepción sumeria del Tiempo cíclico, al cual representaban en los signos del zodíaco, es decir, en figuras imaginarias formadas por los astros, y por las que transitan cada ciclo anual el sol y las estrellas errantes. Una valoración más: el Poema de Gilgamesh es también un documento sobre cosmología asiria.

Mezcla de la más pura expresión literaria y de costumbres religiosas y astrológicas de un pueblo, Gilgamesh es un libro inagotable como toda gran obra. Contrario a lo que pudiera pensarse, al leerlo descubrimos una escritura sencilla, poética, recordándonos la economía del lenguaje presente en textos como la [[Biblia]]. El paso del tiempo no ha ensombrecido esa condición de obra suprema. Abordemos sus episodios fundamentales.

La primera parte, fundando un punto reiterativo en la literatura posterior, hace elogio del héroe y su tierra, la ciudad de Uruk. Rezan los versos iniciales:

Quién ha visto el fondo de las cosas y de la tierra, y todo lo ha vivido para enseñarlo a otros, propagará su experiencia para el bien de cada uno. Ha poseído la sabiduría y la ciencia universales, ha descubierto el secreto de lo que estaba oculto.

Ignoramos quién fue el transcriptor del Gilgamesh pero no cuesta creerlo un atento observador de la realidad. Ese primer hombre de letras, si así puede denominarse, tuvo actitud de poeta: revelar admiración por el mundo y la realidad para luego esculpirlo en versos.

Sorprende saber que el protagonista no es un ser cualquiera, sino un personaje que “ha visto el fondo de las cosas”, y con quien el poeta se identifica. ¿Quién podría realizar tal hazaña? Sólo quien ha aprendido a través de experiencia y observación, de ensayo y error, o un dios. ([[Diógenes]] de Sínope, en Grecia, especuló que los grandes héroes eran comparables sólo a dioses). Pero el que escribe no es un iluminado formando cofradía secreta alrededor de sus doctrinas (como [[Pitágoras]]) sino alguien que instruye con la experiencia. En esto nos recuerda el Tratado de la Reforma del Entendimiento de Spinoza, expresión de un hombre que instruye con la propia vida.

Surge otra cuestión: la intención poética. Algunos se preguntan qué es lo que mueve al poeta a hacer pública su escritura, a divulgar aquello que ha creado en el silencio de la soledad interior. Existen fuerzas misteriosas que motivan esa tarea, tal vez las mismas que inducen a dibujar la realidad con palabras, como si el Espíritu propagara alguna verdad sagrada. El poeta comunica la impresión del mundo en su espíritu, un espíritu que, como dijimos, vive embriagado por el cosmos. La comunicación de esa tensión se realiza a través de un tejido de palabras —a veces insuficientes, oscuras, gastadas, como decía [[Mallarmé]]— que asume la forma de versos impregnados de belleza. Estamos frente al acto poético. En el caso de Gilgamesh, el poeta se siente movido por un hecho que marcó la historia y que se convierte, por el alcance de sus enseñanzas, en testimonio para las generaciones, en lección de vida.

[[Octavio Paz]] decía “Escribí poemas, no poesía”. No todo el que escribe poemas hace poesía, entendida ésta como la expresión suprema de la belleza. Habrá quien lo hace para manifestar sentimientos o preocupaciones. Otro lo hace confiándose a sí mismo, sin dejar espacio a lo que la palabra anuncia en los intersticios del silencio. Por ello su escritura resulta estéril, efímera, porque está anclada en la superficie, no en la reflexión que tales fenómenos suscitan ni en el mensaje que la belleza quiere expresar. Siguiendo a Heidegger cuando afirma que el lenguaje es la casa del ser, el poeta abre espacio para una revelación. El anónimo transcriptor de Gilgamesh se sintió movido, no sólo a narrar hazañas de un héroe caído en desagracia, sino, después de meditar, a enseñarlo “para el bien de cada uno”, a convertir la experiencia en poesía. Ese tejido de poesía y vida es lo que hace de Gilgamesh un fenómeno estético capaz de producir admiración y de trascender la pura temporalidad.

Pero el individuo de los primeros versos (quien ha cosechado sabiduría en la práctica) no siempre ha sido sabio. Se nos dice que “separa a los hijos de sus padres, día y noche suelta el freno de su arrogancia”. Se trata de un tirano. Por eso el poema reitera que “ese es Gilgamesh, el pastor de Uruk, el pastor de todos imponente y sabio.” El filósofo que se revela al comienzo del poema, aquel cuyas dos terceras partes del cuerpo son “semejantes a las de un dios”, oprime al pueblo, situación no extraña en hombres que ostentan poder. El poema, después de describir las atrocidades del rey, presenta los reclamos de los señores del pueblo hacia los dioses, y a estos responder a las querellas. (No olvidemos que es la época en que dioses y hombres permanecen en estrecha relación). La decisión es castigar al tirano. Para ello la diosa Aruru, madre de Gilgamesh, crea un ser a la manera del rey de Uruk, y lo envía a un campo cercano, el Bosque de los Cedros, a preparar asalto. Su nombre es Enkidu. El poema lo describe con la piel cubierta de vello, alimentado de frutos silvestres, ingenuo como buen hombre de campo.

Llegado el momento ambos personajes se encuentran y, a pesar de los planes tejidos por los dioses, entablan amistad, admirado el uno con el heroísmo del otro. Esta es una coyuntura que desafía el plan divino. El destino, que según los sumerios estaba prefijado, varía su curso. Enkidu, enviado para destruir a Gilgamesh, su hermano, se transforma en compañero de aventuras. ¿Truco literario? ¿Quería el autor (o los autores) advertir el misterio de la vida?

Una primera conclusión sale al paso: las relaciones entre héroes, individuos cuyas vidas son llevadas al límite, resultan intrincadas, como es intrincada la vida misma. Narrarla se convierte en una forma de mostrar la ambigüedad de toda existencia.

 

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