Son muchas las personas, entre las cuales me encuentro, que han disfrutado con las aventuras del Chapulín Colorado, ese pequeño héroe mexicano que se enfrenta a lo que sea y, por lo general, no resuelve nada o lo resuelve a medias, pero divierte con sus dichos y ocurrencias. Han pasado muchos años desde su aparición en las pantallas de TV y, a pesar de que su creador Roberto Gómez Bolaños ya falleció, el personaje sigue vigente en las pantallas de muchos países y en la memoria de millones de admiradores.
Fueron 155 episodios los que tienen al Chapulín como protagonista. A los curiosos no mexicanos que desconocen la palabra chapulín les comento que es un pequeño cucarrón o escarabajo y, parece que su creador adoptó lo colorado como una parodia del Avispón Verde. A imitación de los grandes héroes gringos tiene uniforme y en su pecho un corazón; completa su atuendo con una capucha que cubre su cabeza y allí destacan dos antenitas de vinil para detectar la presencia del enemigo.
No es un héroe en el sentido tradicional; no posee súper poderes, es pequeño y frágil, además muy torpe y confunde todo, por eso entra en la categoría de antihéroes porque es la parodia de los grandes del cine y la TV. Pero no está indefenso, tiene sus propias armas como la chicharra paralizadora, el chipote chillón y las pastillas de chiquitolina que le permiten dejar quietos como estatuas a las personas o reducir su tamaño.
Sus dichos pegaron en el lenguaje popular y se escuchan aun, varios años después de terminada la serie, en boca de la gente: “síganme los buenos”, “no contaban con mi astucia”, “lo sospeché desde un principio”, “que no panda el cúnico” y otros. Otra de sus simpáticas características es usar refranes enrevesados que no tienen mucho que ver con el momento que se vive en el episodio pero hacen reír. Utiliza de entrada: “Como dice el viejo y conocido refrán…” y a renglón seguido “Ojos que no ven, Corazón contento” o algo así y concluye: “Bueno, la idea es esa”.
El Chapulín Colorado, un personaje que hace parte del folclor latinoamericano, pero que también pegó en algunos países de Europa, es un símbolo de la picardía nuestra y la imagen de lo que se puede hacer sin grandes recursos técnicos ni efectos especiales o grandes inversiones. Aunque muchos no lo crean o no lo quieran aceptar, El Chapulín está metido en nuestra memoria al lado de Superman, Batman, Los cuatro Fantásticos y otros héroes de ficción, sólo que este es más humano y por lo mismo más real.
Siempre está dispuesto a ayudar a quien lo necesita y acude cuando se pronuncian las palabras: ¡Oh, y ahora quien podrá defenderme! Por el lugar menos esperado aparece diciendo YO, EL CHAPULIN COLORADO, enredado en las cortinas, tropezando en los muebles y, de paso, rompiendo un jarrón, una lámpara o algún objeto de valor mientras los que lo llamaron dicen: TORPE. Este es nuestro pequeño defensor de los débiles y necesitados y ya tiene un lugar en el corazón de los latinoamericanos.
Edgar Tarazona