Hay objetos que defendemos, guardamos como amuletos y los conservamos como un signo de un recuerdo o una experiencia. Nos gusta tal vez su olor, su apariencia o la historia que hay detrás de ellos. Los observamos con alguna frecuencia para remitirnos a algún recuerdo y quedamos absortos en lo que nos evoca.
Creo que más que una fotografía, una película o una carta, prefiero el libro. Tal vez porque en él están consignadas, además de estas tres características, toda una gama de posibilidades inimaginables, impredecibles.
Antes de tomar el libro y vincularme con su historia leo primero el objeto. Miro con especial atención la portada, cuya imagen trato de descifrar y de criticar (constructiva o destructivamente) el diseño los colores, la originalidad de la presentación y el grosor de su pasta. Creo que sí se puede juzgar un texto por su portada.
Soy exigente con las editoriales. No hay nada más exquisito que abrir el texto en una página cualquiera y aspirar asiduamente el olor que surge y escapa por entre sus páginas. Un aroma singular en cada editorial y tal vez particular en cada libro. Allí, manipulo el papel, no sólo con las manos. En algunas ocasiones, debo admitirlo, paso por mi rostro las hojas que considero suaves y finas, huelo y toco al tiempo, como un ejercicio de compenetración y de reconocimiento el uno del otro. Palpo las esquinas filudas de los nuevos y dejo pasar rápidamente las páginas a fin de que el olor sea uno solo durante un instante.
Incluso, y aunque es un complemento, los espacios para hacer anotaciones son casi un lujo. Y si bien para muchos es un crimen escribir, subrayar o hacer comentarios, para quienes sufrimos de mala memoria es indispensable guardar sensaciones, percepciones, conjeturas, alusiones y hasta sandeces. Y cuando queramos recordar una situación nos remitimos a esas notas que a veces sólo nosotros entendemos. U otras que nos describen, hablan de nosotros, por eso, también, las subrayamos.
Cuando no estoy siendo persuadido por algún autor o estoy cansado de las estoicas fotocopias, volteo la mirada hacia mi mesa de noche, donde tengo un pequeño montón de libros que aún no he leído. Tomo uno que aún conserva el plástico que lo protege del mundo de lo usado y lo toco por un momento implorándole paciencia. Le pido que espere, que toda esa magia consignada tenga un lugar y un momento en el cual todas mis expectativas se habrán cumplido.
Más que un objeto, es la antesala a múltiples universos, a la conciencia y a la reflexión. El libro es un objeto que evoca, produce y le da paso a las sensaciones superficiales más intrínsecas. Nos transforma; nos permite creer que nos acercamos a la anhelada ilustración.