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Queramos o no, estamos unidos a nuestro planeta.

Por más que el conocimiento científico o el aislamiento tecnológico lo impida; por más que la memoria frágil de la civilización se atraviese o la historia feroz lo empañe o el perfecto nacimiento de una sociedad o un sistema de agrupación humana lo restrinja, de una religión, creencia, idealismo o falta de ellos, lo niegue o desde el nacimiento de cualquier agrupación mortal se execre; o por un sin  número de razones adicionales, las que usted quiera o cualquiera invente; ésta es una conexión establecida desde nuestro nacimiento como seres humanos; que nunca podremos quebrar, simplemente porque somos elementos ligados al agua, ligados a la tierra y al aire; porque somos una pequeña parte de este extraordinario sistema.

Algunos años atrás al ver la cinta llamada Avatar, se apreciaba con franca claridad como los diversos individuos habitantes de ese extraño mundo, estaban completamente conectados con su planeta madre; con el que convivían a diario con cierto grado de fraternidad, armonía maravillosa en el que las asociaciones casi oníricas entre individuos de diversas especies y su planeta madre se ejercían con una extraordinaria fuerza, sin  depender de la necesidad de cada quien con su entorno, simplemente esa relación existía y todo el sistema permanecía bajo un exquisito equilibrio entre los diversos seres que poblaban ese mundo diferente.

Nuestra raza en muchos casos ha olvidado esta necesidad, así nuestras agrupaciones humanas y sociales, nuestros sistemas económicos y políticos, incluso religiosos, trabajan por un fin a veces en común pero marginando por completo esas respetables y extraordinarias asociaciones entre el bien individual, el bien común y el bien entre los diversos conglomerados de individuos (flora/fauna/hombre) y nuestro entorno físico, nuestro planeta madre, el único planeta azul del sistema solar.

En la no tan lejana antigüedad, la raza humana con sus profundas diferencias de vida, tenían una visión similar ante el entorno físico que los rodeaba, de tal manera que se servían de él sin atropellarlo o desbastarlo, teniendo siempre en cuenta a veces de manera inconsciente el respeto a la madre tierra y a sus leyes; de tal manera que los europeos, los asiáticos, los africanos, los mongoles y los aborígenes tanto de Australia como de norte y sur América, sentían un extraordinario respeto por la naturaleza, no solo por lo que obtenían de ella, sino porque manejaban lo necesario para su supervivencia.

Esta muy íntima relación entre la raza humana y su entorno permitió en muchos casos y hasta cierto límite, el desarrollo de sociedades cónsonas con su medio físico, sirviéndose de éste sin atropellarlo con la conciencia de mantenerlo para utilizarlo nuevamente mañana.  Era una época en la que los dioses eran el agua el sol y el viento, o en su defecto o por añadidura, algunas planta y/o algunos animales, dependiendo siempre de su importancia local.

En esta ilación de ideas, hemos dejado a un lado estas tan importantes relaciones entre los seres vivos y nuestro importantísimo planeta y de manera muy especial la relación entre nuestra raza y el medio que la rodea.  Lo agredimos, lo ultimamos hasta hacerlo retroceder.  Abuso inconsciente por el bienestar grupal o por amor al enriquecimiento perpetuo, sin tomar en consideración que se llevan por delante "Flora, Fauna, Hombre y Entorno".  Aparentemente en respuesta a esta tan grande agresión nuestro planeta madre y sus ciclos de maduración nos tienen algo preparado, tienen algo que decir.

Hace treinta y cinco años atrás, por mis tierras había dos temporadas, la temporada de lluvia y la temporada de sequía; aunque se escuche redundante en la época de lluvia "llovía", y lo hacía por todas partes y en la época de sequía el sol irradiaba con tal fuerza que toda la vegetación que estaba a la vista se volvía dorado por la sequía; hoy llueve durante casi todo el año y cuando no, el sol quema de manera ardiente la piel, hasta el punto que muchas personas utilizan cremas bloqueadoras solares para simplemente salir a las calles a caminar y hacer sus diligencias diarias.  hace treinta y cinco años atrás yo caminaba hacia mi escuela muy temprano todas las mañanas, de febrero a julio el sol como siempre estaba al este e inclinado al norte y entre los meses de agosto a enero el sol estaba al este pero inclinado hacia el sur, hoy día no parece que sucediera algo similar; a pesar de esta observación las informaciones científicas aun son limitadas.

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