Desde niño he tenido la presencia de la pólvora en estas festividades de fin de año; por supuesto que el resto del año también hay celebraciones donde se queman diferentes artículos a base de pólvora, en especial los llamados voladores o cohetes que se elevan hasta las nubes y allí estallan tres o cuatro veces como truenos que, en las noches semejan rayos y centellas. Estos cohetes hacen parte de las tradiciones folclóricas y están arraigados en las costumbres de todos los pueblos americanos y de otras partes del mundo. La tradición nació en China, donde fue inventado ese polvo negro que prende en luces brillantes o estalla para alegría o tristeza de muchas personas.
Hablo de alegría y tristeza porque así como los volcanes, totes, velas chinas, voladores, pitos, zumbadores y otros, manejados por manos expertas o personas mayores alegran la vista de quienes presencian el consumo, así también hay llanto y tristeza por los quemados por las chispas, llamas y estallidos de estos artículos; la mayoría de las víctimas son niños inocentes. En este artículo quiero referirme a lo que ocurre en Colombia, mi país, aunque, como ya lo mencioné, en la mayoría de los países americanos, y muchos del mundo, esta sustancia con todas sus variedades, hace presencia en festivales y fiestas nacionales y regionales.
Hay disposiciones legales que reglamentan el uso de la pólvora en las festividades regionales y exigen que los Juegos Pirotécnicos, sean manipulados por profesionales que saben manejar estos artículos explosivos. En mi recorrido por algunos pueblos en ferias y fiestas presencié espectáculos extraordinarios con castillos y montajes espectaculares. Pero en las mismas fiestas vi borrachos echando voladores con tan mala fortuna que algunos no se elevaban sino volaban casi a ras del suelo y estallaban contra alguna pared.
En el pueblo de mi infancia varios niños, amigos míos, carecían de algunos dedos porque con frecuencia los tres o cuatro truenos del volador no estallan y caen en la calle o un potrero aledaño. Los chicos corrían y se apoderaban de estas pequeñas bolas explosivas que les estallaban en las manos. Pero, también, los borrachines de turno se equivocaban de dirección y el cohete penetraba en una tienda o toldo de bebidas y estallaban sus truenos quemando a más de uno.
Una versión infantil de la pólvora son las famosas Luces de Bengala que parecen inofensivas. El problema es que el alambre impregnado de la sustancia que quema despidiendo chispas se pone al rojo vivo y en manos inocentes, produce quemaduras hasta de tercer grado. Olvidaba nombrar los totes o martinicas que se vendían en hojas de papel; eran gotas de una sustancia azul que se encendía al rastrillarse contra el piso o al ser golpeada. Un amigo tenía el bolsillo lleno de totes y otro le pegó una fuerte palmada logrando que todos prendieran, por fortuna el chico pudo quitarse el saco y se salvó de quemarse, pero no de los correazos que le aplicaron sus padres porque el saco era nuevo. Olvidaba decir que estos totes ayudaron a muchos suicidas a partir de este mundo por su alta toxicidad.
Y, dando un salto en el tiempo me remonto al siglo XXI, hoy por hoy, cada año muchos niños sufren quemaduras de distinto grado a causa de la pólvora. La fabricación y el expendio de artefactos a base de pólvora está prohibido, salvo permisos especiales (Olvidaba decir que las fábricas de artículos polvoreros ocasionaron en el pasado graves incendios). Sin embargo se siguen produciendo, vendiendo y usando con el aumento de víctimas cada año. Por lo general el departamento con mayor numero de quemados es Antioquia, seguido de Bogotá, Valle y la Costa Atlántica; y no valen las campañas para eliminar el uso de la pólvora; parece que muchas personas están convencidas que a ellos o sus hijos nunca les va a ocurrir un accidente. En este momento, 10 de diciembre de 2018, la cifra de quemados menores de edad está cercana a las cien víctimas.
Esta es mi reflexión acerca de este flagelo.
Edgar Tarazona Angel.