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ImageCada 21 de abril conmemoramos a nivel mundial “[[el día de la tierra]]” convenciéndonos más que la naturaleza no es un bien inagotable, sino un bien raro, no gratuito y si cada vez más caro de proteger, y no eterno, sino temporal, pues es muy frágil y corre el riego de desaparecer.

Muy poca gente toma en serio los agoreros presagios de destrucción frente al deterioro automático del medio ambiente a gran escala y que después de todo, no parece reales todavía, ni son temas relevantes que llamen a la reflexión para algunos gobiernos de turno con políticos que solo se preocupan del nivel de vida y no de la calidad de la vida al no entender que los factores que contribuyen a producir cambios en el equilibrio ecológico, especialmente aquellos de origen antropogénicos, es decir que responden a la presencia del hombre en el planeta, convencidos que las cosas no parecen estar del todo mal: el sol sigue brillando, los arboles siguen verdes y dando frutos, los océanos siguen siendo atractivos e enigmáticos, sigue habiendo comida abundante en plazas y los supermercados y a nadie excepto a algunos en las playas afecta la radiación ultravioleta por las calles.

No hay duda que en los siglos XIX y XX se pensó en términos de relaciones humanas más que en términos de relaciones entre el hombre y la naturaleza. Obramos con egoísmo cuando decimos ¿Por qué debemos intranquilizarnos ahora por calamidades que pueden ocurrir dentro de varias décadas?

Sin embargo, otros pocos trabajan el problema medioambiental con dinamismo con la educación, factor importante decisiva para moldear la moralidad del conjunto de individuos que componen la sociedad, y el acceso al conocimiento a través de la misma, pueden dar significado al problema y a las soluciones que se plantean para resolverlo. Sólo se protege lo que se sabe en peligro, y sólo se reconoce el peligro cuando se ha entendido el funcionamiento de los sistemas naturales, sociales, políticos y económicos.

Últimamente se han escrito muchos libros y artículos sobre el medio ambiente de modo en que lo estamos destruyendo y algunos de estos escritos incluso nos dicen lo que podemos y deberíamos hacer en nuestra vida diaria para frenar su destrucción: Tecnologías de la anticontaminación, reciclaje método de las 3rrr, negarnos a comprar algunos productos por ser contaminantes, organizar nuestra vida de manera que utilicemos todo lo que necesitamos con más eficiencia. Pero incluso si todos nosotros pusiéramos en práctica estas medidas, seguirán siendo insuficientes. Ya es demasiado tarde para salvar a nuestro planeta del peligro.

Demasiado tarde para retroceder sus efectos. Ya han sucedido demasiadas cosas: latifundios yermos  convertidos en desiertos, grandes bosques y selvas taladas para sembrar cultivos ilícitos, lagos envenenados, ríos y especies animales en vía de extinción, mares enfurecidos por el aumento de sus aguas y la endeble capa atmosférica contaminada por el efecto invernadero (GEI), todo esto junto poco a poco van deteriorando la salud de la tierra.

Incluso es demasiado tarde para salvarnos nosotros mismos de otros efectos que ya están en marcha que son desconocidos y que seguirán su curso sin que podamos hace nada por evitarlo. Todo ha llegado tan lejos que ahora inevitablemente deberá empeorar antes de que pueda mejorar. Todavía estamos a tiempo de salvar o recuperar una gran parte de este medio ambiente agradable y benevolente que ha hecho que nuestras vidas sean posibles. La única elección que nos queda es decidir cuánto estamos dispuestos a dejar que empeoren las cosas.

La otra cuestión preocupante, es la humanidad del futuro representada por nuestros hijos y de ellos sus próximas descendencias. No sé, si sean lo bastante afortunadas estas generaciones por haber nacido con una gran ventaja a su favor como nosotros o suceda que, no tengan todo lo que ahora tenemos y les toque vivir afrontando las consecuencias del pensamiento político el peor de los desastres apocalípticos.  El día del Señor llegara como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán;…” (2Pe. 3,10).

Nuestras creencias religiosas hablan de un castigo divino por efecto como algo ejemplar y eminente a la humanidad soberbia, blasfema que está invadida por el pecado. Pero lo que ahora nos amenaza no es el pecado, el adulterio y la fornicación sino la degradación del medio ambiente uno de los fenómenos esenciales de nuestra civilización. No es un Dios furioso, justo y vengador el que nos intimida con destruirlo todo, es un planeta contaminado por la negligencia humana.

La humanidad está siendo amenazada por sus propias acciones consecuentes. La humanidad se autodestruye. Es cierto que ha habido un puñado de victorias frente a la conciencia ciudadana por medio de campañas ecológicas que incitan al mundo al cambio de actitud creando conocimiento frente al medio ambiente. Pero todos estos triunfos parciales no son suficientes.

Por cada victoria ha habido una docena de derrotas. Puede haber un equilibrio hombre naturaleza si tenemos la sabiduría y la voluntad empezando por examinar los cambios económicos y sociales. No hay ninguna duda de que algunos cambios importantes son inevitables. La única cuestión es cómo serán y en qué tiempo, sin esperar demasiado. Si no lo hacemos, no habrá ningún final feliz.

Lo único que habrá para muchas de las cosas que hacen agradable nuestro hermoso planeta es una hecatombe. ¿Podemos esperar que la naturaleza se recupere de alguna manera del daño que le hacemos? Si comenzamos a actuar,  A lo mejor sí...

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