Me encuentro sentado en mi estudio revisando algunos escritos insulsos sobre cuestiones metafísicas. Recibo una llamada al teléfono fijo. Me escudo en el contestador. Inmediatamente suena el celular. Un mensajero del Banco. Llama para confirmar cuándo cancelaré la cuota del crédito que me ha tenido en la quiebra durante los últimos años. Le digo que a fines de mes. El individuo amenaza enarbolando mi retraso en el pago. Prometo cancelar en la última semana de mayo.
Después del estupor por la conciencia de mi condición de ciudadano víctima de la Banca, ingreso a la Red y me encuentro una joya: Bancos colombianos arrojan utilidades históricas en 2008. La suma asciende a 10.8 billones de pesos, un jurgo de plata que no cabe en mi cabeza acostumbrada a contabilizar monedas de 200 y 500, y billetes de baja denominación.
Sin saber aún de dónde sacaré efectivo para el crédito (ni para el arriendo, el celular y la gasolina) continúo leyendo sobre las expectativas de las entidades financieras para el 2009, año en el cual aspiran multiplicar más los dividendos. La noticia informa además sobre el saldo positivo de los Fondos de Pensiones (donde tengo unos pesitos para la vejez), pero se advierte que el gobierno ha prohibido repartir ganancias a los usuarios debido a la congelación del dinero con el fin de “apoyar a los bancos” durante la inminente crisis económica. Es decir, esa platica también se perdió.
No cabe duda: en Colombia los ricos cada vez son más ricos, y la clase media condenada al exterminio.
Miguel Páez