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Cuando me asalta una duda, al leer o al escribir, es mi costumbre asesorarme de los que saben; en contra de mi  forma de ser me lleno de humildad y pregunto o consulto. Quería escribir algo sobre venenos y acudí a un conocedor del tema. Esta es su respuesta:

“Escritor, por una vez le voy a responder la pregunta que me envió porque tiene que ver con mi oficio; por esta ocasión voy a contestarle; una cosa es comentarle anécdotas y otra, bien diferente, contar secretos profesionales y usted me está poniendo en evidencia. La pregunta concreta que hace llegar con mi hermano menor, tiene que ver con los venenos y su empleo en la noble tarea de ayudar a otros seres humano a una buena muerte. Lo que voy a describir tiene que ver con mi manera de actuar y no involucra los métodos de algunos colegas principiantes y chambones; este término no es el más adecuado pero no soy estudiado en gramática y esas jodas, lo mío es aplicar ciertas técnicas del oficio.

Para comenzar quiero decirle a mi amigo escritor que ni se le ocurra utilizar insecticidas, herbicidas, fungicidas, raticidas y demás compuestos químicos de fácil adquisición (para eliminar las plagas caseras) en LA MUERTE  de un ser humano por las siguientes razones:

1.       Rara vez son mortales para los humanos, a no ser que se emplee una enorme cantidad (un litro o algo así).

2.       Su olor es penetrante y nauseabundo, lo cual delata su presencia de inmediato.

3.       Al mezclarse con cualquier bebida le cambia las características físicas y químicas, lo cual pondría en guardia al candidato a muerto y rechazaría el bebedizo.

4.       Su efecto es lento y doloroso y se corre el riesgo de que con unos buenos vomitivos y supositorios el estómago quede limpio y el paciente vivo.

5.       Es uno de los métodos desesperados de los suicidas pobres, que se aferran a cualquier porquería con tal de morirse y con este tipo de tósigos casi siempre sobreviven; con secuelas hepáticas, del tracto digestivo y del sistema nervioso, entre otros.

6.       Nadie muere instantáneamente con uno de estos venenos, a no ser que se rompa el frasco y uno emplee uno de los trozos de vidrio para seccionarle la yugular  (no lo hago por asco con la sangre)

Al escritor puedo recomendarle otros venenos más efectivos, seguros y que no dejan huella notoria; sólo en una autopsia muy meticulosa se descubren los rastros y, en nuestro país, con la abundancia de cadáveres, estas son de afán. Personalmente utilizo cianuro, arsénico, hongos venenosos, curare y otros compuestos naturales que me proveen mis amigos de la selva amazónica y que extraen de plantas, serpientes venenosas y arañas letales. Estos si cumplen su misión en dosis mínimas y se pueden camuflar en bebidas oscuras. Escritor, en sus historias  jamás ponga un veneno, cualesquiera que sea, en una bebida blanca (aclaro, significa demasiado transparente) porque estos, por lo general, alteran el color. Pero, repito, si su intención es que el personaje haga sufrir a la víctima no dude en emplear los del primer párrafo. Igual si su intención es que el asesino deba dejar pistas para que lo descubran.

Algunos venenos no requieren de ser bebidos, pueden ser inhalados o inyectados; este método lo prefiero porque es instantáneo, cuestión de segundos, pero requiere de la “colaboración” del candidato a difunto, la cual   no se da casi nunca. Aprovecho encontrar a mis “pacientes” en estados alterados por el alcohol y la droga; el borrachín se duerme y no siente la muerte que le penetra por el cuello, el drogo piensa que uno le ofrece una papeleta con la dosis que lo pone a volar y él mismo se la inyecta sin saber que su paraíso artificial lleva en si la tumba y el infierno. O el más efectivo: con una hipodérmica y aguja intramuscular profunda inyectar directo en el corazón.

Algunos venenos, menos conocidos pero más mortíferos son cutáneos; penetran por los poros y causan en principio asfixia y luego la parálisis total, la muerte cerebral sobreviene pocos minutos después. Unos herederos ambiciosos me contrataron para ayudar a su anciana tía a salir de este mundo; ellos la habían empujado por las escaleras tres meses antes y la viejita  sobrevivió con fractura de cadera y heridas en diferentes partes del cuerpo. Me hice pasar por enfermero para cambiarle las curaciones; en el algodón y la gasa iba el pasaporte al cielo. Después no quisieron pagarme lo estipulado y ahora reposan al lado de su tía en el mausoleo familiar.

Los Borgia, esa famosa familia italiana del Renacimiento, si que sabían de estas cosas; mi amigo escritor puede leer “Los venenos de los Borgia” y “La sangre dorada de los Borgia”, para que aprenda. Igual puede documentarse en “Los venenos de la corona” de Maurice Druom, es que a veces me falla la memoria. Con el humo de las velas, cirios y veladoras también se puede atosigar a la gente pero es un proceso lento, poco recomendable.  No quiero decirle más porque de pronto aprende y como no es experto puede meterse en problemas graves con la ley.

Quiero terminar con un consejo: no ponga venenos, armas o sustancias letales en manos de un personaje porque sí; ante ojos profesionales, la chapucería se nota de inmediato y  usted puede quedar como un soberano chambón, aunque el común de las personas ni se dé cuenta. Además, el lector avisado encontrará patético y rebuscado el relato. Usted es bueno y si tenía intenciones de hablar de lo que no domina le aconsejo investigar primero. Bueno, al cabo no me importa lo que haga o deje de hacer, es su vida y su reputación profesional pero, le repito, limítese a escribir sobre los temas que si conoce.

Creo que voy a cortar toda comunicación con usted porque me está delatando, tal vez sin querer: No me vuelva a pedir opiniones. Y adiós. David”

 

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