El manejo que da el hombre a la verdad es deplorable. Lejos de erigirla como principio o defenderla como valor inquebrantable, la manipula en beneficio de sus propios y no pocas veces sesgados intereses.
WikiLeaks es el mejor ejemplo de ese aberrado proceder. Solapada puede ser la actitud de los espiados, pero también de quienes filtran y divulgan los secretos. La selectiva divulgación de confidencias de determinados gobiernos, claramente demuestra la intención política al servicio, o en contra, de determinada ideología. Probablemente el señor Assange nunca nos haga revelaciones vergonzosas de los regímenes con los que simpatiza, ni nos cuente los acontecimientos reservados de su vida, que de héroe, ante lo opinión pública, probablemente lo volverían villano.
Es propio de la naturaleza humana hacer y decir en privado lo que jamás en público se haría; habitual y velada hipocresía que algo dista del inmoral y aún más condenable doblez de quebrantar en la intimidad los preceptos que en público se pregonan, propio, entre otros, de políticos mañosos y de afiebrados puritanos. Al fin y al cabo quienes más pregonan su virtud menos la tienen. Parecer más que ser es un comportamiento latente en casi todos los humanos.
Las conversaciones privadas que se vienen revelando, claro que sonrojan, y sonrojan porque develan deslealtades y desconfianzas entre amigos; porque demuestran los verdaderos sentimientos que se agazapan tras de las sonrisas y las reverencias de la diplomacia; pero ante todo –y si no es, lo debería-, porque están mostrando de cuerpo entero a todos los hombres ante un espejo imperturbable. Nos están retratando a todos tal cual somos. ¿Quién entonces tiene la autoridad moral para descalificar en otros sus propias perversiones?
Usted y yo, y todos los lectores, somos tal cual esas publicaciones nos muestra. En otra dimensión, en otro ambiente, con menos astucia, con menor indignidad, pero definitivamente semejantes. Que lance la primera piedra quien no haya hecho siquiera un comentario descomedido a espaldas de un amigo. De frente no, acaso, por no herirlo, pero de todas maneras descortés y encubierto.
En mayor o en menor magnitud infringimos todos lo que por obra de WikiLeaks ahora censuramos: rasa e indiscutible hipocresía. Pero también hay que tener en mente que todo hombre oculta, que todo hombre guarda en la intimidad secretos, y no espera que nadie los revele. Es la marca de la especie humana.
Entonces me pregunto: ¿Estarían tan contentos los seguidores de WikiLeaks si el que se estuviera revelando fuera su mundo íntimo y privado?
Bajo esta perspectiva, independientemente de la pureza o la inmoralidad del mundo íntimo, es pertinente reflexionar sobre el derecho a la privacidad que tienen las personas. Resulta inmoral develar lo reservado, porque el mundo privado es inviolable.
Excepciones podrá haber para vulnerar ese derecho, acaso las que un organismo de justicia admirable pueda determinar, y que obedezcan a justas, poderosas e imparciales razones; y a decisiones tomadas con el más alto sentido de responsabilidad. Muy distantes de las motivaciones del director de WikiLeaks, fácilmente desnudadas por sus sesgos.
Estamos olvidando que las justificaciones éticas también son exigencias, y que WikiLeaks detectando la paja en el ojo ajeno ignora la viga en el propio. ¿Se podrá decir que es moralmente lícito espiar? ¿Qué es ético divulgar secretos? ¿O que es decoroso despertar suspicacias entre aliados con el ánimo de provocar enfrentamientos? De otra parte, bajo la coacción que suponen comportamientos como los de WikiLeaks, pensar y opinar se vuelven actividades riesgosas, y la divulgación, más que el espionaje mismo, terminan atentando contra la libertad de expresión. ¿Lo habrán contemplado quienes hoy aplauden sus audacias? ¿Estará la sociedad dispuesta a admitir que se vuelva práctica cotidiana la invasión de la privacidad? ¿Que se desnuden en público las intimidades de sus miembros?
Razonamientos superficiales podrán considerar el proceder del sitio web una ejemplar hazaña, mentes más lúcidas contemplarán con más cautela sus alcances. La seguridad de las naciones, por ejemplo, que requiere acciones seguras y encubiertas, que no pueden ser por obvias razones del entorno público, no puede desdeñarse. El razonamiento habitual humano no suele contemplar todos los elementos de juicio necesario para formular conclusiones correctas, menos cuando se pone al servicio de alguna ideología, con lo que suele tornarse erróneo y ardoroso: tan fácil censura como aplaude. Con esto resalto que el análisis del caso WikiLeaks no es sencillo, y que el debate requiere opiniones ponderadas, menos tendenciosas y más frías.
Y que en cuanto a sus consecuencias habrá que dar tiempo al tiempo para saber si la hazaña del señor Assange deja a la humanidad más beneficios que desastres. De pronto cuando todos seamos sus víctimas no estemos tan contentos.
* En el año 2006 apareció un portal en internet alimentado con información reservada anónimamente filtrada. Pero sólo adquirió notoriedad mundial con las revelaciones hechas en el 2010, particularmente las conocidas en el mes de diciembre: Notas diplomáticas entre las embajadas estadounidenses y el Departamento de Estado, obtenidas ilícitamente y que develan indiscreciones propias de conversaciones privadas, pero que convertidas en públicas abochornan y ofenden. WikiLeaks es el nombre del sitio web, y Julian Assange, el de su envanecido y desafiante director.
Luis María Murillo Sarmiento M.D.
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