Deambula agobiado y doliente
por la orilla filosa de la sombra
esquelética de la Vida.
Carga a su espalda
el pequeño ataúd hecho
de lágrimas, gritos silenciosos,
sonidos masacrando afectos;
guardián celoso de instantes
lejanos, harapos para protegerse
de su propio olvido
suicidio sin retorno;
retazos de tiempo cuando la vida era algo más
que el terror instalado en los
huesos, en los pliegues del
alma; el miedo de los niños,
los animales, los ríos,
la tierra; violencia sin rostro
y la luna se hizo ausencia, el sol
ceniza fétida y el mar
se ahogó en el llanto
de las mariposas.
Así vaga la Vida,
anónima, invisible de los habitantes de algún país.
Así errantes
/aún siendo árboles/
desplazados nos vivimos.
Namid
(marzo 27 de 2.009)