A mí me acusan de loco. Pero yo les digo que las locas son las manos.
Son ellas las incoherentes, las delirantes.
Sí, deberían cortarlas desde la raíz, a la altura del cuello.
A mí me acusan de loco. Pero yo les digo que la loca es la cabeza.
Es ella la que busca, entre ambiguas noches, a las sombras con las que platica.
Es ella la que espanta a los nítidos sueños y llama a los terribles insomnios.
Es ella la confidente de los muros y del sófito.
Es ella la que insta a las manos a volverse locas.
Sí, deberían arrancarla del cuerpo, porque únicamente lo vitupera.
A mí me acusan de loco. Pero yo les digo que, a la verdad, las locas son las palabras.
Son ellas las que blasfeman, las que no absuelven las mentiras, las que atavían las verdades que sólo ellas conocen.
Son ellas las que dicen ser dueñas de todo pensamiento, y las que ufanas vociferan y confiesan gozar de su demencia.
Y son ellas las que lastiman los oídos de los que viven bien, de los buenos y mudos hombres que son felices sin pronunciar.
Sí, deberían censurarlas, suprimirlas, borrarlas a todas; para que nunca más haya manos locas que puedan pensarlas, ni cabezas locas que puedan escribirlas...