Este hombre castellano de firmeza,
amante de los recios olivares;
hoy te añoran las rosas de Baeza
en nombre de Proverbios y Cantares.
La huella del camino en tus pisadas
resuenan en la Castilla solitaria,
la Castilla de los páramos azules
vencida por la envidia tabernaria.
De la Soria mitigada en las llanuras,
quebrada por el Duero solitario,
que bebe de la nieve en sus alturas
la savia contenida de sus álamos.
Este sol marchito en la espesura,
de aromas de Ronsard y limoneros,
de sangre jacobina en su ternura
cultivada en los Cristo del madero.
Una mancha carmín de tu mirada
afligida en el verbo tan sincero,
a Leonor, moribunda, ya postrada;
tu llanto frio en el seno plañidero.
El trino de la España taciturna,
sagrada de tertulias de braseros,
amante de la estirpe moribunda;
erráticos, piadosos, jornaleros,
pobres, venturosos de hermosura,
asienten cabalgando en las llanuras
de esta patria que embiste sin certeza,
cual Quijote blandiendo su armadura,
socavando la oquedad de sus cabezas.
¡Oh gloria de los mares en su espesura ¡
Fingiendo en el tapiz de tu grandeza.
Marchita sangre de los hijos sin fortuna
que enarbolan la faz de la nobleza.
Porque relegas de la España del atraso,
de la amnesia, la charanga y la caverna;
la España sometida por el mazo:
la que nunca levanta la cabeza.
F. Gallego