El cardumen se agrupa
en vibrante asamblea
de agitada marea
contra sol y corriente
Reverbero de escamas
como párpados locos
donde acecha el señuelo
de espineles furtivos
Pasa ciego y silente
un tenaz camalote
con su baba de musgos
chapaleando al garete
Vegetal argamasa
donde anida la astucia
del reptil y su prole
en promiscua ponzoña
Hay dos ojos inmóviles
observándolo todo
sobre el lomo blindado
del feroz yacaré
Panza arriba va el río
con el torpe rezongo
de un temblor que presagia
un torrente animal
El follaje amplifica
el bullicio y el tono
estridente del grito
Y de súbito el viento
centrifuga en los sauces
sus melenas llorosas
El graznido proclama
un augurio funesto
Los aromas no pueden
conservar sus esencias
Con su timbre de gárgaras
el batracio acomoda
si frialdad en el lodo
donde dejan sus marcas
las pezuñas veloces
de una loca estampida.
Cada especie confía
en su instinto infalible
para darse por cierto
que la paz se hará trizas
Por las islas retumba
el fragor del anuncio
Unas voces musitan
lo que otras repiten
hasta el borde del rezo
El alerta se impone
a las pocas porfías
La consigna es la fuga
en un éxodo a tiempo.
La gigante creciente
viene abriendo picadas
con sus dientes de espuma
Salivando las costas
con su lengua de boa
Voluptuosa y oronda
con las nalgas abiertas
No se fija en excesos
la lujuria del agua.
Pavorosa y brutal,
es un vientre insondable
engulléndolo todo:
lo pequeño, lo humilde,
el nidal y las cunas
Pura gula, insaciable
en su entraña abismal
caben todos los bordes
que se dejan tragar
Mascarón de su proa
saca un rostro leonino
que a su frente gobierna
sin timón ni velamen
Con urgencias de mares
no se inhibe ni oculta
por avergüenza su estampa
excedida de peso
Militante del caos
Por astuta se sabe
pasajera en bajante
condenada a extinguirse
Lo que crece, decrece
pues con ella sucede
que por rápida acaba
en los brazos del delta,
donde mueren los ríos
a las puertas del mar.
Paraná colosal
que acredita su mando
con la sola advertencia
de arrasar las orillas
Hacedor de la vida
que al isleño lo sabe
su obediente lacayo
sometido al anzuelo
Porque al fin, como río
es un pródigo padre
que devuelve con creces
los tesoros que quita.
No claudica ni cede
en su afán milenario
de llegar y pasar
La creciente se va
Pero nadie se engañe
Alcanzado el reposo
planeará su retorno
con secreta malicia
Solo habrá que esperar
Sudestadas y lluvias
y vendrá desbocada
a enturbiar los caudales
A espantar y a llevarse
cuanta cosa se oponga
en su lomo giboso
Con su odiosa manía
de salirse de madre.
René Bacco