porque en esta tierra miserable y vana
no tuviste sitio. Todos tus desvelos
los hacemos nuestros: tú eres el mañana.
Tú eres nuestro vate de la hora presente,
de esta vaga hora en la que sufrimos
el yugo en el cuello, la afrenta en la frente,
y ya no sabemos para qué vivimos.
Es sutil la mano del que nos domina,
pone como cebo -ardid de los dueños-
el falso progreso, mientras abomina,
pues él nunca sueña, del dios de los sueños.
sembrando en el surco la nueva semilla
que dará su fruto al mundo que viene.
Junto a Pancho Villa o junto a Zapata,
dignos de un homérico canto de epopeya,
contra la injusticia o el que la desata,
contra el que, insensible, todo lo atropella.
¡Ojalá los pueblos siguieran tu ejemplo
y no la codicia que todo lo invade!
(Ahora la ceguera brilla sobre el templo
donde antes brillaba la luna de jade).
Azteca de luz, hombre de obsidiana,
piedra ensangrentada de los sacrificios,
México por fin será mexicana
y no de los padres de todos los vicios.
Toda Iberoamérica fue tu Dulcinea,
por ella luchaste como Don Quijote,
el alto ideal fue tu única idea,
nunca fue tu amigo Judas Iscariote.
Viviste a disgusto en un mundo viejo
donde sólo caben reyes y señores,
por eso el humilde se mira en tu espejo:
eres el espejo de los soñadores.
El norte orgulloso, como siempre, ignora
que tú eres un hombre digno de este canto,
el pueblo te adora, el pueblo te llora,
nunca por un hombre se ha llorado tanto.
Pero del que sufre nacerá el futuro,
no del que traiciona las revoluciones,
mira cómo brillan en el cielo puro,
cuando te recuerdo, las constelaciones.
Si abrieras tus ojos llenos de inocencia
verías las cosas que logró el Progreso,
cosas que repugnan a la inteligencia
y abren el camino para tu regreso.
Hablaría el espíritu con el que tú hablabas,
no el materialismo de los embusteros,
y estarían unidos, tal como soñabas,
mexicas, hindúes, helenos e iberos.
Ulises criollo, Homero mestizo,
creador de una raza de bellas quimeras,
bendita la hora en que Dios te hizo
-señor de ti mismo- tal y como eras.
¡Ojalá pudieras ahora estar en Chiapas,
junto a los que luchan por su tierra amada!
¡Qué emoción el verte en todos los mapas
dando amor a todos a cambio de nada!
Gracias por habernos, José Vasconcelos,
dado la belleza de un eterno mito.
Tu nombre es más dulce que los violonchelos
o un bello poema que jamás se ha escrito.
Yo lo escribo ahora en un blanco muro
para que mañana lo cante el rapsoda.
Porque tú nos diste la luz del futuro,
yo le doy al mundo la luz de esta oda.