Recorren mi cabeza, llenándome de miedo.
Imágenes fantásticas, nunca antes vistas,
Sonidos inimaginables, de otro mundo y tiempo.
Sedada por el egoísmo, la mente no las muestra todas,
Tan sólo en los sueños, me muestra los fragmentos,
Espero siempre la noche impaciente,
Deseoso de calmar el hambre del conocimiento.
Y siempre trato que la noche, sea más larga que el día,
Que el despertar agónico se retrase unos minutos más,
Huyendo del alegre sol de cada día,
Pensando en la hermosa luna que los sueños traerá.
El hablar constante del silencio me hace temblar.
Saludar las sombras como viejos amigos,
Lamentando que se vayan al despertar.
Conozco por nombre cada una de las estrellas,
Amigas son que me alumbran el portal.
Guardianes del camino que recorro
Testigos de mi destino final.
Bendita seas tú, ¡oh noche!
Bendita, con tu eterna oscuridad.
Porque esa oscuridad me deslumbra y me ciega,
Porque ella es una parte de mi eterno soñar.
Angeles divinos, reflejando el diáfano blanco,
Se enfrentan con demonios, que meras sombras son.
No siempre hay vencedor en estas batallas,
No siempre con el ganador de la faena doy.
De vez en cuando una mano sobre mi hombro se posa,
No sé quién sea, pero nunca solo estoy.
Si no es él o ella, un ángel o demonio me acompaña
La soledad del día abandona por la noche mi interior.
No veo ni lo bueno ni lo malo,
No parto el mundo y las emociones por la mitad,
Tan sólo disfruto de lo que se nos está dado:
Vivir la vida, sentir y profesar la amistad.
24 de noviembre de 2000