Nadie puede privar a nadie de su libertad, o al menos, nadie debería hacerlo.
Sin embargo, la naturaleza humana es muchas veces cruel a más no poder....
I
Negros vestidos de blanco,
blancos pintados de negro.
Almas flotando descalzas,
y rumores en el cielo.
La madera ya esta lista,
se están templando los cueros.
Todos quieren ser primeros,
se nota a primera vista.
Y es que se llena de júbilo,
el alma de los morenos,
que a festejar ya están listos,
la noche del seis de enero.
Son gente pobre del Sur,
del Cordón y del Buceo.
También llegan de La Unión,
y hasta del mismísimo Cerro.
La damajuana no falta,
para enjuagar las gargantas,
para olvidarse las penas,
para afianzar esperanzas.
Aunque sea una vez al año,
se olvidan de las penurias,
que envidiando las lujurias
de sus amos de antaño,
hasta se comieron las uñas
los esclavos del estuario.
Es momento de candombe,
no pensar en el ayer,
ni tampoco en el mañana,
por si no hubiera que comer.
Como una voz de la selva,
comienza a sonar el chico,
luego el piano le contesta
con un tono suavecito,
Todos siguiendo la clave,
que con su ritmo les lleva.
Aunque no suene en los parches
lo hace solo en la madera.
Mas se destaca el repique
que con picardía interrumpe,
descarga su habilidad
,hace pausa y se confunde.
Y así se desencadena
el ritual desenfrenado,
con el tamboril a un costado
dándole duro a las lonjas,
bailando y repiqueteando
van sin glorias y sin penas.
Y unos botijas sentados
al cordón de la vereda,
miran entusiasmados
las comparsas que se acercan.
No lo pueden evitar,
se alborotan y hasta juegan,
a que también ellos tocan
los tambores de madera.
Miran de reojo a su tata
y piden permiso para ir,
saltando y haciendo burla
sal compás del tamboril.