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En el reino de Hades,
Sobre las llamas del infierno,
Se cuece un alma atormentada,
Se retuerce en el dolor eterno.

 Ninguna otra alma
Ha sido torturada de esa forma,
Ninguna otra ha merecido,
Lo que ésta desdichada soporta.

 El pecado de ésta,
Es que al mismo diablo ha desafiado,
Y en su vida en la tierra,
A más de los que se puede ha asesinado.

Fue la causante directa,
De todos los tormentos que la tierra sufre.
Fue la responsable de los males,
De dejar que los hombres a Dios inculten.

 Más el nombre que ostenta,
Es a los labios vetado.
De los pecados que ha cometido,
Ninguno puede llegar a ser nombrado.

 Se retuerce de agonía,
Se achicharra por siempre.
Más no grita ni gime,
Soporta el dolor eterno.

 Cuando más a la figura uno se aproxima,
Ve a un hombre joven y ostenta en su mano el destino.

 Su rostro,
Hermoso es, por cierto,
Se retuerce en mueca feroz,
Por cada lametazo que el fuego le presta.

 "¿Cuál es tu pecado?"
En medio del sueño le grito.
Y él, con ojos tristes,
Me mira y me respondé:

 "He sido yo el culpable de las guerras,
He sido yo, quién promovió todas las querellas.
Mía es la culpa, por la que el mundo sufre.
Por mi existen el hambre, el dolor y sufrimiento.

 Robé una vez, aquello que estaba prescrito,
Saqué del jarrón sagrado, aquello que era delito.
Burlé a Dios y a Diablo en el intento,
Convertí en mío lo que de ellos es sustento."

 Aterrado, miré aquella figura quemarse,
¿Qué era aquello que robó, tan importante?
- Dime desdichado, qué fue lo que robaste?
El habla despacio, como si el fuego no importase:

 "Yo fui el que provocó las guerras de los hombres.
Todos aquellos que en nombre de Dios se han alzado,
Provocados por mi fueron y no por el diablo.

Ardid urgí de tamaño innombrable,
Convencí a los hombres, que la muerte a Dios agrada.
Convencí a los hombres, que la sangre le es sagrada.
Los induje a que asesinaran y mataran.

 Les hice olvidar la humildad que practicaban,
Los arropé con joyas, oro y plata.
A otros les di la fuerza de la envidia,
Y a unos la savia de la traición.

 Yo fui el que creó a muchos de los dioses,
Yo fui el que mató a muchas religiones,
Yo soy el que destruyó las fuerzas de lo divino,
Yo soy el que causó el desastre en lo maligno.

 Por mi ahora los hombres están confundidos,
Por mi ahora no saben de destinos.
Por mi no ven ni bien ni mal.
Por mi el azúcar y la sal les saben igual."

 Aterrado y sudando a mares, miré el alma condenada
Que seguía aferrada a las letras escarlatas.
No pude siquiera moverme de mi sitio.
Aterrado y fascinado estaba por este ser maligno.

 "Yo soy el causante
de la maldad que hay en los hombres"
- ¿Cuál es tu nombre? - Grité.
"La prepotencia y el orgullo", respondió entre dolores.

 En ese momento
Me desperté sobresaltado,
Recordaba el alma,
Recordaba lo que me había contado.

 Y cuando vi las noticias,
Cuando supe de las muertes,
Entendí que los hombres
Somos culpables de su suerte.

 Nuestra soberbia nos está matando.
Nuestro orgullo la está causando.
Dios no puede ayudarnos en esta tarea,
Culpables somos todos, de todas las muertes.

 Nosotros mismos fomentamos las guerras,
Nos afanamos por llegar al Reino de los Muertos.
Queremos imponer lo que cada uno siente,
Pero los sentimientos son distintos y el mundo se resiente.

 Ojalá que por una vez en su millón de años,
El hombre se de cuenta de todos los daños,
Por una vez se de cuenta de lo que ha causado,
Y haga el bien por una vez, que eso no hace daño.

lunes, 08 de octubre de 2001

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