Siempre que me encuentro en medio de situaciones difíciles recuerdo con peculiar nostalgia aquel día en que sintiéndome abrumada por completo debido a los problemas familiares, económicos y personales, que cayeron sobre mí como una avalancha, cosía prácticamente con impotencia las prendas que debía confeccionar por encargo. Labor que no realizaba normalmente pero que, dadas las circunstancias y las deudas por pagar, no me había quedado más remedio que aprovechar.
Llevaba días y noches midiendo, marcando, cortando y cosiendo, lo cual no era algo que me gustara hacer, nunca me agradó a pesar de la facilidad y buena mano que poseía para el corte y la confección de prendas, sin embargo, había que decirlo, debido a la emergencia o tal vez por ello, me sentía enojada al hacerlo.
Esa noche, Inés llegó corriendo, y arrebatándome la prenda que estaba cosiendo me obligó a levantarme para caminar hasta la ventana con gran excitación gritando:
-Mira mamá ¡Alguien ha pintado el cielo!
En el firmamento azul profundo brillaba por todo lo alto la luna llena, majestuosa y luminosa como siempre pero que resaltaba aún más por tener junto a ella espectaculares nubes blancas y grises. En conjunto, la escena era una pintura digna del mejor de los artistas. El viento soplaba y las nubes continuaban en movimiento, llegó un momento en que el satélite quedó totalmente cubierto con nubes negras que llegaron repentinamente obscureciéndolo todo, cuando éstas se apartaron mostraron una luna más brillante que nunca, redonda y soberbia enmarcada con un halo de colores maravilloso. Mi niña brincaba de contento.
Se me ocurrió decirle que aquello era obra de Dios pues Él era un gran pintor, ante lo cual, comenzó a bombardearme con todo tipo de preguntas, una detrás de otra sin darme prácticamente tiempo a responder:
-¿De dónde obtiene Dios sus pinceles? ¿Su mamá lo enseñó a pintar? ¿Por qué no usa un cuaderno? ¿Acaso no tiene pinturas?
-No necesita libretas ni papel, querida, pues cuenta con un lienzo inmenso: el firmamento y utiliza los colores del arco iris para hacer millones de cosas hermosas como éstas que ante nuestros ojos se presentan
-¿Qué hace después con sus trabajos? ¿En dónde los cuelga para contemplarlos?
No los conserva, sus obras duran solo un instante y son un obsequio para aquellos que, como tú, son capaces de levantar la vista. Las personas que viven día a día presas de su rutina sin atreverse a mirar a su alrededor se lo pierden, pues el arte es irrepetible. Podrá cualquier artista tener los mismos elementos, el mismo cielo y los mismos recursos pero la obra siempre será distinta, ninguna igual a la otra, porque invariablemente los sentimientos de esos momentos se verán reflejados.
El viento sopló y dispersó las nubes dejando la luna brillante y plena en ese manto azul profundo que nos cobija cada noche. Una a una fueron apareciendo las estrellas bajo el vapor de los velos nebulosos que se iban descorriendo con lentitud hasta que todo aquello quedó limpio, titilante y pleno de luz.
En mi cabeza seguían dando vuelta mis propias palabras: “Las personas viven cada día presas de su rutina”. Giré la cabeza para observar mi trabajo de los últimos días, ahí estaba la decena de chaquetitas carmesí que servirían para cubrir del frío a los chiquillos del coro de la Iglesia, inacabadas, pero preciosas a pesar de ello. Solo entonces fue que entendí la grandeza de mi labor, me sentí orgullosa de mi trabajo, feliz de contribuir y agradecida con Dios porque además, mis problemas financieros serían un poquito más llevaderos con lo que me pagarían por hacerlo.
Inés se había quedado dormida, su cabeza descansaba en la base del ventanal y el destello de las luminarias celestes hacía que su cabello brillara de manera irreal. La tomé entre mis brazos con cuidado y mientras la llevaba hasta la cama pensaba, al mirar su rostro angelical, que si todos conserváramos la capacidad de asombro que tienen los niños seríamos mucho más felices ¡Cuánta magia viví en tan solo unos minutos!
Elena Ortiz Muñiz