La estupidez humana es omnipresente, hace de las suyas hasta en los reductos destinados a las necesidades fisiológicas, allí donde los ostentosos de poder y de fortuna, creen defecar con aires de distinción.
Desde los tiempos cuando los reyes dispusieron, antes que nadie, del water closet, hasta los actuales nuevos ricos, el oro brilla en los sanitarios lujosos. El afán, en estos casos, es por lucir un inodoro suntuoso como si fuese un trono y ubicarse encima quien pretende evacuar de un modo aristocrático, diferente al bizarro de los plebeyos.
Esta vanagloria recuerda a la del niño cuando, librado ya de los pañales, exhibe triunfante su caca en la pelela.
En mi caso procuro hacerlo con la sencilla finalidad de mover el vientre, a tiempo para evitarle a mis entrañas reventar como una piñata. Debo reconocer, eso sí, cierta solemnidad que rodea al propio acto, no exento de recogimiento a pesar de su carácter escatológico. Así es como suele reflexionarse, mientras se procede, acerca de temas importantes presentados in situ, impensadamente. La posición del defecante, sentado y con la mente abstraída, semeja entonces a la de la estatua del Pensador de Rodin.
Pero además, junto a la divagación filosófica del momento, es posible obtener un gozo adicional a consecuencia de la dilatación de los esfínteres. La confesión, ciertamente, suena incorrecta. Sin embargo debiera admitirse un placer fugaz, salvo duros atascamientos, en el extremo sensible de nuestro cuerpo. Este deleite, sin embargo, mal podría significar una velada inclinación homosexual. Quién lo suponga así participa de la confusión, fanatismo y exagerados amaneramientos, existentes sobre el tema.
En lo personal, no necesito de tanta promoción, ni a favor ni en contra, para calificarla de buena o de mala a la homosexualidad. Me tiene sin cuidado, salvo fastidiarme la actitud de sus defensores cuando subestiman al heterosexual que porfía por mantener su condición, sin claudicaciones.
En suma, sin oropeles ni pudores, como tampoco de complejos, arrojo mis deshechos a las cloacas, procurándome un momento placentero, sin vanas ostentaciones ni dudas sobre mi masculinidad.
Demasiadas otras intrigas acechan al mundo.
Rene Bacco