Abundancia buscamos los mortales
en pos de un sosiego duradero,
de un porvenir seguro,
de una vida holgada y sin afanes.
Tras la fortuna esquiva trajinamos
intuyendo alivio con los bienes.
¡Oh ironía!
El hombre afortunado
cuidando su riqueza se desvela,
mientras el andrajoso,
que pide limosna
en cada esquina,
sin nada que cuidar,
ni nada que perder,
y sin fortuna que lo vuelva esclavo,
en cualquier callejón
duerme tranquilo.
¡Nada ideal hay en el mundo!
¡Nada nos satisface enteramente!
¡Nada, tampoco, resulta irresistible!
El hombre que señor puede ser de su pobreza,
esclavo llega a ser de su riqueza.