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Supe

     que para alejarse 

                       no hace falta irse...

que es tan mínimo, tan delgado, tan frágil
el hilo que delimita el estar y el ser,
que un acorde demasiado grave de silencio
basta y sobra
para el suicidio de las lágrimas...

Duele      

      la separación 

                    del cuerpo

                               y los deseos... 

los ojos cerrados, las miradas incoloras
que naufragan en las horas huérfanas de soles y lunas,
la herida carmesí desperezada e incólume al canto de las sirenas.

Es tan frío el invierno que amordaza la esperanza... 

La promesa se queda sin voz,
y se cuelan, se tamizan, se depuran los crepúsculos
en los que habita la melancolía
y nace la resignación.

El adiós que no se pronuncia recorre los latidos
                         que acaricia la muerte/
cuando se despeñan los ojos y se apagan las luces...
                                                         El reloj

                                              va a la inversa, 

                                       los sollozos

                  se arrugan en el diafragma. 

Ya,

    ya se ha ido; 

                 a sus pies

                        los recuerdos se le encajan en la carne. 

Los acordes de la madrugada, fueron los últimos en morir,                    

                      los que más dolieron...

 

Issa Martínez Ll.
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