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Todo comenzó a eso de las 9 de la mañana cuando llegamos al cementerio del pueblo para asistir a la exhumación de los restos del cuerpo de mi sobrino, después de 4 años de haber muerto asesinado.    Esta reunión tenía la sana intención de acompañar a mi hermana, madre del muchacho muerto quien vivió de una manera muy desordenada  a muy temprana edad, casi  desde los 8 o 9 añitos.

Familiares, parientes y amigos muy cercanos conformaba el público asistente.  En mi caso particular, no pretendí o mejor dicho no entendí que estaba concurriendo a un show, no; yo tube la sana intención  de apoyar a  mi hermana en este durísimo, sobre todo maluco,  momento.  Yo estaba un poco aparte del grupo, entre quienes había 4 jovencitos muy cercanos a la familia: dos niñas de 10 y 11 años, sobrinas del occiso  y dos varoncitos un poco menores como de 8 y 9 años de la parentela política, mientras esperábamos la llegada del sepulturero.   No me sentía bien, estaba como ansiosa, anhelaba que esta labor terminara lo más pronto posible, no me gustó ver tanta gente en algo que, al menos para mí, es una realidad espeluznante que no tiene por qué causar ni admiración ni desprecio, tampoco tiene porque despertar una expectativa morbosa y maliciosa utilizada como tema de conversación o comentarios faranduleros.

Como a las 9:30 llegó el cavador debidamente ataviado para la  faena: tapabocas, guantes, etc.; con las herramientas indicadas como martillos y cinceles para romper la tumba; una serie de pinzas para tomas los restos, bolsas para echarlos ahí y un machete que no intuí, en ese momento, para que podría servir en ese trabajo.

Yo de lejitos, observaba la aglomeración de los presentes muy cerca de la tumba, mi hermana, la mamá del muchacho y la única que podría estar sintiendo alguna nostalgia, era la última de la multitud que protagonizaba el bochornoso espectáculo de sadismo y masoquismo que contemplaba con dolor y placer el pasmoso final que nos espera a todos, sin excepción. 

El enterrador comenzó a romper la puerta o tapa de la bóveda, la muchedumbre se tapaba la boca, hacía gestos de desagrado, se miraban entre ellos como queriéndose comunicar el uno al otro el horror y el fastidio a los que se han sometido por decisión propia, por puro placer. 

Cuando por fin el sepulturero logró destapar la tumba, se empezaron a escuchar algunos murmullos que perturbaron el silencio de la soleada mañana como queriendo decir: “venga, participe, esto también le espera a usted aunque no sea de usted…”.

Apenas el sepulturero empieza a sacar lo poco que quedó del ataúd con los restos del cuerpo de mi sobrino, la muchedumbre lentamente se hace a un lado haciendo gestos y ademanes de fastidio y repudio.  Finalmente, este hombre logra depositar la desvencijada y carcomida caja en el suelo, acto seguido… la multitud le cae como abejas a la miel.   Gritos de sorpresa y de horror callaron el pacífico silencio al vislumbrar  la única realidad en la cual todos somos iguales.  La única realidad en  donde el dinero, la belleza y el poder no existen…  Aullidos de pánico y terror pervierten la calma de esta mañana de verano como queriendo revelar la angustia del alma ante la incertidumbre de su Ser.   Como si fuera poco  el vil espanto que estaban viviendo estos miserables el cuerpo hubo que picarlo porque salió entero, con aquel machete que yo no entendía para qué era…

 

Toda esta muchedumbre gritaba sorprendida al divisar lo que ya sabía  que existía, entonces porqué el horror?...  La multitud aúlla cuando examina, de primera mano y con sus propios ojos, el duro y cruel final…

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