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Pablo era malo, de seas personas que calculan cada movimiento para obtener siempre un beneficio. El había pasado toda su vida sacando provecho de las personas que le rodeaban, y su corazón era tan negro como su propia alma.

Nunca tuvo piedad de quienes estaban en necesidad y jamás le importo un bledo las consecuencias que sus terribles actos pudieran desencadenar.

Pero su ciudad le tenía aburrido, era como estar en un lugar plagado de gente que de un modo u otro, en algún momento, tuvo algo que perder por su culpa y eso comenzaba a sentirse en el ambiente.

Sabía que necesitaba cambiar de campo de batalla. Sabía que en alguna parte podría hallar nuevos tontos de quien reírse y se puso en marcha para tratar de irse al exterior.

Estados Unidos, claro, allí habría mil oportunidades donde encontrar a quien pisar para poder subir. Recordó que su antiguo compinche alias “el zeta”, estaba en Nueva York desde hacia un tiempo y no dudo en pedirle ayuda para entrar al país del norte.

Y la carta con las instrucciones no tardo en llegar.

-Es fácil, consigue un pasaje a México y una vez allí te pondrás en contacto con unos coyotes que te llevaran hasta la frontera y luego cruzaran contigo por Arizona--el resto corre por mi cuenta, para que consigas trabajo en la gran manzana-.

Para Pablo las cosas iban resultando muy fáciles. Con algo de dinero por debajo de la mesa consiguió una visa temporaria para entrar a México, el dinero del pasaje se lo pidió a uno de los pocos que aun creían en El (no por mucho tiempo), y por supuesto se marchó y lo dejó esperando. Ya en el país azteca siguió con su buena racha, ya que el coyote con el que “el zeta” lo contactó, le debía favores a este y la cruzada le salio gratis. Tampoco la “migra” lo detuvo y cuando quiso darse cuenta, ya estaba en Nueva York.

Aquella noche, en el apartamento de su compinche, Pablo se sentía bien y aunque de vez en cuando se acordaba de su madre, de la cual no tenía noticias desde que peleó con ella, no dejaba de pensar en su prospero futuro en “gringolandia”.

-Vamos a brindar en el balcón- propuso el “zeta”. –¿Ves aquellos rascacielos iluminados?, esa zona se llama Manhattan, y allá tengo un amigo que te colocará en un puesto de trabajo. -No es mucho, pero para comenzar estará bien- mañana te llevo-

Pablo se acostó esa noche y se durmió pensando en lo bien que lo trataba la vida. Durante el viaje al centro de la ciudad al día siguiente, ya planeaba buscar la manera de valerse de cuanta artimaña conocía para escalar lo más rápido posible. Veinte minutos mas tarde, cuando el” zeta ” le daba instrucciones de cómo subir hasta la oficina de su futuro empleador en el piso 66, le llamó la atención un elegante letrero digital que en números rojos señalaba la hora y la fecha – AM 8:59-  09 11 2001. Algunos días mas tarde, en un periódico local sensacionalista, un reportero observaba la enorme columna de humo negro que se elevaba hacia el cielo, y el rostro del diablo en ella.

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