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Ir a: Una señal del más allá (II)

Con propósito científico intentó Emilio encontrar la manera de comprobar su hipótesis. De demostrar el más allá y la escisión de cuerpo y alma. Pero el intento, lejos de demostrar alguna cosa, acrecentaba la complicada empresa con la carga de las nuevas teorías que generaba. Definitivamente el acceso al conocimiento de lo sobrenatural era inviolable.

Aunque imaginaba que una nítida ruptura entre el cuerpo y el espíritu se daba en el momento de la muerte, concebía la idea de que existieran antes momentos de separación entre el alma y la materia. Y le proponía a Adriana ejercicios como este: “Intenta cuando te acuestes atiborrar tu mente con pensamientos que te liberen de tu cuerpo, que te permitan elevarte en un viaje al infinito, que te hagan sentir etérea, liberada de las leyes de la física”. Adriana como dócil alumna lo intentaba, pero sin estar absolutamente persuadida del mundo que idealizaba Emilio, le contaba, tras despertar al otro día, que había tenido un sueño plácido y profundo, pero sin la más remota sombra de un recuerdo.

 “No te concentras. No pones completamente de tu parte”. Y con ingenio, más por quedar bien que por convencimiento, refutaba: ”Yo creo que es todo lo contrario. Tanto me absorbo, que mi espíritu se desprende de mi cuerpo y no queda en mi mente, de su viaje, ni un recuerdo. Así ha de ser como funciona. No permite el Creador que tengamos en esta vida conocimiento de ese mundo reservado”. Podía ser cierto, pero él sí tenía experiencias por contarle: “Me dormí con la férrea convicción de adentrarme en el mundo exclusivo del espíritu y recuerdo que pese a mi apariencia corporal, floté ligero, y más liviano que una pluma fui impulsado, no sé si por el viento, a una altura en que lo dominaba todo. Y a mi voluntad subía y bajaba, e ingrávido desbordé la cúpula del cielo. Me hice etéreo y penetré los confines del espacio, debí llegar a Dios sin darme cuenta, porque por un instante tuve la sensación de conquistar el infinito y lo absoluto. De pronto el concierto del amanecer en mi ventana  me volvió a la corporeidad del nuevo día”.

No era un deliro, en consecuencia aceptaba que así como podía haber sido una experiencia sobrenatural, también había podido corresponder a un sueño.

Muchas veces se repitió la sensación sin aclararle nada. Claro que otra intención en esos viajes era instalarse en el más allá definitivamente. Por eso hasta detalles de su funeral llegaban a su imaginación sin angustiarlo.

Ir a: Una señal del más allá (IV)

Luis María Murillo Sarmiento MD

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