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   Aquel hombre de piel reseca y oscura, quemada por el tiempo y el sol, su cuerpo dilatado, desnutrido por la hambruna, sus costillas y huesos en la piel se podía ver, se vistió con plumas de zamuro y aprobar suerte fue.

    Revolcándose entre los despojos de la muerte, con los zamuros él fue a comer, el engaño no dio frutos, confundido con otro moribundo animal, en las fauces de los picos y las patas de aquellos zamuros su dolo de locura tubo un fatídico final.

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