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Siempre he tenido afición por la lectura de todo género, tan verdad es que cuando la misma se escasea puedo echarle mano al prospecto de algún medicamento -y no necesariamente de mi uso-, o a las instrucciones de cualquier manual de algún aparato eléctrico o electrónico que no domino debidamente y que en otro momento he pasado por alto. Por esa y por otras razones he leído un mismo libro en diferentes etapas de mi vida que, a propósito, han dejado diferentes sabores cada vez.

Quizás exagero pero, es cierto, esto ha sucedido alguna vez, tiempos ha, cuando no contaba con el lujo y la ya necesidad del computador, donde puedo encontrar el libro que se me antoje y leerlo por Internet o en el peor de los casos seleccionar uno dentro de un variado listado.

Sin embargo, aunque el adecuado uso del computador indudablemente tiene un sinnúmero de ventajas nunca se asemeja a la satisfacción que te proporciona un libro: transportarte a otras épocas, esa sensación de calor entre las manos, viajar a través del mundo, la leve caricia a su portada, o el satisfacer la impaciencia que emana de la próxima página. También, confieso, me satisface otras necesidades: servir de comodín a otros libros, engalanar un estante, bloquear la luz del sol mientras estoy echada en la tumbona, hacer cualquier anotación de rapidito que no hay tiempo, presumir de culta, golpear cualquier bicho que ronde por el ambiente con el consabido arrepentimiento y hasta colocarlos debajo del colchón al nivel de los pies en busca de mejorar la circulación de las piernas. Pero sobretodo, hacerlo mi compañero dondequiera me encuentre.

Lo que no es tan cierto es haber dicho que me gusta la lectura de todo género porque hay temas que me aburren o que simplemente no me interesan y los leo por curiosidad y de soslayo, dejándome conocimientos sobre el tema en cuestión que me elevan de un grado de ignorancia de -0 a 0, (léase de ignorante a menos ignorante). Otros, captan mi atención de tal manera que me infiltro dentro del mismo acomodándome en el papel del personaje que mas me convenga, que no necesariamente es el de protagonista. De tal manera me entrego a la lectura. O quizás la lectura me posee a mí. A través de ella ocupo la ociosidad, busco luz, acelero las manecillas del reloj en mis desvelos, mitigo las extrasístoles, coloco mis penas en un segundo lugar, pongo en pausa los tics nerviosos y me convierto en sordomuda.

Y a menudo, porque no? me pongo en el lugar del escritor. Y me da envidia de la buena, al tiempo que me siento agradecida por los grandes beneficios que me da. Le admiro, por convertir un sentimiento, un recuerdo, una experiencia o un pensamiento, en algo fascinante. Me pregunto cómo hace para lograr ese objetivo e intuyo que se necesita mucho estudio y lectura, creatividad literaria, una buena dosis de imaginación, conocimientos generales y precisos en diferentes materias, dominio de las letras y mucha disciplina.

Y para abreviar, un sinnúmero de cosas más…que no todos poseemos. Y lo digo porque he soñado en cruzar ese océano que separa al lector del escritor y todo queda en el intento, constatándome que no es suficiente la actitud si no existe la aptitud, que en realidad me encanta y me divierte la lectura y sobre todo, que entre la c y la p hay un espacio abismal. Mientras, me reconforto reescribiendo una historia; una historia pasada que viaja conmigo, por lo que he inventado para ella el tiempo pasado-presente….y la tinta invisible.

Agosto, 2009

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