En un viejo periódico casi ilegible, guardado en la casa de mis padres, y con letras muy pequeñas pude leer: “Ayer, en una humilde vivienda del barrio Sur, falleció Don Jacinto Perdomo, a la edad de 81 años, solo y posiblemente de frío”. Seguí ojeando esas amarillas páginas, buscando una mayor información, pero no la había. ¿Por qué mis padres habrían guardado celosamente ese periódico? ¿Qué significaba Don Jacinto para ellos? ¡Morir de frío que espantoso! Muchas preguntas inundaron mi pensamiento, no encontrando la respuesta correcta. Si triste era morir, más triste era morir de frío. No tendría familia, un amigo cerca, creo que Dios hasta su casa no había llegado. ¿Por qué dejar este mundo de esa forma, tan indigna?
Me hice de coraje, y traté de llegar a la mente de mi padre que con sus cien años de constantes recuerdos, a lo mejor encontraba una luz, para mi interrogante. ¿Papá tu conocías a Don Jacinto Perdomo? Me miró, giró por varias veces su cabeza, me volvió a mirar, y me contestó: “No lo recuerdo, hijo”. Traté de derivar el tema, comentándole que había encontrado un viejo periódico, guardado en su cómoda del dormitorio. ¿Lo guardabas por algo en especial, o solamente quedó por olvido? “Ahora recuerdo”, me dijo, “Don Jacinto, era el padre de un compañero de trabajo, que lo dejó morir de frío” Sus ojos se llenaron de lágrimas, bajó su cabeza, apretó fuertemente mi mano, no pudiendo reiniciar el diálogo por ese día. Solamente Dios sabe que sintió en aquel momento, que hoy no lo quiere recordar. No permitas nunca que tu padre muera de frío. Sus últimas horas serían interminables, y sin saber porque le está pasando eso. Para ellos el calor de la estufa no es suficiente. Debemos darles calor humano.