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ESPERPENTO

 

No caben en mi rostro los trazos perfectos de la simetría, no tiene sentido en mis ojos el brillo del más dulce romanticismo; prohibido para mis mejillas el rubor antes de un beso, replicado tantas veces en cientos de versos, escudriñado hasta en la intensidad y en el sabor, en todo lo que viene después, porque en el parlamento de mi existencia no estaba decretado el vaiven de las sensaciones provocadas por un otro; porque un monstruo de músculos de cartón se vería patético e inapropiado desear lo que, por ley de la naturaleza y de las buenas formas, no tiene permitido. Al otro lado del espejo un ser inanimado resignificándose en el polvo y en la sombra, reflejando mis cicatrices, mis soledades y mi esqueleto; y aquello es lo que siempre fui; y con el tiempo me derrumbé por dentro porque mis más sinceras ilusiones eran demasiado como para ser dichas por mi boca y realizarlas en alguien más. Y es que no halla significado en mi cuerpo la geometría ideal de mis repudiantes, no caben en mi piel ninguno de sus deseos; nada inspiré, nadie me desea, nada que moriré, mientras las leyes de la estética, en su majestuosidad, me da la última sentencia de mi inoperancia en el mundo y nunca antes había sido tan horroroso como hoy. Le doy la razón a la fealdad de mi espejo e inmediatamente me siento más liviano al ver desaparecer un lastre más del peso de mi conciencia.

 

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