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CONSTELACIÓN COMETA 06

Al cruzar la puerta insípida del limbo que ofrecen en todas las fiestas, en menos de tres minutos llegué a rozar las vidas solitarias de los astronautas; comencé a flotar en estado mineral hacia la gravedad de otros planetas, más allá de estrellitas y satélites mecánicos, viendo como mi cuerpo se disolvía en un polvillo misterioso y total, culpable de mis ideas histéricas, viendo cómo la magia de viajar sin rutas ni autopistas hacía de mi risa un concepto inteligible, quedándome sin aire al huir de la atmósfera elemental y viendo desde el espacio el silencio universal que todos comparten, impresionante, magistral, orquestado, envidiable por guardar secretos de soles y nebulosas. Voy volando ya en partículas pero respiro y miro al Sol reclamando por la sombra que aquí arriba no existe; encuentro un cometa fundido porque el sueño que representó era de a mentiras; tropiezo levemente con la superficie de la luna flotando al ras del suelo y me doy cuenta que es fría bajo su cristal desolado. Vuelo más allá y es inevitable no cruzar atmósferas y anillos de planetas gigantescos, donde residen vidas semejantes y ciudades ozonizadas, seres y dialectos, que perciben mi disolución absoluta y me comparan, hasta volver al infinito y entender la perfección de la soledad acá arriba, maquillada de vacíos estelares.

Flotando sutil e inmaterial hasta nunca acabar, sonrío por lo que mis ojos graban si llega a existir para mí un regreso: la estrella que más brilló en agosto aferrándose a los amores que prometieron bajarla; las otras lunas en donde se dedicaron todos los besos, las constelaciones que cada uno se inventó para impresionar a la mirada que más amaban; tiempos cuadriculados y portales inversos, en donde los forasteros se pierden por el afán de que sus nombres aparezcan en los libros de historia, donde los viajes no tienen regreso porque la ley de conjuros interespaciales nunca permiten el espejo de uno mismo, aunque estemos bajo el sueño y la substancia deliciosa que cae de la nada y flota como nieve sin aire.

No soy la respuesta de la Astrofísica Experimental, no soy la ecuación matemática de los sueños sin reversa, sólo soy una ilusión desintegrada que vuela solitaria por asteroides milenarios; solo soy una proyección de cómo el tiempo pasa y al final regala lujurias de cocaína, mientras floto sin peso ni gravedad calcando nostalgias de otros astronautas, riendo por su magnífico destierro, flotando dentro de máquinas, máquinas dentro de máquinas, mentes o universos propios, sin captar el sonido de ecos extraterrestres; y yo me asemejo a la arenisca de Saturno que llenan de fiestas las noches de mi mente. Vuelo eterno hacia el punto más lejano de la escena sideral, soplando el humo que todos aman por provenir de nuevas galaxias; floto sin mapas de caminos inhóspitos, con el pase en donde estoy más dichoso, hacia un lugar que nadie conoce ni tiene nombre, el universo X, a donde todos morimos felices porque siempre viajamos según la brisa de nuestras ideas, carcajadas y alucinaciones, melancólicos, olvidados, sin nada que extrañar, porque el amor prefirió cien veces sonreírle a la soledad. Volamos asombrados por tanta majestuosidad reflejándose en nuestros espejos mentales, como si estuviéramos bailando la enésima sinfonía brillante en los vaivenes de nuestras cenizas.

Las estrellas formaban caras, miradas, palabras y lunas pulverizadas que aún me faltan por pisar, recuerdos y constelaciones que se dibujaron a sí mismos en la fotografía de mi vida terrenal, y en sólo una de esas constelaciones vi la forma de una alegría adolescente que jugaba a ver cometas en la noche, cómo pasaban calcinándose, y precisamente Constelación Cometa 06 hace de toda mi muerte millones de partículas flotando, y yo en el espacio soy el gramo de polvo más ínfimo deshaciéndose místico; precisamente Cometa 06 hace de mi estado mineral un viaje maravilloso que trasgrede superficies y realidades (…)

Al cruzar la hierba nebulosa y nocturna que ofrecen en todas las esquinas de un planeta amarillo, creí naufragar por el cosmos como hoja de otoño, volando único y autómata ante el sabor del nitrógeno y tabacos, marchitando a mi paso un mundo de flores marcianas, rojizas y doradas, maravillosas, que adornaban el destierro más bello y más inhumano de brisas metafísica. Flotaba lejos de mi atmosfera y lejos de mí, dando círculos alrededor de nada, viendo desde cerca nebulosas de helio y azulejas, que se mueven según el humo de sus estrellitas y lunas efímeras; naufrago según los vientos misteriosos en la eternidad de la noche, vientos que se escapan de sus planetas haciendo que yo camine descalzo por el aire de Cosmósfera, y muero de la manera más increíble yendo hacia el punto cero y hacia el fin en donde mueren también todas las respuestas porque simplemente vivo.

Moriré eternamente por ser capaz de cruzar el cielo y los cielos de mis cielos al caer en cuenta que toda mi alegría dependía de la soledad, porque todas las carcajadas eran mías, porque en las fotos sólo estaba yo; y así crucé la puerta insípida de la que no hay reversa, y por eso hoy sé que todos desearía morir con la sonrisa más entrañable sobre sus rostros de tumba y lápidas y rosas de sangre. Le pregunto entonces a Constelación Cometa 06 en dónde se quedarán los restos de mi desintegración, pero con todo y figura me reafirma que flotaré en estado mineral hasta siempre, yendo más allá del primer punto de la escena sideral, de la estrella y la partícula más primitiva, hasta ver anochecer en planetas nunca vistos creyendo sentir que a estos lugares siempre pertenecí. Constelación Cometa 06  alguna vez reflejado en el cielo de mi vida me cuenta que voy hacia un punto cualquiera de nunca acabar, de nunca regresar, en donde la hierba nebulosa y los sueños de la substancia deliciosa hacen de mí vuelo y de mi muerte la nube más rojiza yendo hacia el único Sol de la tarde interestelar.

 

 

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