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Subutilizado por TELETECSA siempre se sintió Sandro. Quemaba el día en la rutina, hasta que a las cinco de la tarde obtenía la libertad de salir a un mundo de gente -según su opinión- aún más alienada que sus compañeros de trabajo. Los zombies pululaban de la gran casona remodelada como oficina y taller de la empresa, hasta su departamento en el barrio latino donde se daba el gusto de tirarles la puerta, para dedicarse a soñar lo que sería su vida cuando reconocieran su talento y pudiera aplicar todo lo aprendido. Porque nunca practicó un deporte… Tampoco aparecía en su memoria ningún registro de haber disfrutado un cine, ni un baile porque los detestaba -era una pérdida de tiempo-.

Mientras los demás vivían, él estudiaba. En las reuniones familiares de domingo, también él estudiaba. Porque tenía un ideal: ser un profesional admirado y hacia allá se encaminó: tesis laureada en Ingeniería Electrónica con mención en Telecomunicaciones en el 2003, Maestría en Nanotecnología en el 2005 y Diplomado Superior en Microtrasductores Sólidos en Alemania a principios del 2006. -Mejor preparado no podía estar a sus escasos veintisiete años-.

-¡Qué maravilloso será cuando pueda compartir el día con profesionales de mi mismo nivel!- Su mente lo llevaba lejos mientras de manera automática corregía la desagradable gramática del informe semanal, realizado por un compañero.

-Eduardo: estoy revisando el documento que entregaremos mañana. ¡Está ilegible!- dijo al autor del texto en voz baja, sin mirarlo, controlándose para no insultarlo.

-¡Qué raro Sandro! Contiene todo lo que vimos en la inspección técnica- Replicó desganado su vecino de escritorio, más interesado en algo que sucedía en la pantalla de su teléfono que en la posibilidad de corregir el documento.

Con sílabas entrecortadas por la rabia ante la indolencia del colega y por sentirse haciendo trabajo ajeno, Sandro masculló: -¡Pero está i-le-gi-ble! Sin embargo, el tal Eduardo ya estaba en el fondo del salón, sentado sobre una mesa, discutiendo animadamente sobre el partido de fútbol que estaba por iniciarse y cuya narración escucharían en los audífonos mientras simulaban trabajar en sus ordenadores.

Hacía muy poco Sandro, agobiado por el peso de tanto diploma, casi había decidido dedicarse a conducir un taxi. Un año entero había transcurrido sin empleo desde su regreso al país. Si no hubiese sido por aquella recomendación familiar para TELETECSA se hubiese vuelto loco. Ahora, su situación laboral era estable, aunque no satisfactoria para un hombre tan ambicioso como él: era simplemente uno de los ingenieros del área de Desarrollo de Tecnología en la naciente firma de servicios telefónicos.  -¡Qué martirio es cada día de trabajo en este sitio!- pensaba para sus adentros al ingresar en la mañana a la empresa. -¡Me exaspera tener que aguantar tanta mediocridad!- se lamentaba en silencio. Porque veía a sus compañeros como verdaderos retrasados mentales. Como seres lentos e incapaces de resolver el más mínimo problema técnico, no se diga de desarrollar ningún tipo de investigación. Mentalmente, -y cuando podía en voz alta- criticaba duramente la escasa preparación de los otros, colocándose a sí mismo muy alto en cuanto a conocimientos y pericia profesional.

Su desprecio por los demás era total. Todos iguales. Todos unos incapaces. Todos entrenados como máquinas por el gringo que les trasmitía unas pocas maniobras prácticas para solucionar problemas de cables, pero no les enseñaba nada más. Pero, ¿Y la ciencia, dónde quedaba? Era triste ver que a estos técnicos de pacotilla no les admirara que esta tecnología solo había sido posible por la Mecánica Cuántica. ¡Pero claro! ¡Si no sabían siquiera qué era la Mecánica Cuántica! ¡Partida de ignorantes e ineptos!

Finalizada su sencilla labor, Sandro se perdía en sus pensamientos futuristas: su mirada desorbitada lo trasportaba a la elegante y moderna oficina donde trabajaría en la hipotética realidad. Podía verse claramente en un edificio inteligente, totalmente automatizado, con cámaras invisibles por todas partes llevando información en forma de neuronas que alimentaban un gran cerebro central diseñado por él. Una especie de corazón pensante que se encargaba de anticipar todas sus necesidades, para que pudiera desempeñarse a fondo en la tecnología de punta que desarrollaría con su magnífica preparación académica. Sería llamado “El Mago de la Telefonía” y pasaría a la historia por novedosas aplicaciones prácticas de la nanotecnología -la física de lo más pequeño-.

Pero su vida diaria era otra cosa. La casa de TELETECSA con sus tres niveles tenía unos cuantos espacios amplios donde se concentraban los empleados sin muchas comodidades. Arriba, pletóricos de paisaje urbano estaban la Gerencia y el Departamento Administrativo; abajo con su olor a mugre chamuscada estaba el taller, con ritmo mexicano a todo volumen, su desorden de cables, diodos, sensores y los monitores inservibles que en una esquina se acumulaban uno sobre otro en pirámide, siempre a punto de caer. Los ingenieros, en cambio, relegados a la peor parte, compartían un área desapacible y sin luz natural en el segundo piso, donde Sandro se lamentaba del desperdicio de su talento entre seres para él, poco menos que salvajes.

- ¿Podré vivir en un mundo mejor, con gente avanzada, en una empresa decente? –se preguntaba rumiando su mal humor.

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