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              La justicia es un monstruo ciego e idiota. Simplemente no funciona. Millones de delincuentes campan a sus anchas en libertad y sin toparse la Ley ni el orden en su camino. En cambio, Roberto, siendo completamente inocente, fue juzgado y condenado a muerte.

              La condena a muerte suena como una institución arcaica y cruel, no obstante es el buque insignia de la nación más avanzada de nuestro orbe. Estados Unidos, país de oportunidad, igualdad y justicia, es el país en el que más oportunidades tienes de ser tratado de forma desigual e injusta. Roberto es un claro ejemplo de cómo una justicia corrompida sólo necesita ver un color de piel más moreno del habitual, y un bolsillo vacío, para cargar sobre él todo el peso de la Ley.

              Un río de palabras vacías como jurisprudencia, proceso, diligencias, declaraciones, pruebas, motivos, leyes, veredicto…, condujeron a Roberto a la silla eléctrica. Un abogado de oficio, sin formación y poco interés, un jurado mediado por la opinión pública, y un juez inhumano, no ayudaron mucho a que Roberto pudiera probar su inocencia. El resto de recursos, vistas, llamadas al gobernador para conmutar la pena, fueron una perdida de tiempo y una apariencia de un esfuerzo que en realidad no se estaba haciendo. Propiciando una esperanza que no debía de existir. ¿Cómo podía esperar justicia un inocente, si no puede pagarla? Que ilusos los que piensan que la justicia es justa. Esas ideas sólo deberían permanecer en las novelas y la poesía. La vida real no debería de contaminarse con esas ideas, tan románticas como ridículas.

             Pero Roberto, seguía confiando en la Justicia. Sabía que iba a morir ejecutado. De eso ya no cabía duda. De hecho estaba sentado en la silla, atado de pies y manos y con la cara cubierta. Pero creía en la justicia. En la Justicia Divina. Pronto se repararía su error, y todos los integrantes de la maquinaria destartalada que le condujeron a su muerte, serán divinamente juzgados como asesinos.

               Roberto murió entre convulsiones eléctricas. Convencido de una vida mejor tras la muerte. Una vida de amor, tolerancia, verdad y sobre todo de justicia. Nada mas morir Roberto fue rodeado de una espesa niebla, en la que no se distinguía más que una luz en la lejanía. Roberto caminó siguiendo aquella luz. Al final del camino había una gran habitación con un gran estrado situado al final de la estancia. La sala era muy parecida a cualquier sala de Justicia de las que había pisado en vida. En efecto, Roberto estaba convencido de que aquello era una sala de justicia. Por fin sería juzgado por una entidad competente. Nada menos que por el propio Dios.

             –Siéntese. –Bramó una poderosa voz–. Debo juzgarle como a todos los que aparecen ante esta sala, pero su caso es muy claro y evidente.

             Roberto sonrió al escuchar esas palabras, por fin sería recompensado por todas las injusticias que había recibido en vida.

             –He repasado su expediente minuciosamente. Usted ha sido condenado por homicidio en primer grado por tribunales competentes. Su sentencia ha sido ratificada en posteriores apelaciones. No se han aportado nuevas pruebas y su abogado ni siquiera se ha personado en esta última apelación. Por lo que me veo obligado a condenar su alma inmortal a la penitenciaría del infierno.

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