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Sus miradas se activan, se entrecruzan, se esquivan o se buscan, una mirada de él a escondidas, buscando el lugar idóneo para no levantar sospechas, una mirada de ella, con disimulo para que no se den cuenta. Nunca se han dicho nada, no es necesario hacerlo, los ojos hablan solos, los dientes rozando los labios hablan solos, la rojez en su rostro cuando se encuentran hablan solos.

Y ellos hablan, de temas banales y a veces profundos, se ríen de las tonterías que dice el otro. Su secreto les hace cómplices, nadie supone nada, nadie se plantea nada, nadie, menos ellos, saben del estremecimiento por un roce casual, del calor que recorren sus cuerpos con sólo verse. Ambos saben desde la primera que vez que se vieron de su atracción, de sus deseos, de sus ganas reprimidas, de la lujuria que se podría desatar si dieran el paso, pero no se dicen nada, ni lo intentan y aún sabiéndolo, ambos se lo niegan a sí mismos.

Lo prohibido es su juego de seducción, un juego peligroso, dueño de noches mojadas, dónde en lo perdido de sus sueños se encuentran, se besan, se tocan, se unen y explotan de ardor al rojo vivo. ¿Cómo calmar las ganas? ¿Cómo evitarlas?

El piensa, hoy la arrincono y la beso, ella piensa, mañana con excusas me lo llevo y lo beso, pero no se besan, ni hoy ni mañana. Se ven a diario, están condenados a compartir la vida, a coincidir en reuniones familiares, bautizaron a sus hijos el mismo día, a sus suegros, abuelos felices, ignorantes como sus hijos, les pareció muy buena idea que unos primos se presentaran ante Dios al unísono.

Y ellos, se siguen mirando, se siguen desando y saben que nunca unirán sus labios, ni se rozarán sus cuerpos, ni olerán el sudor del otro.

María del Mar San José Maestre
Rota, 20 de mayo de 2008

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