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Todos los días a la misma hora, a las siete y media de la mañana, la música nos avisaba que un anciano, de unos ochenta años, realizaba su caminata matutina habitual. Llevaba en bandolera una pequeña grabadora, de esas de casete, con música vieja. A todo volumen.

No hablaba ni saludaba, caminaba rápido, a pesar de su avanzada edad, y tarareaba la canción que estaba sonando en su aparatico de sonido. Comentábamos acerca de su procedencia y alguno comentaba que procedía de un barrio un poco retirado del nuestro.

Ya estábamos acostumbrados a su paso diario con su música, pero un día dejó de pasar y otro y otro. Todos pensamos: Se murió don Grabadora, como no sabíamos su nombre así lo apodamos. La verdad nos entristecimos, era un señor vestido con ropa muy limpia y planchada, un sombrero que conoció tiempos mejores y sus zapatos brillantes bien lustrados. despertaba ternura.

Pasaron las semanas y ya nos habíamos consolado por la desaparición del anciano cuando, de pronto un día, una de las chismosas que no faltan, llegó con la gran noticia: el venerable anciano no estaba muerto, es que le robaron la grabadora.

Edgar Tarazona Angel

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